Te digo la
verdad: desde que entraste a casa te espío por un motivo especial. Así fue que
un día te descubrí o, por qué no, imaginé que lo hacía, o mejor, quise
imaginar, la manera en que empezabas a interesarte por tu lugar, tu casa,
nuestro departamento de San Cristóbal. Aquella vez, tendrías unos veinte días,
mirabas hacia la biblioteca que está en el dormitorio: en ella tus ojos: ventanas
abiertas sobre la presencia en madera oscura. Hoy estás a días de cumplir tres
meses y tu mirada escrutadora desarmó mis ansiosas imaginaciones. No hay duda. Mirás
intrigada sobre las bibliotecas de la casa: estantes con libros de colores y
tamaños diversos, y también encontrás colores en los cuadros que cuelgan en los
ambientes. Verte así me lleva hasta un puñado de palabras, un pensamiento, que conté
muchas veces: mi agradecimiento a mis padres porque en la casa de Martín
Coronado existiera a mi nacimiento una biblioteca, porque entendí a lo largo de
los años que ella era una de las mejores herencias.
Hoy vuelvo a encontrarme en tu encuentro. Me gustó
crecer rodeado de historias, de libros, de personas que sabían del sabor que
tenía la lectura. Ojalá que vos tengas ganas de conocer las historias de la
gente. Las vas a encontrar en la vida, en la calle, y en los libros, como los
que cubren las paredes de tu hogar de pibita. Siempre me gustó volver a mi
lugar, siempre quise mis departamentos alquilados porque los hice míos, porque
en ellos supe de historias, de libros, de música y pintura. En ellos: los
colores de la memoria.