miércoles, 18 de septiembre de 2013
Una historia para Julia (XLVIII)
En un recreo hasta ahora no anotado de este
invierno, es decir, solcito, nada de viento, y una verdadera apariencia de
primavera, fuimos con los abuelos Olga y Gustavo, y mamá Evangelina hasta el
Náutico. Creo que ya te conté que el Club Náutico Gualeguay tiene mucho que ver
con la infancia de mamá. La tarde estuvo perfecta para tus gritos de alegría en
la hamaca, y para una novedad: el río. Y a la presencia del agua y los pájaros
en la otra ribera, descubriste la arena cuando caminábamos bien cerca de la
orilla. Te sentaste y empezaste a escarbar, y a desgranar pequeños terrones de
arena. Se me ocurrió entonces buscar alguno más grande para tirar al río.
Primero llamó la atención el impacto, y enseguida el dibujo en el agua. Mirabas
muy interesada, pero te aseguro que esa tarde en realidad escuchaste la música
apacible que se movía sobre el agua del paisaje.
Una historia para Julia (XLVII)
La primera vez que cruzamos narices, vos
estabas en el corralito. Me arrodillé, te miré por entre los agujeritos del
tejido de protección, y avancé. Me copiaste. Avanzaste y embocaste tu nariz en
un agujero. Yo retiré la mía, y busqué el roce con tu nariz, que había salido
al patio. Cada vez que enseñabas la nariz al exterior, yo me arrodillaba y
repetía el juego. Mirabas sorprendida. Sucedió pocas veces. Después busqué,
esporádicamente, el roce de nuestras narices. Te hablé de hacer naricitas, me
acerqué y toque tu nariz con la mía. Hasta aquí la historia de este juego. Pero
hace una semana se agregó algo más. Te pregunté, sin pensarlo, como tantas
cosas que decimos con mamá Evangelina sobre vos, haciendo juegos de palabras, pronunciando
las pavadas más simples: Julia, ¿hacemos naricitas?, y entonces la sorpresa.
Estabas sentada en la cama grande. Me miraste y en un segundo adelantaste la
cara, es decir, tu naricita. Mi nariz llegó a la tuya y al mimo. Te sonreías.
Tu cabeza fue para atrás, y luego volvió a avanzar: al frente tu ñata. Ahora,
para que sea fiesta, no tengo más que preguntarte. Las palabras y sus
significados ya empezaron a hacer sus magias.
Una historia para Julia (XLVI)
Me pasó varias veces mientras caminaba Buenos
Aires. Me pasó, creo, después que entré en mis años 40. Cada vez que veía a un
hombre de mi edad caminando de la mano con el hijo, chiquito, como ahora sos
vos, Julia, lo miraba y sentía, y entendía, que algo muy importante me había
perdido. Quiero contarte que cada vez que salimos a la vereda, a media mañana
de este invierno, a caminar hasta las dos esquinas, y a saludar a Enrique y
Mariano en el almacén, pienso en aquellos días de gran ciudad cuando yo
caminaba sin llevarte de la mano. Hoy te acompaño los pasos, eso parece, porque
en realidad sos vos la que ya acompaña los míos. Nos vamos de la mano. Tuve
esta gran suerte en mi destino. Caminamos la vereda de Carmen Gadea 222, donde
nos espera mamá Evangelina. Caminamos haciendo la vida. En Gualeguay, Entre
Ríos.
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