Una de las maravillas amanecidas con tu
presencia, Julia querida, se manifiesta en el momento de asomarnos a tu cuna.
Tanto mamá Evangelina como yo, esperamos el instante, las imágenes. Una mención
especial merece tu show de pases mágicos a la hora del despertar, una danza de
manos frente a tu cara o bien sobre ella; por lo general despertás en rojo,
carita refregada por las últimas respiraciones del sueño, arabescos en el aire
tan cercanos a la más hermosa de las fiacas. Percibimos movimiento o nace el
simulacro de llanto, una de tus maneras de decir: estoy, volví, hola. Y hacia
vos emprendemos el viaje corto en nuestro departamento. No hay una vez que no
nos recibas con una sonrisa, vos de cara iluminada, y nosotros al tono. Nunca
pensé que podía ser tan hermoso encontrarte en la cuna. Sabés, tu presencia me
hizo revisitar mi pasado, volver a imaginarme bebé, a imaginar que, como ahora
nos pasa a nosotros, hubo días en que mi mamá Adela, mi papá Rolando, se
asomaban a mi cuna y los recibía con una sonrisa, la misma que ellos me
regalaban, y cada vez que pienso en mis papás, ahora, siendo tu papá, sé que
mucho les debo agradecer. No es que esto ya no lo supiera, pero cuando te veo,
Julia, tan chiquita, tan de necesitarnos, ahí, digo, diez veces, gracias a mis
padres. Tu presencia invita a un acto total de amor y solidaridad, y quiero anotarlo
para que lo leas muchas veces, para que nunca te olvides de estas dos palabras básicas
en esta vida: amor y solidaridad. Muchas palabras pueden desdibujarse, se pueden
cambiar por otras, pero estas no. Yo no recuerdo la imagen de mi cuna, y vos quizá
no recuerdes la tuya, pero tanto vos, mamá Evangelina y yo, sabremos que los
momentos y las miradas, cuando nos encontramos en la felicidad del borde de tus
sábanas, existieron, y fueron sonrisa acompañada de ciertas palabras.
martes, 11 de septiembre de 2012
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