Pienso en Eduardo Noriega, amigo,
fotógrafo. Nunca se lo dije. En estos años pensaba mucho en él. En su elección
de lejanía con el mundo. La última vez que compartimos tiempo fue alrededor de
una mesa de café sobre Avenida Boedo. Luego nuestra ciudad -porque hubo un
tiempo en que tuvimos la nuestra- fue ciudad pandemia. Y en el después, en los
días de presente cercano, las palabras se me fueron guardando para un mañana
que, al final, no existió. Eduardo se fue alejando del puerto. Despacio, a
conciencia. Lejos de la fotografía. Como los escritores que eligieron decir No,
ya no escribo más. Preferiría no hacerlo.
Sin click en los últimos tiempos. Disparo. Click. El sonido de la muerte que
nos lleva. Dejó la herramienta, el oficio, porque sentía y pensaba. Necesitaba
la lejanía. Elegía. Así aguardó en su bote, tranquilo y esperanzado, como en mientras tanto de pileta de revelado.
Hasta más ver. Hasta que su mirada celeste se abismara en el más allá. Se fue
de abismo en mano, ayer, a mitad de agosto. Murió el amigo. En una nota que publiqué,
en Desde Boedo, sobre su quehacer
artístico, allá por 2010, anoté esta foto: “Eduardo
Noriega habla pausado, trata a cada momento de hacer foco en sus ideas. Sabe
contar aquello que piensa y que siente, sabe acomodar los elementos en el
escenario y también sabe disparar palabras claras, rápidas, para cerrar un
pensamiento. Habla de la misma manera como hace fotografía. Está cómodo en la
vereda del Cao, aunque su hábitat natural sea la vereda del Margot, a escasa
media cuadra de su casa (…)”.
Nos presentó una amiga en común. Liliana Bustos. Una mujer cronopio
de cámara y lapicera en mano. Constructora de puentes que comunicaban miradas
humanas. Una mujer con sombrero. Estuvo de corta gira -en su Buenos Aires
refugio- hasta que un día levantó los brazos y llegó al cielo de Boedo. Una
viajera nos llamó al viaje. Hermanados partimos con la intención de asomarnos al
mundo del arte.
Eduardo dijo sobre la fotografía: (…) Creo cada vez menos en la inteligencia, y sí en los sentimientos y
en los sentidos, valores naturales que tiran muchas barreras abajo,
principalmente intelectuales; intento hacer fotografía en ese sentido, no me
gusta pensar cuando hago la foto, no me gusta trabajar sobre ensayos, me gusta
que la imagen me sorprenda y me produzca algo, eso en principio, si es así vale
la pena hacer la foto, después se verá si es buena o no, luego debe pasar por
mi tamiz, decido si la muestro o no, porque le debo respeto al público.
Su manera de definirse cuando el
click: La
fotografía ha evolucionado mucho técnicamente, pero no sé hasta qué punto ha
evolucionado desde lo estético; para tratar de acercarse al arte, nada mejor
que ser lo más auténtico posible, si hay autenticidad uno se puede conectar con
su tiempo, ahora que si se sigue alguna moda, la cosa es distinta; hoy se
estila bastante, es el camino fácil, pero el desafío está en romper con el
paisaje bonito, el desafío es fotografiar y no caer en la obviedad de los
paisajes, romper con lo previsible y agregarle algo, tu mirada. La máquina es
la herramienta, las modas desaparecen, y los fotógrafos que sí hacen historia
son los que tienen personalidad, los que son únicos: los que son ellos mismos.
A mí nunca me interesó la tendencia, no me gustan que me digan lo que tengo que
hacer, hago fotos de lo que considero mío, la fotografía es una especie de
proyección, salgo y me llevo la imagen que me atrae, después decido qué hago
con ella, después veo si tengo la posibilidad de llegar con ella a los demás.
La fotografía es tan objetiva que es una complicación, y lo que hay que sortear
es esa objetividad para ponerle subjetividad, hay recursos: enfoques,
encuadres, etc., o sea una parte técnica y nuestro interior. Fotografío para
mí, prueba y error permanente buscando que la imagen me represente. La
fotografía es una especie de certificado de la realidad, como dice Roland
Barthes: Esto ha sido, no admito intervención en la esencia de la foto, la foto es
certificación y memoria, el click es principio y final, Barthes dice que el click
es el sonido de la muerte, es lo que fue y que ya no podrá ser.
Siempre el agradecimiento al
maestro: Es una
necesidad sacar fotografías, empecé a los catorce años, hice muchas fotografías
tontas tratando de hacer lindos registros, hasta que después decidí
perfeccionar la técnica, fue así como hice un curso con quien fue mi maestro:
Eduardo Gil, que me llevó a entender que la fotografía podía ir muchísimo más
lejos del registro bonito, correcto. A partir de ahí inicié mi trabajo de
búsqueda, que es ante todo interno. Nadie puede fotografiar más allá de lo que
tiene adentro; podés aprender a perfeccionarte, pero siempre para mostrar el
contenido de quien fotografía.
Eduardo Noriega toma una foto de la duda: En el trabajo es indispensable. No cree en absolutos, el viajero
adhiere a la sintonía de lo relativo: Siempre
hay que ver desde dónde se mira, desde dónde se piensa, hay que tener en cuenta
el entorno antes de poner el título.
Muchas veces viajero de la galaxia
Buenos Aires, y su aroma de urbanía: Sí, me lo han dicho, pero en mí no hay una intención, sí, hay
muchas fotos de ciudad, pero no sé si hay un interés en la gente, hay un
interés en la imagen, no es que la gente no me interese, pero primero es la
imagen, puede haber gente o no, busco imágenes que retraten mi universo,
aquello que me moviliza, pero la estética es la primera invitada. Muchas veces sucede que
primero busco un escenario, me puedo pasar una semana esperando a que suceda
algo en el escenario elegido, saco muchas fotos y encuentro cosas, me gusta
trabajar con el escenario, sí, es una especie de trampera, en realidad somos
pescadores con caña y cordeles; también crucé Corrientes a la carrera porque en
un segundo se me ocurrió una foto que podía suceder en el instante siguiente,
corrí y disparé, es otra manera, y ahí el azar es fundamental, bueno, siempre
lo es en fotografía, porque podés esperar y calcular todo lo que quieras,
aprestar tus herramientas, tomar la decisión, pero el azar puede colocar lo
suyo, el azar te puede ocultar o puede incorporar elementos. Por eso está la
repetición, hay que tener mucha soberbia para hacer un solo disparo y guardar
la cámara, se intenta la corrección en los disparos sucesivos, una manera de
buscar la victoria.
Sucedió que no nos vimos durante
algunos meses. Lo encontré una tarde en el Cao. Corría 2011. Me cuenta que
había hecho una selección de aquellas que consideraba sus mejores fotos.
Quedamos para un próximo café. Fijate, dijo. En una caja había ciento y pico de
fotos. Algo me pasó en la recorrida. Algo físico. Pregunté si me podía prestar
las fotos por unos días. Seleccioné 54. En rápido movimiento mágico ordené por
tema dentro del viaje que apareció a la vista. Desde lugares de la provincia de
Buenos Aires hasta la gran ciudad. Antonio, el nombre del viajero. Escribí un
texto para las diez primeras fotos. Eduardo leyó en el Cao. Dijo: Nunca pensé que mis fotos pudieran servir
para ésto. Así comenzó a componerse Guía
de Buenos Aires (una ficción), libro publicado a finales de 2011.
Pienso en Eduardo Noriega. En su
manera de alejarse del puerto: el barrio, la ciudad. De a poco dejó de trabajar
el oficio de la esperanza con su herramienta. Hombre de máquina de fotos y de
pensamiento a la mano. Insistí para que retomara el ejercicio de la fotografía.
En el oficio veía la oportunidad de un tiempo futuro. Pero Eduardo había
elegido. Lo ofendía, además, la sociedad tan floreciente de miserables en la
ciudad del maligno rey de amarillo. Su arte de fotógrafo descubriendo la vida triste
en Buenos Aires.
Nos invitó al encuentro una mujer
con sombrero que nunca olvidamos. Sucedió en Boedo, en la Buenos Aires que fue
nuestra. El refugio fotografiado en riguroso blanco y negro. Las memorias
mientras Eduardo elegía velar su rollo en la distancia. Como si ya hubiera
partido. Volvía, estaba, solo para sus afectos. Entonces jugaba otro tiempo
sobre la vereda. Hoy queda la memoria. Su retorno como buen fantasma. Como
sucede en esta tinta de color rojo. Reciente su trazo. Tinta que dice que nos
vamos alejando. Regresa. Sueña el poema una primera línea: Aquello que ya no
es, y que, sin embargo, sigue siendo.
Dijo Eduardo al final de la charla
en 2010: Trato
de usar el tiempo, porque lo único que tenemos es tiempo. A
nuestra manera, amigo. Click, el sonido que nos lleva.