Neruda eligió
mirar el océano, junto a su compañera, desde la tumba. Estuve en la casa de
Isla Negra, frente al Pacífico. John Houston en su última película “Desde ahora
y para siempre”, basada en el cuento “Los muertos” de James Joyce, enfoca la
mirada hacia el amor: sobre algunas tumbas la nieve cae desconsolada. Nieva
sobre Dublín. Cuando supe que yo quería una tumba con forma de pirámide,
deseché la posibilidad del sol rabioso, lo odio, y en cambio imaginé la
eternidad rodeado de aire frío y arropado con nieve. Alejada de la casa, en el
parque, construí yo mismo la pirámide. San Martín de los Andes sería mi
cementerio. Mi mujer se rió. Me miró con lástima. Llegado el momento solo le
pedía silencio y discreción. En la comunidad siempre fui una sombra. Nadie
notaría mi ausencia. Todo quedó dispuesto para mi muerte. Pero la historia al
parecer no fue autorizada por el destino. Morí de forma repentina, casi súbita.
Tuve que dejar mi vida, mis quehaceres en el escritorio silencioso, dejé de
escribir allá en el sur. Ella me dijo que no me aguantaba más. Andate, morí
rápido. Tuve que dejar la casa y mi futura tumba. Planteé enigmas en sus
medidas que a nadie importan, hice mis cuentas como los egipcios, y tampoco se
cumplirán mis pintadas proféticas: soy la prueba del fracaso. Cuando nieva me
hago una escapada y le tomo una foto. En la última, ella y su nuevo faraón
intentan retirarle la nieve. Lo hace con cada nevada para que no tenga ni
siquiera la posibilidad de imaginar el sueño cumplido. Ella sabe que vuelvo del
más allá. Al final, cuando nieva muero entre los árboles.
domingo, 22 de junio de 2014
lunes, 16 de junio de 2014
Sepia (La foto, Diario Tiempo Argentino: 15 de junio 2014)
Hay momentos en
que los colores de un paisaje suspenden sus funciones vitales. Ocurre ahora
mismo: la mujer camina dentro de un cuadro que muta. Desde este banco de madera
veo claramente la presencia viva y envolvente del aroma, que solo esta vez
simulará ser un color. Cuando un paisaje torna sus silencios hacia el sepia, el
tiempo se dispara alto en el cielo, y aquello que era rodeado por una mañana
más, deviene al instante en final de último atardecer. Las fronteras entre los
reinos atenúan su decisión, el aire se hace niebla, y las sombras se
transforman en decididas espectadoras. Puede que el sol en su retroceso
produzca un leve silbido en la escena, pero no estoy seguro. El paisaje que llega
a su centro sepia es como la memoria de un hombre mayor, pierde contornos, deja
escapar detalles: los pequeños habitantes de historias sin importancia. Se
purifica y aligera el alma porque se presiente que el final de la gran historia
se acerca. La mujer sabe que va hacia su muerte en sepia. Escribí una serie de
relatos mínimos, pero quedaron en la nada del aroma, que es testigo y parte
mientras no arremete. El título fue “En sepia”. Nunca lo publiqué. El aroma
sepia, en el único instante en que atenta contra el paisaje todo, se funda
sangre adentro de la persona atravesando la piel de la cara. Anida unos
instantes entre los ojos, donde se guarda la memoria. No se respira mientras
sucede la mutación de la luz, de la historia. La mujer camina hacia su muerte.
Lo sabe. Va hacia la niebla del puerto, que siempre está más allá del encuadre.
Recuerdo el día en que caminé sobre el aroma.
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