La emoción me
gana cuando recuerdo El amanecido. Recuerdo al Teuco Castilla diciéndome que
escribió sus poemas en las amanecidas. Y me digo que en esos amaneceres el
poeta logró la maravilla: “Y estoy yo, ateo, sin iglesias, / milagroso”.
Siempre tomo el libro, lo abro al azar, espío unas líneas. El Teuco sonríe y
mira, ay, la mirada del Teuco: en la palabra sus muertos, su tierra, la
infancia, felices las obsesiones del poeta. “Hay que entrar callado: la muerte
es otro monte”, aconseja; “Dentro de sus hijos, indefenso, / dura el padre, /
intruso en su propio nacimiento”, revela. El Teuco me habla cada vez que abro
su libro, porque no resisto la tentación de entrarle a la memoria de la sangre
y el paisaje. Hay un hombre apasionado detrás de esta poesía, de este libro
fundamental para entrar y salir de la vida y la muerte. Maravilla del recuerdo,
hallazgo vital en cada verso. Por eso lo recuerdo: me invita a vivir y a morir
en la poesía de un lugar, un tiempo, de un alma milagrosa de ateo.
domingo, 12 de octubre de 2014
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