Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

jueves, 6 de octubre de 2022

Desde el Cao



Escuché el llamador en la memoria. Otra aparición. Fantasmagoría en medio de la escritura. Desde el más allá del cielo de Boedo y San Cristóbal saltó sobre la cubierta del barco Guillermo Pérez Bravo. El buen fantasma del Gallego apareció mientras trabajaba en un texto sobre Buenos Aires. El susodicho texto lo pedía mi amigo poeta José Muchnik. Texto para acompañar la reedición de su Guía poética de Buenos Aires. Invitó el poeta a un puñado de escribas. Todos ellos sentados a una mesa de amigos en el Margot. Sucedió entonces que el Gallego se descolgara en la cubierta de una tinta que intentaba decir Buenos Aires, nuestra galaxia. Pasaron unos días. Luego de aparecido en el texto, Guillermo regresó eterno en la fotografía que le tomara Mario Bellocchio. Primero volví a lo escrito cuando supe de su muerte, en agosto de 2012. Y luego a la nota publicada en Desde Boedo en abril de 2011. Su título: Navegar mar afuera. No tenía consciencia de la cercanía de las fechas. Seguí el impulso. Trepé al árbol donde guardo casi todas las charlas que mantuve con viajeros de Buenos Aires. La idea siempre fue escuchar aquello que el otro contaba, el elegido, el que bien podría ser personaje de novela o que ya lo era, porque viajero él en el barrio, la ciudad, y viajero él en la crónica, la novela o el poema. La susodicha ciudad en su escritura cotidiana. El Gallego timoneaba el barco interior del Cao desde detrás de la barra. A lo largo de la misma se disponen los tres mástiles que sostienen el cielo del bar. Tiré de la sortija en el árbol donde guardo lo dicho por tantos viajeros, y fue rescate la tarde de un día de marzo de hace años. ¿Y eso?, preguntó. Yo no había avisado de la presencia del grabador.

Regresa. Vuelve. Retorna. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Aroma de barrio. Matheu e Independencia. Esquina de ochava vidriada. Las mismas baldosas que gastaran los hermanos Cao. Los charlistas sentados ya en la órbita de la mesa de café. El Gallego detrás de un Fernet. Regresa el murmullo del bar. El de la vereda. La voz que cuenta. La que pregunta. Las que pasan cerca de la borda. Los autos en la avenida. La tranquilidad del Guillermo Pérez Bravo, dibujante.



Recuerdo que el Gallego sintonizaba la radio en el Cao, entre tango y rock encontraba momentos especiales de Los Beatles, Led Zeppelin, Deep Purple. Navegar mar afuera, un tema de Quemar (álbum de Deep Purple) sigue sonando cada vez que vuelvo a lo dicho aquella tarde. El tiempo, el mar se escurre entre las historias: Nací en Galicia, en el pueblo más lindo de Pontevedra, O’Grove, fundado por una familia de origen celta. A los cuatro años me trajeron para acá, soy más porteño que gallego. En el año 90 tuve la suerte de recibir un dinero de una casa que se vendió allá, me lo dio una tía, me dijo: es para vos si prometés que vas a ir a conocer el pueblo. Fui, allá viví un año. Soy del 49, volví a los cuarenta. Tuve el tino de llevarme los pinceles para pintar letras de publicidad, acá laburaba de letrista y hacía un poco de fileteado. Me encontré con que allá pintar los vidrios no se usaba mucho. Al principio tenía guita, pero después tuve que laburar. Ofrecí mi trabajo en una ferretería y ni siquiera pasé presupuesto, arreglé el pago para después, que mandara el resultado, y así fue, me pagaron más del doble de lo que yo tenía en mente. Les gustaba el toque que le daba a las letras y me empezaron a conocer. Fui un poco a hacer la vida de mi viejo, que fue marinero, entonces iba a todos los boliches donde paraban ellos, compartí vinos, me agarré unos pedos mortales, hice amigos marineros. En el verano levantan los barcos para calafatearlos, pintarlos; empecé a pintar barcos, a pintar sus nombres. No les cobraba, me daban lo que ellos querían, me parecía mal cobrar por hacer algo que para mí era un placer. Me llamaron de un bar para pintar un mural, yo había trabajado acá con un grupo de docentes muralistas, el fundador del lugar había muerto y también había sido pescador. La hija quería pintar su retrato, me dio una foto del viejo remando en una dorna gallega, una embarcación pequeña de remo y vela cuadrada, y me indicó la pared del boliche, lo hice y me pagaron una enormidad de guita, dije que me parecía mucho, pero estaban conformes: el trabajo al parecer lo valía. Siempre me impresionó la actitud de los comerciantes, yo estaba acostumbrado a los de acá, que siempre te pichulean el mango.

Una vida dibujando mientras la calesita con sortija gira en la orilla de una ría, cuando el sueño del mar entra a la tierra: Toda la vida dibujé. Digo que a mí me nació. Qué sé yo, a los siete años copiaba historietas. Cierto que mi viejo dibujaba muy bien, pero él no se dedicaba al dibujo, él hacía maquetas en miniatura de barcos veleros, tengo todavía un par de ellas en casa: la última, una goleta de tres palos sin terminar. Siempre me impresionó ver cómo hacía su trabajo, los detalles, las roldanas, los mástiles, las sogas, con una navajita, sin clavos, todo encastre, creo que un poco puede venir por ahí. Mi viejo tenía el pueblo en la cabeza, un pueblo que da al mar, a la ría, todos sabían de barcos, especialmente de veleros, los tipos se manejaban la vida pescando. Desde ya que todo ese laburo artesano jamás se lo pagaron bien, los hacía y después prácticamente los tenía que rifar.

A Mitad de los ’80 fue cinco años a Estímulo de Bellas Artes a tomar clase de modelo vivo: Había tomado una velocidad impresionante con el dibujo. Mi ídolo era Toulouse-Lautrec. Pero después quedé marcado por todo el movimiento impresionista, con su ruptura.

Su abrir la puerta para salir a jugar: Laburo mucho con el automatismo, empiezo a tirar líneas sobre el papel y voy encontrando formas. Soy figurativo, pero ejercito el ojo de esta manera, puede haber un disparador externo, pero no necesariamente. En definitiva trato de encontrar distintas maneras para entrar al juego, porque de eso se trata.

En el juego íntimo: Con el dibujo soy un anárquico, no hay vuelta, ante todo dibujo para mí, lo hago por placer, no dibujo para ver qué pensás vos, desde ya que si le gusta a la gente mucho mejor. Funciono con las ganas, como ser ahora hace meses que no hago nada, no hacer no me asusta, pero me doy cuenta de que algo me falta, es mejor si vivo dibujando. El placer primero es para mí, y es además una excelente terapia, cuando estás dentro de un dibujo te olvidás del mundo, te olvidás de lo que pasó acá adentro, qué problema tengo con mi mujer, estoy ahí, en el dibujo.

Cuestión de principios: No me considero un artista, yo dibujo, intento crecer, pero no tengo techo, una meta, yo no dibujo para vender, de hecho agarré este trabajo para seguir haciendo lo mío. Siempre estoy desconforme con lo que hago, nunca me la creo, ni siquiera cuando el elogio viene de parte de un artista como Jorge Meijide, que es un amigo. El asunto es seguir encontrándose con uno. Las apariencias del mercado no me interesan, podés putear por las injusticias que genera, pero la cuestión del arte, de aquellos que se acercan a la categoría, pasa por otro lado.

La mirada desde la cubierta del Cao: Detrás de la barra, en algún papelito, siempre dibujo algo, un esbozo mínimo, una mujer que me interesó, un viejo leyendo el diario, en Estímulo aprendí a plantar una imagen en poco tiempo. El trabajo me gusta, este es un lugar que está vivo, la gente lo hace así, viene gente de valor. No creo que pueda vivir solo dibujando, en algún lado soy bastante vago, soy de dar mucha vuelta, porque tengo fe en mi facilidad y rapidez, y muchas veces me pierdo en la contemplación. En mi caso no sé si dejaría de trabajar en un lugar como este, por esto que te digo, la gente, que es muy interesante, acá vienen artistas como León Ferrari, que tiene el taller cerca, y Jorge Nigro, el hecho de que vengan a este bar para mí es un aliciente. Es mi trabajo, pero tiene un agregado. No podría dejarlo porque necesito comer, con mis pinceles siempre viví galgueando, estoy obligado a tener algo seguro, y pienso que no está tan mal, peor ser bancario o trabajar en una oficina: acá nunca es lo mismo. Sigo haciendo lo que quiero hacer, dibujo, y siempre hay que pagar un precio, porque guarda, está todo bien, pero esto sigue siendo un trabajo y como en todos, también se putea.

El Gallego de regreso. El salto sobre la cubierta de mi tinta. Escucho la charla en aquella tarde. Busco lo publicado. Escribo esta tinta para otra vuelta bajo el sol. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.

Foto de Mario Bellocchio