por Mónica López Ocón (*)
Los textos de Edgardo Lois pueden reconocerse aunque no tengan su firma. Ya se trate de una novela extensa y literariamente ambiciosa como Morir por Perón, o de apuntes rápidos sobre situaciones concretas, sus notas literario-periodísticas publicadas en el periódico Desde Boedo y reunidas en Miradas escritas al acrílico. El dato no es anecdótico, ya que el reconocimiento se da partir de que Lois ha generado en su literatura un mundo propio.
Ese mundo es, fundamentalmente, un mundo urbano, en el que aparecen personajes de Buenos Aires que no son precisamente los que recoge cierto folklore ciudadano de exportación. Por lo general se trata de personajes que sufren cierto tipo de marginalidad, de exclusión social, desde quien vive a la intemperie en una esquina (Vampiros en la mitología de la tristeza o Del exilio dentro de la misma casa (tango novelado)) a quien pierde de a poco su biblioteca a la que va vendiendo a precios módicos para sobrevivir día a día.
Pero esa mirada sobre lo social es, sin embargo, intimista: se posa sobre el detalle, sobre lo pequeño, sobre el gesto ínfimo a través del cual puede intuirse la gran tragedia, el derrumbe interior. Bares, esquinas, interiores sombríos, librerías, son los espacios fundamentales de sus relatos. Sus historias se desencadenan indistintamente a partir de un personaje o de un acontecimiento a veces mínimo en cuanto anécdota, pero que logra significación a través de la escritura.
La actitud del narrador frente a los personajes –cuya sordidez, por momentos, recuerda a los de El astillero de Onetti– es de una piedad áspera, de una ternura siempre contenida.
En Morir por Perón Lois apuesta a una jugada mezcla discursiva. Lejos de “novelar” el contexto histórico en que se desarrolla la novela, elige incluir directamente el relato histórico, sin ningún tipo de “maquillaje” novelístico, con lo que crea en la novela un interesante juego entre “la realidad” (con todo lo conflictivo y difícil de definir que conlleva el concepto) y “la ficción”. Es decir que la historia, contada “en crudo”, actúa a modo de “afuera”, de marco de referencia de la historia ficcional y, a la vez, al incluirse en ella, se “ficcionaliza”.
Por último, creo que puede atribuírsele a Lois, una nueva fundación de Buenos Aires. Ha refundado una ciudad que es reconocible más que por presencia, por omisión. Según Borges, en el Corán, libro árabe por excelencia, no hay camellos precisamente porque fue escrito por un árabe. En la Buenos Aires de Lois no hay obelisco, ni “porteños” prefabricados, ni ninguno de los elementos que se toman como emblemáticos de la ciudad. Es la ausencia de ese “color local” “fabricado” con intenciones literarias que tanto repugnaba a Borges, lo que hace que la Buenos Aires de Lois sea reconocible como Buenos Aires.
(*) Periodista y escritora, editora de cultura de la revista Noticias y colaboradora de la revista Ñ.
Ese mundo es, fundamentalmente, un mundo urbano, en el que aparecen personajes de Buenos Aires que no son precisamente los que recoge cierto folklore ciudadano de exportación. Por lo general se trata de personajes que sufren cierto tipo de marginalidad, de exclusión social, desde quien vive a la intemperie en una esquina (Vampiros en la mitología de la tristeza o Del exilio dentro de la misma casa (tango novelado)) a quien pierde de a poco su biblioteca a la que va vendiendo a precios módicos para sobrevivir día a día.
Pero esa mirada sobre lo social es, sin embargo, intimista: se posa sobre el detalle, sobre lo pequeño, sobre el gesto ínfimo a través del cual puede intuirse la gran tragedia, el derrumbe interior. Bares, esquinas, interiores sombríos, librerías, son los espacios fundamentales de sus relatos. Sus historias se desencadenan indistintamente a partir de un personaje o de un acontecimiento a veces mínimo en cuanto anécdota, pero que logra significación a través de la escritura.
La actitud del narrador frente a los personajes –cuya sordidez, por momentos, recuerda a los de El astillero de Onetti– es de una piedad áspera, de una ternura siempre contenida.
En Morir por Perón Lois apuesta a una jugada mezcla discursiva. Lejos de “novelar” el contexto histórico en que se desarrolla la novela, elige incluir directamente el relato histórico, sin ningún tipo de “maquillaje” novelístico, con lo que crea en la novela un interesante juego entre “la realidad” (con todo lo conflictivo y difícil de definir que conlleva el concepto) y “la ficción”. Es decir que la historia, contada “en crudo”, actúa a modo de “afuera”, de marco de referencia de la historia ficcional y, a la vez, al incluirse en ella, se “ficcionaliza”.
Por último, creo que puede atribuírsele a Lois, una nueva fundación de Buenos Aires. Ha refundado una ciudad que es reconocible más que por presencia, por omisión. Según Borges, en el Corán, libro árabe por excelencia, no hay camellos precisamente porque fue escrito por un árabe. En la Buenos Aires de Lois no hay obelisco, ni “porteños” prefabricados, ni ninguno de los elementos que se toman como emblemáticos de la ciudad. Es la ausencia de ese “color local” “fabricado” con intenciones literarias que tanto repugnaba a Borges, lo que hace que la Buenos Aires de Lois sea reconocible como Buenos Aires.
(*) Periodista y escritora, editora de cultura de la revista Noticias y colaboradora de la revista Ñ.
1 comentario:
Lo sorprendente de la escritura de Edgardo Lois, no es, en mi opinion, solamente el re-valorado del patrimonio porteño, sino, prioritarimente, el planteo de los lugares, que no importa la situacion, siempre tienen, por asi decirlo, un color azul grisaceo...
jeje dificil de explicar pero es asi coo lo veo...
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