Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Chau, Viejo

Rolando Lois por Alejandro Lois.

Mi viejo, Rolando Lois, desde hace un puñado de días, vive su muerte en el Boedo del más allá. Una vez me dijo: Me hice hombre en Boedo. Escribo esta memoria desde su barrio, el mío.
Mi viejo me contó de su vida como pibe que jugó billarda sobre Independencia, entre Castro Barros y Colombres, allá por los ´40, cuando el colectivo 26 o 56 utilizaba las vías del tranvía 76. Corrían los días de la Segunda Guerra Mundial y no había caucho para ruedas bondineras. También contó de cuando fue más grande, y festejó sus 18 con amigos (el Tigre Millán, los hermanos Vivas, Juan Salvini, Ernesto Bruguera, Osvaldo Garboza) en el boliche conocido como El Derrumbe, y que después hizo noche de muchacho en el Arco Iris, donde era común que estallaran los vidrios de las ventanas gracias a vuelos descontrolados de gruesos vasos de cerveza.
Siempre trabajé los recuerdos de mi viejo con la escritura. Varias notas aparecieron en Desde Boedo. Contaba a mi viejo, y con él al Boedo, al Buenos Aires de ayer. Escuchar, grabar los sucedidos en distintos momentos de su vida, luego darles forma de una nota para el periódico, o moldearlos con otras apariencias, por ejemplo: una crónica del desalojo de la familia, cuando Rolando tenía unos 10 años, y fue testigo de la resistencia al sistema de papá Julio Martín; o la de un simulacro de novela, una larga confesión de vida que une algunos de nuestros recuerdos en la memoria de un personaje único, trabajada entre 2011 y 2013, y que lleva por título: Sombra y garúa. Quehacer del oficio que constituyó una de las sintonías o de los puentes tendidos entre nosotros. Pensé a veces, a lo largo de los años, mientras mi viejo se hacía más viejo, que entre mis manos guardaba una carta decisiva, una parada fuerte de esquina, para cuando llegara el momento de su partida. Está hecho el trabajo de cronista. Estas líneas son prueba. Sin embargo, mientras escribo y pienso en él, no encuentro entre mis almas más que tristeza y dolor.
La noticia (óleo)
Descubro hoy la extrañeza que significa andar por este mundo sin padre, sin el padre que tuve, y ello dicho por encima de nuestras diferencias, porque las hubo. Descarté a consciencia maneras que no me gustaban para mi vida, mientras trato de soltar otras, las que viajan enraizadas desde toda construcción. Mucho tomé de él como feliz modelo. Tuve a la vista, desde el inicio de mis ojos de pibe, al hombre que definiéndose trabajador en la vida y en el arte, sabía que se debía, ante todo, a una postura ética, a una defensa de su identidad. Mi viejo como eterno habitante de su barrio, la ciudad. Un trabajador, pintor de brocha gorda para parar la olla, y pintor de finos pinceles que abrevaban sobre una paleta al óleo en gamas bajas. Mantuvo su decisión: el artista plástico existía después del pintor de obra, para no descuidar a la familia. Nada faltó en casa del obrero. Nunca arrió sus verdades artísticas. Nunca pagó favores a su pintura. Rechazó premios regalados. Jamás bastardeó su quehacer como artista. Fue artista pintor en su trabajo individual, y fue artista pintor asumiendo puestos directivos en la Asociación Estímulo de Bellas Artes y en la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos (SAAP). Aprendí señales que desde su pintura pasaron a la escritura de mi vida.
Durante los primeros días de internación, pudimos arreglar algunas diferencias, y entonces se dio la oportunidad de decirle lo agradecido que estaba por tenerlo como padre, que guardaba feliz memoria de mi padre. No dijo nada. Sé que le gustó escucharlo. Recordé además aquellos viajes iniciáticos, para el pibe que fui, desde el Martín Coronado de infancia a la Capital, a visitar amigos, lugares históricos, y recorrer exposiciones de arte en las galerías. Fui feliz en esas expediciones. Y le conté el primer recorrido de Julia, mi hija, su nieta de siete años y pico, junto a papá por una Buenos Aires que no dejó de sorprenderla. Caminar junto a Julia por la gran ciudad fue volver a caminar junto a él. Regalos para la memoria, como cuando mi viejo me llevaba a la cancha. Eran estadios cercanos a casa, y partidos entre equipos chicos. Supe así de la maravilla que era ir a ver fútbol, y conocí el sabor eterno que tendría el pancho del entretiempo. Así de numerosas las sintonías del arte que ofrendó mi viejo.
Foto: Mauricio Echegaray
Fui testigo de su último sufrimiento. Una semana que se hizo eterna herida. Fui testigo también de la fortaleza, el valor, de mi hermano Alejandro, de la tristeza de Adela, mi vieja. Cuando a esta historia le faltaba el final cantado, en la noche del desierto, viendo el sinsentido de la pelea contra la neumonía vencedora, recordé a mi amiga: la poeta de la ciudad/río de Gualeguay: Tuky Carboni. Leyendo su poesía había sentido la presencia de su Dios. El Dios de Tuky se abraza a la palabra de la naturaleza, al tiempo, los sueños, la calma, la comprensión. La poeta me incluye en sus oraciones a ese Dios: pide para que mejore mi vida en estos tiempos confusos. En la madrugada pensé varias veces el pedido que a la mañana siguiente iba a hacer a Tuky: Pedile a tu Dios que se ocupe de la partida de mi viejo, el ateo, como ateo es su hijo. Escribí en otra página: Vi a padre / el ateo / ser crucificado / durante una semana: / una pierna sobre otra / brazos a los lados / calzoncillo blanco / la cabeza volcada a la izquierda / sobre almohadoncito / que hizo madre / para confort en cada diálisis. // Vi a padre / el ateo / ser crucificado / sobre la última cama / la del dolor / la vez que se llegó / hasta la humana tierra.
Esa misma noche pensé en sus amigos muertos. Murmuré al oído de mi viejo los nombres que fueron apareciendo: Juan Carlos De Mare, Néstor Berllés, Eolo Pons, Rodolfo Medina, Héctor Tessarolo, Salvador Linares, Luis Dottori, Juan José Cartasso. Corté la enumeración y les pedí que se llevaran a mi viejo. Lo mismo hice con sus padres, mis abuelos, porque mi viejo había sido el bebé de Ángela y Julio.
Todo ayudó para su partida. Se dio de dos maneras diferentes durante el 13 de noviembre. Su respiración cambió entre las 3.30 hs. y casi las 7 de la mañana. Fue un tiempo en tranquilidad. Tomaba sus manos, acariciaba su pelo. Cambiábamos miradas, los dos sabíamos. Cerca de las 7 me di cuenta de que mi viejo respiraba, pero ya se había ido. A las 4.30 de la tarde, también en tranquilidad, su corazón dijo basta. Tiempo de silencio, beso en la frente y llanto.
Mi vieja me contó que el último día, antes de salir para un nuevo turno de diálisis, mi viejo le dio pista del sueño de la noche anterior: estaba en un asado grande, todo un festejo. Dijo mi viejo que estaban los amigos y los familiares muertos. Dijo que él era el único vivo.
Junto a su colección de pinceles de artistas (donada a SAAP)
En Sombra y Garúa escribí: Una sola tira de asado marchaba con lentitud sobre la parrillita móvil que tengo en la terracita. Y como siempre me ocurrió a lo largo de los años, se hizo presente el exceso. Para qué tanto fuego, podría haber preguntado el Tigre Millán, lo mismo Ramón, el paraguayo, Berllés o De Mare, el “pintore ingenuo”, pero ninguno dijo nada. Se dedicaban a mirarme y guardar silencio. El asadito tuvo lugar a fines de octubre… Asado a finales de octubre o principios de noviembre.
Pienso en los amigos, otra de sus artes bellas. Pienso en los avisos del espíritu, en los avisos de la carne, y también pienso en las señales -pura sintonía poética- que irradia el más allá de los humanos, las criaturas que disfrutan la maravilla de la vida sabiendo que todo llega.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Liliana Moreno: Pan y Arte


El telón se abre sobre Boedo 876. En el silencio de la sala chica del teatro Pan y Arte Liliana Moreno, su creadora, hace contacto con el afuera, se cuenta para su barrio. Queda a la vista una historia de vida, una manera de sostener la mirada.
El origen: Soy nacida en Mendoza, en un departamento del norte, cercano a San Juan. Tierra de calores fuertes y viñas. Crecí en una viña, soy del campo. Aunque estudiaba en la ciudad, me considero una persona de campo, por las costumbres, por mi forma de ser, porque ese fue mi paisaje, y el paisaje de afuera también es el paisaje interno.
Un encuentro fundacional: Descubrí el teatro en la escuela secundaria. Fue muy fuerte. Me veía personificando a un ser con el que no había tenido contacto, un ser o la referencia de un personaje de tal o cual manera. La profesora me dijo que tenía que hacer teatro. Me interesaba por la psicología, pero decidí estudiar Artes Escénicas.
La poética del destino en el mientras tanto de un paisaje que se renueva: Me casé, tuve hijos; mientras hacía teatro trabajaba, en fin, las cosas de la vida. En un determinado momento viaja a Mendoza Carlos Gandolfo. Yo integraba el elenco de la universidad. Me elige para ser una de las “Tres hermanas” de Chejov. Quedé flechada con su trabajo. Por falta de presupuesto el proyecto no se hizo. Quedé loca. Quería estar en Buenos Aires para saber de qué se trataba esa forma de actuación. Una vez acá, llegué en el 84, estudio con Agustín Alezzo, con Augusto Fernándes, tengo una formación importante. Ellos se forman con Hedy Crilla y le dan forma a la nueva actuación con técnicas de Strasberg, Stanislavski, que tan bien nos define como actores. Compramos con mi marido una casa cercana a los terrenos que fueran de San Lorenzo. Empezamos con un proyecto que era: Una empanada para el teatro. La casa funcionó como teatro, además con mi hijo vendíamos empanadas por la calle. En la casa se daba teatro, clases, dábamos de comer al público; me limpiaba la harina de las manos y daba clases.
Una vuelta de tuerca sobre el origen de Liliana Moreno: Un día le dije a mi compañero: Yo quiero un lugar sobre Boedo. El hecho de haber llegado a este lugar es algo mágico. Nunca tuvimos un capital financiero. Hipoteca a cinco años. Yo digo que a veces los lugares están signados, uno los elige, pero los lugares también te eligen. Siempre digo que Boedo se apiada de mí como mendocina que soy; me dice: No, quedate acá que el cielo está más cerca; porque yo no veía el cielo en Buenos Aires con tanto edificio, y en Boedo se ve, porque hay “algo” en la permanencia de las casas bajas. Es un barrio con una identidad auténtica, fuerte; estoy impregnada de esa identidad, y realmente es mi casa, las callecitas son mías, el barrio es mío, el cielo de Boedo, el tango. Empezás a enamorarte, a quedarte en el lugar.
En Mendoza y Buenos Aires la misma pertenencia: Como mujer mendocina de campo, soy muy trabajadora, sé que importa la labor, soy una obrera que cambia un tacho en la casa y amasa el pan. He generado este espacio desde ese lugar. Soy hija del teatro independiente. La única manera que había en Mendoza. Estudié en la Universidad de Cuyo. Tuve la suerte de tener un director que fue a buscar estudiantes a las villas. Vengo de los 70. Tuve todos los gobiernos: Lanusse, Cámpora, Perón, Isabelita, Videla. Todo eso mientras estudiaba. Pero tuve la gracia, la suerte, de transitar un estudio con técnicas de Paulo Freire, fui de la escuela con formaciones estrictas hasta pertenecer al alumnado que se ubicaba en rondas, y donde el alumno podía decir lo que pensaba; Fui parte de puestas de teatro en las villas. Se generó en mí una consciencia de trabajo artístico que, cuando llego a Buenos Aires, sintió un impacto al ver el teatro de producción. Después me encontré con la gente que hacía teatro independiente. Hago teatro desde ese lugar y acá estoy.
Una pequeña gran historia de Pan y Arte: En 2020 cumplimos 20 años. Fue duro el comienzo en Boedo. Sobreviví. El teatro funcionó primero abajo, donde ahora es el restaurante. Me divorcié en 2003 y quedé sin ingresos. Este espacio me quedó, era mi vivienda. Desarmé el escenario, y empecé a dar de comer a la gente que venía a una clase de tango que daban unos amigos. Durante la gestión de Ibarra, yo estaba con la habilitación de club de barrio, y me llega la posibilidad de habilitar la sala que ya no tenía. Pregunté si la podía hacer en mi casa. Se podía. Mi hijo me ayuda a tirar paredes y empieza la sala. Restaurante abajo. Después mi hijo unió las dos terrazas, hizo unas gradas, y fue primero teatro al aire libre. Luego hicimos el tinglado, y hoy es una sala muy codiciada porque tiene un espacio escénico interesante.
Pan y Arte, dos sintonías, el mismo sueño, una misma manera de andar sobre el escenario: Es una especie de isla. Voy generando cosas. Salgo poco. El restaurante es como el productor artístico del teatro, porque es complicado que por sí mismo genere dinero. Una empanada para el teatro.
Hoy en Pan y Arte: En este momento trabajo en una obra de Griselda Gambaro: “Es necesario entender un poco. Los desdichados no se reconocen”, muy de estos tiempos, porque uno a veces se encuentra con gente y se dice: pero si está padeciendo, por qué no nos reconocemos, si somos iguales. Es el viaje iniciático de un muchacho que va a la vida y le pasan muchas cosas duras, difíciles, se encuentra con la locura, la miseria, la muerte, el egoísmo, y vuelve al árbol que lo vio caer. Soy la madre, las escenas con ella funcionan como  prólogo y epílogo.
Una mirada esperanzadora en los tiempos del destructivismo: Creo en los sueños. Es lo único que nos sostiene con cierta vitalidad; estar presente, estar vivo, es soñar. Me siento viva y que pertenezco mientras estoy actuando. Esa soy. Es lo que más me representa y mantiene con oxígeno en estos tiempos. Por supuesto que sería bueno que el teatro nos diera para vivir, y no tuviera que hacer empanadas. Pan y Arte recibe todos los subsidios posibles, pero es duro pagar las boletas de luz, gas, agua, alguien que limpie; apenas sostenemos el lugar. Y lo sostenemos porque pienso, con un poco más de esperanza después del 10 de diciembre, que podemos tener otro aire, porque es muy difícil. Al menos voy a sentir que la gente que nos gobierna no es mi enemigo, sino un aliado en el dolor y en lo que nos pasa. A esta gente que nos está gobernando no le hemos importado absolutamente nada. Tengo problemas financieros con el restaurante, que es mío, igual el teatro, no pago alquiler, tengo todos los empleados en orden, y es casi imposible. Ahora tengo recicladas las energías por las elecciones. Creo que siempre hay una hendija por donde encontrar la luz. Hay que seguir los sueños, no hay que declinar, porque nos hacen estas cosas para que precisamente dejemos de soñar, para recluirnos y enloquecernos; la gente estaba triste, mucha hostilidad. Son tiempos para trabajar en el barrio, para que la gente del barrio conozca lo que se hace en él; hay que estar mucho más en la calle, por eso existe el teatro sobre Boedo, tenemos luces en Boedo.
En Pan y Arte de Liliana Moreno las entradas al teatro son de precio accesible (público 300 / jubilados 250 pesos). La obra de Gambaro va los viernes a las 21 hs. El teatro de Boedo necesita del apoyo del vecino.
En la memoria de este cronista de barrio se guarda la emoción de escuchar la palabra, y contemplar la expresión de Liliana Moreno, la hacedora, una romántica.