Presión mínima a la tecla de encendido de la TV. Luz ambiente casi nula, elijo la penumbra en este domingo de tormenta sobre Buenos Aires. Domingo amanecido luego de mi sábado de tormenta; domingo lento, sin sentido. En uno de los canales de noticias Buenos Aires se inunda y puertas adentro mi día no tiene norte, un día sin para qué, veinticuatro horas a puro tango.
La lluvia en imágenes, la calle, la esquina de Santa Fe y Humboldt, el caos en el tránsito, lo de siempre hasta el videograph y la foto. Una presencia de fino cucurucho se suelta de una gran nube oscura e intenta llegar a la superficie del agua. Esa es su apariencia, un cucurucho que quiere y no puede, que termina en una nebulosa, como cuando el aire se quema sobre el fuego. Son dos, una parejita de cucuruchos; al pie de la imagen las letras de molde anuncian, definen: tromba. En distintos canales de cable el mismo experto explica: las palabras giran, como en tromba, alrededor del calentamiento global. Los periodistas necesitan confirmar el riesgo: ¿puede la tromba llegar a tierra?
La amenaza marina dio de lleno sobre el terreno de mi memoria. Una tromba de descorche llevó mi noche de día domingo hasta mi infancia. Recordé que de pibe había leído la palabra y que cuando la repetía me daba una sensación de inmensidad, una palabra total; algo así debe suceder con el término “Dios” en la boca de sus seguidores. Tromba sonaba importante, y ese detalle era la punta del cucurucho del recuerdo. Creí, creo, ver un dibujito de una tromba, quizás dentro de un cuadro de historieta, blanco y negro, y solitario como tromba en mi regreso un tanto amarrete.
Un amigo me dijo que pensó que la palabra tromba era un invento de los medios. Le expliqué que no, que la palabra encierra cierta poética de la devastación, y que primero pasó por mi casa el sábado a la noche; después, en domingo, hizo como que venía por primera vez al vocabulario de estas tierras.
La lluvia en imágenes, la calle, la esquina de Santa Fe y Humboldt, el caos en el tránsito, lo de siempre hasta el videograph y la foto. Una presencia de fino cucurucho se suelta de una gran nube oscura e intenta llegar a la superficie del agua. Esa es su apariencia, un cucurucho que quiere y no puede, que termina en una nebulosa, como cuando el aire se quema sobre el fuego. Son dos, una parejita de cucuruchos; al pie de la imagen las letras de molde anuncian, definen: tromba. En distintos canales de cable el mismo experto explica: las palabras giran, como en tromba, alrededor del calentamiento global. Los periodistas necesitan confirmar el riesgo: ¿puede la tromba llegar a tierra?
La amenaza marina dio de lleno sobre el terreno de mi memoria. Una tromba de descorche llevó mi noche de día domingo hasta mi infancia. Recordé que de pibe había leído la palabra y que cuando la repetía me daba una sensación de inmensidad, una palabra total; algo así debe suceder con el término “Dios” en la boca de sus seguidores. Tromba sonaba importante, y ese detalle era la punta del cucurucho del recuerdo. Creí, creo, ver un dibujito de una tromba, quizás dentro de un cuadro de historieta, blanco y negro, y solitario como tromba en mi regreso un tanto amarrete.
Un amigo me dijo que pensó que la palabra tromba era un invento de los medios. Le expliqué que no, que la palabra encierra cierta poética de la devastación, y que primero pasó por mi casa el sábado a la noche; después, en domingo, hizo como que venía por primera vez al vocabulario de estas tierras.