Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Paisaje desde el puente



Elijo el tipo de letra. El tamaño de la fuente. Ojalá que el paisaje aparezca bastante justificado. Aire entre líneas. Párrafos al viento. Insertar números de página. Apenas un puñado de saltos para contar este paisaje donde se ahoga el día. Inicio esta tinta a finales de noviembre del año triste. El 23, uno más. Trato de subir, aferrado a mis almas, al puente. Desde todos los que soy, escribo mientras pienso en “nosotros”.

Escribo pidiendo permiso. Casi que me obligo a decir, a decirme. Tanto miedo. Un destino de condena. No importa el destino personal. A esta altura de la novela propia, ya no. Mi cuenta regresiva, ya no. Importa la historia triste de los otros. Porque la patria -con todos los pifies y desencantos que se puedan enumerar- sigue siendo el otro. Un pelotazo en la boca del estómago me llega desde una mañana de infancia. Quedo sin aire. Una eternidad sin aire. Y entonces, cómo decir el mal del espanto. Porque ellos. Los ellos han regresado. Cuchillo y tenedor a la mano para iniciar el desquicio. A degüello, a degüello, la flecha indicativa de estos tiempos. Resulta más fácil el tajo que trepar al árbol soñando, sumando en la esperanza. Cuchillo y tenedor, y motosierra.

Y sin embargo la esperanza. Anoto, pero me cuesta. Pienso en la esperanza que guarda toda resistencia. Es un deber. Un derecho. Visito ideas. Escrituras. Memorias. Escucho. Decirme y decir a otro que pueda ver en el desastre que viene. El futuro ya llegó. Un viejo desastre parido en la dictadura, y renacido en los 90 para todo consumo. Un desastre acentuado. Porque de dos desastres venimos. La toma de deuda destructivista del signo de amarillo, y después el más puro chamuyo de la albertencia.

Una intención a la vista. Declamada a todos los vientos. Palabras claritas durante toda la campaña de los habitantes del cuartel que guarda tropa a la derecha del dial. Esta vez nadie puede exhibir como atenuante que el arte de la mentira del maligno rey de amarillo ensució la cancha. En la encrucijada, los esbirros del poder económico, declararon intenciones. A la vista los dientes. La amenaza. La violencia física. La primera violencia en la palabra. El odio. Nadie mintió en esta vuelta de calesita sin sortija.

Es la vida una realidad sujeta a las tormentas, los desbarajustes, que el capital origina para reacomodar moneda, poder, y escenario acorde a su intención. Lo dicho, en esta vuelta de ruleta rusa que toca al país, nadie mintió. La esperanza tiene que ver con tener cinco casilleros libres, y uno solo ocupado. Ahora, qué sucede cuando el seis luces lleva tambor completo. De primera reacción, el espanto. La pregunta. Por qué se permitió que se abriera la puerta de casa a semejante amenaza. Por qué sucede lo que sucede. A quién beneficia. ¿Es que una sociedad puede ser suicida? Mayormente, me digo, casi todos, tenemos memoria de cada una de sus malas intenciones. Es maligna palabrería que ya ha sido escuchada, leída. Ya se ha cobrado víctimas. Ha dejado el país en ruinas.

En la memoria sabemos que fuimos derechos y humanos. Que las Madres. Que la Plaza. Sabemos del horror en Malvinas. Sabemos que una vez la democracia. Que hubo juicio a las juntas militares. Que el escritor oficial dio forma comestible a los dos demonios. Que el punto final y la obediencia debida. Que el miserable de Anillaco. Que el 2001. Que los monstruos de siempre. El helicóptero. Sabemos que casi no quedaron fábricas. También sabemos que un presidente pidió perdón. Que bajó los cuadros de los dictadores. Sabemos que el rey de amarillo arrasó la patria. Que después de abrir la puerta volvieron los mensajeros de nueva deuda. Sabemos que después llegó el chamuyante a mantener en su lugar los restos del naufragio. Sabemos que el poder judicial tiene dueño. Que la bala no salió. Sabremos que una motosierra no ronronea, sino que escupe violencias. Las nervaduras del odio. Sabemos, me digo. Pero también me digo que, desde hace unos años, la memoria viene de evapore sostenido. La inflación salvaje evapora memoria. La desesperación evapora memoria. La velocidad evapora memoria. Los precios del mercadito chino evaporan memoria. Las albertencias durante cuatro años evaporaron memoria.

Pienso en una sociedad donde la mayoría de sus habitantes ha sido reiniciada, acentuada. El acento en la ansiedad por el consumo. Por tener, por sobre todo en este mundo, lo mío. Lo que me corresponde. Aquello que necesito ganarme con decisión. Hay caripela de derrota. Están ganando aquellos que practican el egoísmo y la codicia. Personas a las que ya no les importa nada ni nadie. Durante noches de terror se ha ido perdiendo el mejor costado humano, la buena intención, la solidaridad. Es verdad, no todos, pero hay que saber que hoy los acentuados en las distintas sintonías de la velocidad, suman y comienzan a establecer mayorías. No es el país. No es sólo la región. Es todo un mundo que cambia de bordada, y se aleja de lo que podría ser una vida solidaria. En la lejanía el frenesí por el bolsillo del distraído útil que no sabe que el poder económico y sus secuaces lo han transformado en militante de la derecha. Sabemos de los grandes medios de comunicación. De propaganda. Lo dicho, sabemos del poder judicial. Sabemos que siempre están los que especulan con el dólar y los precios de los alimentos. Sabíamos de votar al verdugo amarillo o a cualquier esbirro de la oscuridad. Dicho sea de paso, la oscuridad es una, y siempre amenaza desde el mismo lado. La oscuridad de Mordor queda al extremo de la derecha. Los orcos llevan gorra y falcon. Un verde que mata esperanzas. La maligna oscuridad pertenece, desde el comienzo de los tiempos, desde allá por Mayo de 1810, a Mordor y sus variados disfraces.

Escucho radio. También el silencio. No veo cine. Tampoco tv. Desde mi lejanía renuevo imágenes en la memoria. Leo. Soy uno más en situación complicada. Sobreviviendo entre tajos gruesos. Antes estaba más atento al quehacer político de la vida en el país. No es que haya abandonado ideas. No. Pero la desesperación, la incertidumbre, el miedo, la velocidad, fueron desconectando una atención más comprometida. Aun así pude resistir. Pude seguir siendo en mis ideas. Pero pienso en tantos que no tuvieron la posibilidad de seguir siendo. Por tantos que se subieron sin poder preguntarse por el violento que hacía su show por tv. Por tantos que salieron un domingo fatídico con todas las ganas de simplemente patear el tablero. Por tantos a los que se los lleva puesto el odio. Un poema triste sería sumar las causas que nos llevaron hasta el nuevo presidente. Ni hablar del gabinete de ministros. Muertos vivos no queridos que están de regreso. Si fui nazi, pido disculpas, dijo uno de ellos.

Hay tanta amenaza de ajuste económico. Tanto es lo que descalabrará la religión del mercado. Pienso en el precio de los alimentos. En los servicios. Lo por venir también es despido de trabajadores y achique del Estado. Hay que sufrir, dijo la libertad. Los caídos, llamó -me llamó el mandamás- a todos aquellos que se muevan cercanos al último palo del gallinero. La casta va a pagar. Mentira, pagarán con sus días los que siempre pagaron. Es la única mentira. El pago de todo aquello que choquen, será del pueblo. Otra vez sopa. Una sopa espesa y malsana, rebosante de consecuencias.

Escucho radio. Escuché por ahí a algunas voces jugando a la crítica a lo por venir. Pero no sin antes sonar políticamente correctas, limpias, impolutas, y afirmar que ¡ojo!, ojalá que le vaya bien. No. Error de errores. No quiero que le vaya bien al míster de la motosierra. Porque si a él le va bien y hace lo prometido, habrá millones condenados. Él es uno de los ellos nacidos para la codicia en una religión salvaje: el capitalismo de estos tiempos. En cambio, nosotros, el pueblo, nacimos para encontrarnos dentro de una vida justa y digna.

La mayoría votó el pogo del payaso asesino. El pogo frente a las urnas donde los escombros del país.

Incertidumbre. Tristeza. Asombro. Espanto.

Esperanza. Conciencia. Calle. Resistencia. Memoria.

Decir, decirme desde el puente de la escritura. A manera de resistencia. De seguir siendo en el otro, la patria.

  

viernes, 8 de diciembre de 2023

Mirar desde el puente



Me gusta mirar desde los puentes. Desde las maravillosas bondades de los puentes. Puente peatonal sobre el asfalto. Simple. Cotidiano. Personal. Íntimo. Puente sobre las vías ferroviarias. En sociedad. Mirar desde el puente mientras pasa el tren. Allá abajo, en el cauce. Tiembla el puente. Tiembla el hombre que mira. Tiemblan los viajeros en el tren. Me gusta mirar desde los puentes. Pasados y presentes. Sigo viendo el viejo barco de río sobre la tierra. Escombros a metros de la orilla del río ancho visto desde el grande puente. Lo sigo viendo. Una manera de regresar en el sueño.

Recuerdo los puentes de madera en algunas esquinas del oeste de la provincia de Buenos Aires. Los días de lluvia. Cuando se inundaban ciertas encrucijadas. Como la esquina de mi casa de infancia. El asfalto terminaba en beso con la calle de tierra. Detrás de la calle, el alambrado avisando terreno del ferrocarril Urquiza. Luego el terraplén y la vía que lleva el tren. Que lleva a los viajeros de la vida. El asfalto se hacía río, y pileta hasta la media cuadra. Inundados los patios, las casas de los vecinos. No había dónde llegar. En esa esquina nunca hubo puente. Sí lo había a unos doscientos metros por el caminito que bordea la vía y acerca hasta la estación de Martín Coronado. Desde ese puente veo señales de la infancia. Captura renovada de renacuajos y ranas. Otra vez a cortar cañas para hacer barriletes. El pequeño cañaveral al costado de la vía. A metros del puentecito de durmientes. Así lo llamaba el piberío: el puentecito. Fijo sobre las aguas sucias de la zanja que pasaba bajo las vías. Y que venía del siempre acechante otro lado de la vía. Un túnel amplio de cemento que invitaba al juego de esperar el paso del tren. Nosotros, los pibes, dentro del túnel. Estruendo y griterío. Todo un desafío. Un triunfo. Me vuelvo a ver desde el puentecito. Ahí estoy, entonces me anoto en esta memoria. Desde pibe dentro del túnel. Pasa el tren. Y sin embargo, no grito. Apenas miro desde el puentecito. Digo que siempre estuve en el túnel.



Retorno hasta una foto de mi amigo Eduardo Noriega. Una foto tomada en algún lugar de la provincia de Buenos Aires. Eduardo se ocupó de retratarla muy bien. Foto con una línea de grandes árboles a la izquierda del cuadro. En medio de lejanías de campo sin elevaciones. En el centro de la foto un riacho de ancho modesto. Da la impresión de haber sido dibujado en el paisaje por un pibe. Sus orillas sugieren el corte de la mano del hombre. A pocos pasos de Eduardo. En el centro de la foto aparece un viejo y destartalado puente casi tocando el agua. Puente de hierros retorcidos. Oxidados. Casi olvidado. No es de gran tamaño. No parece estar fijo en el terreno. Apoya en ambas orillas. Sobre la pura y simple tierra pampeana. Refleja aún sobre el agua. Casi un fantasma perdido. Un puente sin memoria. Sin presente. Un puente quebrado. Sin trabajo. Perdido en medio de la soledad. Ajeno ya a todo murmullo. Un mundo que fue. Que ya no será. Un puente donde la derrota dice y llora.



El fotógrafo Eduardo Noriega -desde hace poco más de un año uno de mis buenos fantasmas- tomó la imagen de otro puente para un final. Otro regreso al click de lo que fue y ya no será. Esta vez en la ciudad. Puente Alsina. Sobre el Riachuelo. Un hombre mayor camina por su tramo de la vida. Lleva una vieja bolsa de mercado. Ya hizo las compras. Camina por el puente sin prestar atención a las lejanías de Riachuelo que se eternizan al fondo del cuadro. Camina el hombre, en cotidiano oleaje, hacia el interior de la maquinaria del tiempo. A su derecha comienza el trazo de hierro en la estructura del puente. Rectas y curvas. Piezas de un reloj sin tapa. A la vista. Para mejor ver y decidir con las herramientas que supimos conseguir. Libertad en el tiempo cuando toca comprender desde el puente. Cercanías y distancias. Sucedidos y olvidos. En el viento el destino que dice encrucijadas. Mirar desde el puente. Ser uno mismo y todos en el puente. Una mirada que puede nacer la idea. La esperanza. Una historia que contar. Otra vuelta de la calesita, siempre que quede recuerdo de nuestro pibe, ese que fuimos ayer nomás.

En la ciudad del rey de amarillo elijo aguardar, esperar, soñar, que cada vez que cruzo el puente sobre las vías, el bondi se detiene. Siempre voy en busca de esta magia urbana que ofrenda el tránsito para quien guste del juego. Pero claro, no siempre sucede. De vez en cuando la trampera retiene al bondinero sobre el puente. Entiendo entonces que estoy en el lugar indicado dentro del universo de la urbanía. Todo el movimiento sucede en un minuto. La mirada a través de la ventanilla. La mirada que llega hasta la vía. Justo en el preciso momento en que pasa el tren. Veloz. Ansioso. Repleto de viajeros. Los viajeros repletos de almas. Todo un pueblo. Cada vez que soy testigo de su paso. Desde el bondi. Desde el puente. Cada vez me siento presenciando un milagro. Una anunciación del destino. Un toque de suerte para mí. Para todos los otros que somos la patria. Una sortija en la calesita de los días. Un guiño en el ojo de Dios. Es cuando pienso con mayor claridad que estoy mirando desde el puente, desde uno de los puentes desde donde garúa la novela propia de cada vida.

Un hombre es una comunidad. De almas. De comarcas. Territorios. Tierras de nadie. Lugares impensados. De casilleros. De cajoncitos de secretaire. De papelitos doblados. De recuerdos. Cada hombre con sus ingredientes. Sus tiempos. Cada hombre es a través de sus utensilios. Sus herramientas para decir. Mucho. O poco. En los movimientos cada hombre. En sus elecciones. Una comunidad. Un puñado de personas, bien que lo supo el amigo poeta Fernando Pessoa. No soy complicado, pero sucede que contengo una docena de almas simples, recuerdo que anotó el escritor Gesualdo Bufalino. Tarde o temprano aparece la tentación. Cómo encontrar el aroma de nuestra identidad. Quizá todo pueda suceder cuando se mira desde un puente.

Anoto que sigo visitando un momento de feliz misterio en la infancia. Me gusta regresar a la tarde en que guardé en la memoria a Landucci sobre el puente. Desde el puente que hacía posible ser en el juego sobre una cancha de fútbol. Tenía diez años cuando junto con mi papá tomamos el 63 en Federico Lacroze. Domingo 3 de septiembre de 1972. Pie a tierra y caminar hasta Gavilán 2151: Estadio de la Asociación Atlética Argentinos Juniors. De vez en cuando se producía el domingo en canchas cercanas a casa: Atlanta, Ferro, Argentinos. Recuerdo el pancho del entretiempo. El sabor de la felicidad. La familia es hincha de Independiente, pero el estadio del Rojo siempre quedó lejos. Aquel día vi la cara de Landucci. Flaco, alto, con una pegada notable en fuerza, distancia y dirección. Sacó un balazo de media distancia. Disparo rasante, a apenas unos centímetros del césped. Estábamos junto al alambrado. El disparo de Landucci se estrelló en la base del poste izquierdo de Antonino Rodolfo Spilinga, el arquero de Argentinos, y rebotó hacia ese lateral. Spilinga se había estirado cuan largo era, pero no llegó. Fue en ese momento que vi cómo Landucci giraba sobre sí mismo, y daba la espalda a Spilinga. El movimiento me permitió ver la expresión de su cara. La sonrisa, inolvidable. Su felicidad. A Landucci pareció no importarle la autoría, me digo. Pensaba en el equipo. Alguien había disparado el cañón sobre la base del poste de Spilinga. Alguien, uno entre los otros jugadores. Como si quisiera conservar el lugar del que mira desde el puente. De aquel domingo no recuerdo los dos goles de Ciccarello, un jugador admirado. Rosario Central perdió 3 a 0. Siempre recuerdo el sablazo de Landucci. Fui yo, fuimos nosotros. Una mirada desde puente, una manera de ser, de encontrarse en uno mismo y en todos. Una mirada o una voz desde el puente. Mientras tanto pasa el tren con los viajeros. Mientras tanto en la vida se trata de darse pases adentro, entre las almas, y afuera, con los otros. Una patria bien puede entenderse como un equipo de muchos mirando desde distintos puentes. Respirar en la claridad de la altura, por más que la sonrisa de la mirada pueda pegar la pelota en el palo. Es el encuentro con el intento del pase. De compañeros en la jugada colectiva. Una canción, un poema, una brevedad de la memoria junto a un deseo. El juego del pensamiento desde nuestro puente. En comunidad. De no mirar desde el puente, será el rey de amarillo quien nos cuente nuestra propia historia.