Margot de Rolando Lois |
Boedo y San
Ignacio. Encrucijada. Avenida rápida y pasaje adoquinado. Pasaje que, con cierta
pereza de estío, resguarda el puñado de almas. En ellas la necesaria esencia de
proa para alcanzar el destino en el río de lo humano.
Espíritu. Tierra,
aire, agua, fuego. Fantasía. Emotivos frutos en el árbol de la clara consciencia
que, despierta y ensoñante, da nombre a las cosas que hacen a esta vida.
Boedo y San
Ignacio. Esquina madre. Ahí mismo, encrucijado, uno de los centros sobre el que
gira mi galaxia: la ciudad de Buenos Aires. Ahí mismo, entonces, encrucijado de
recuerdos, el café Margot en el barrio de Boedo. En su identidad de abrazo aguarda
una multitud de historias que ya no son, y que, sin embargo, siguen siendo.
Margot como encrucijada plena de palabras. Nacida es esta palabrera urbanía en un cruce de poética imperfecta.
Feliz, desesperadamente humana su sustancia. Nacido viento el tango. Nacido
viento el blues. Encrucijada que tienta al tiempo. Una historia cada vez, los
sucedidos dentro de la órbita en la que gira el habitué en tanta ceremonia de
encuentro. La esquina se hace, por momentos, rincón de plaza de barrio.
Entonces gira la calesita de la memoria. Regreso. Rescate. De vuelta. La
sortija se balancea en el viento. En cada giro el impulso de escribir la
encrucijada, la esquina, Margot de Buenos Aires. Siempre el giro. Sucedió,
sucede. Un canto rodado plano que bien va de rebote en rebote sobre la
superficie del río de los días. Cuando al fin se hunda, en renglones circulares,
de cara al cielo, podrán leerse las historias. Sucede esta tinta, dice de
aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Sucede en Boedo y San
Ignacio, Margot, uno de los centros de giro de mi galaxia.
Barrio de
Boedo. En Margot los óleos pintados por mi padre. Colgados de la pared sobre la
ría de mesas. Los cuadros ya no están. La exposición tuvo su tiempo, su tarde
de inauguración, los amigos, y los testigos casuales sorprendidos por el acto
de alumbramiento. ¿Cuáles las palabras de presentación, quién el presentador?
Cada pregunta abre senderos. ¿Importa, acaso, la ubicación temporal? No en esta
memoria que solo pretende bocetar sucedidos felices de ayer. Sucedió una
tardecita de otoño. Momentos aquellos que ya no son, y que, sin embargo, siguen
siendo. Alma adentro de Margot respira la memoria, lo invisible permanente abraza nuestro espíritu.
En la
trastienda de Margot fue absoluta realidad, en el maravilloso mientras tanto de un día pasado, la
alegría en la mirada de mi hija siendo apenas bebé. Sus ojos sobre las pocas
mesas del ambiente. Anoto sus ojos. Anoto el lugar mágico donde trabajé por
años en la escritura. Un lugar de quehacer casi cotidiano. Una magia la
escritura a mano. Murmullo de punta fina sobre papel, sobre hoja de cuaderno apoyado
en mesa de madera ajada por el tiempo. Escribir con tinta roja en el Margot. Otra
magia de encrucijada fue, es, a través de una ventana, encontrar memorias
mirando los adoquines de San Ignacio. Cada vez que veo una calle adoquinada
busco el pastito que crece entre las uniones de la multitud. La búsqueda del
pastito mínimo que late por entre los intersticios de la vida. El amigo poeta
Rubén Derlis escribió un poema que guarda esta imagen. Generoso aquel que
obsequia bondades para mejor andar cada día.
Y entonces
mi hija regaló su mirada. Y mi padre regaló la suya.
Puede soñar el poeta que habita memorias en Margot. De hacerlo puede, él mismo, anotarse poema al tiempo que se descubre puente. Agradecer además al destino que bien sabe de tender puentes. Escribir orillas, acercarlas durante el paso propio, en la huella su andar en el eterno aire de mientras tanto. Ser en el puente, en el poema en que el padre escribe una tinta que acerca al abuelo y la nieta. Que el abuelo hace un tiempo que es un buen fantasma, y la nieta ya es piba que escribe y dibuja en los primeros años de la escuela primaria. Fantasmagoría como poema sobre aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Ocurrió en Margot. Y ocurre, vuelve, regresa, se rescatan los sucedidos, en este ensayo de casi poema que intenta bocetos interiores en el café, en la encrucijada de Boedo y San Ignacio.
Fundar un
puente, un poema que convoque a los buenos andantes de las aventuras de ayer.
Andantes que oficien de guías memoriosos en esta esquina de ciudad. Que
convoque además a los buenos fantasmas. Bienvenidos así todos aquellos que
transitaron los pasillos entre las mesas de Margot. Convocadas las señales, los
rastros que lleva el viento parido desde la luz de una luciérnaga maga.
Alumbrar los momentos idos desde el más allá de la memoria en la cuna primera:
el barrio de Boedo.
Y en la
vereda de esta línea se hace presente la sonrisa de Bombón. Muchacho simple de
lavoro silente. Usa pocas palabras. Repite: Bombón, quizá porque es como le dicen
en su casa, o tal vez la repite porque aprendió que significa saludo cariñoso.
En la vereda de sábado, mesas y sillas al sol. Reunión de escritores en Margot.
Bombón adelanta su mano de pedir monedas. Las recibe. Pero ahora mismo mueve el
brazo. Indica final. Terminado. No acepta más. No hay manera de que acepte una
sola más. Ocurre hoy en la vereda, y sabido es que su “basta” también ocurre en
el Margot profundo. Bombón saluda con su mano. Sonríe. Camina hasta su carrito
de plástico verde donde junta diarios viejos y latas vacías de gaseosa. El
carrito estacionado sobre Boedo. Camina la avenida. Se aleja. Bombón trabaja
todo el día. Bombón en aquella mañana de sábado, presencia que ya no es, y que,
sin embargo, sigue siendo.
Veo los
primeros números del periódico Desde
Boedo sobre “La mesa de soñar” en Margot. Rubén Derlis me presenta en este
preciso momento de la escritura al hacedor del periódico: Mario Bellocchio.
Regreso. Rescate. De vuelta a contemplar aquel inicio de amistad. Corrían
tiempos de encrucijada cuando el encuentro. Corren tiempos de encrucijada
cuando este ensayo de poema circule entre lectores. Rubén y Mario invitaban a
la escritura. Ser colaborador de Desde
Boedo. Aquella oportunidad y distinción de ayer, sigue siendo.
Estamos
sentados a una mesa. Nadie puede siquiera sospechar lo que está a punto de
ocurrir en Margot. El Tata Cedrón brilla de alegría. Me dice: Escuchá, escuchá.
Es un pibe con juguete nuevo. Pura emoción. Una hoja en su mano. Lee, tararea,
sueña su canto. Una letra: Palabras sin
importancia de Homero Manzi. Letra que nunca tuvo música. En manos del Tata
la dejó Acho, hijo de Homero. Ofrenda para la música del Tata. Ofrenda ocurrida
durante una caminata por Colombres, México, Boedo. Transcurre la media mañana
sobre la mesa. Soy testigo. Tiempos de compartir el barrio con el Tata. Amigos
de café, comida en casa, tinto y sobremesa. Aquello que ya no es, y que, sin
embargo, sigue siendo.
El poeta
lunfa, el Profe Ricardo De Biase, acaba de sentarse a “La mesa de soñar”. Transcurre
la charla y las miradas por el ventanal que da a Boedo. Una mujer -que hoy nubla
su nombre- es la tercera presencia en la mesa. El Profe acaba de quejarse de su
alimentación precaria. Vive solo. Un bohemio. Viene desde otra Buenos Aires. Ella
pregunta si come pollo. Para decir más claro, el Profe retira la pipa de su
boca, y pronuncia doctoral: No, pollo
comen los suicidas. Luego hace silencio, como si estuviera procesando la
próxima línea de un poema, y concluye: Los
pollos, cuando tienen hambre, se comen
entre ellos, no hacen nada, no caminan, no cogen, un asco. Sigo escribiendo
sobre aquella escena que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Pasan los
años, y la escritura continúa. Además de las bondades de un poema de
fantasmagoría, me digo, es también cierto que en el velorio del Profe supe que
no era él a quien veía en el ataúd. Se cerró la tapa a unos metros de San Juan
y Boedo. Pero en eterno mientras tanto
el Profe sigue de pipa y sabihonda filosofía en Margot.
Distintos
Margot transitan el río del poema que habla de aquello que ya no es, y que, sin
embargo, sigue siendo. La vida pasa veloz como avenida. Sobre la susodicha
velocidad se descubren hombres jugando el rol de los susodichos pollos. En esta
encrucijada, siempre presente la oportunidad, el llamado de los adoquines del
pasaje. El pasaje como pausa y toma de consciencia. Como elogio de la lentitud.
Un regreso a la memoria. Volver. Regreso a Margot. Rescate mutuo desde tantos
aislamientos.