El jueves 13 de septiembre pintó de llanto
cerquita del mediodía. Tres pinchazos y unas gotitas, vacunas para vos, Julia.
Mamá Evangelina te abrazaba en la camilla, yo movía mis manos para distraerte.
Fue un llanto de veinte segundos, te portaste bárbaro, enseguida andabas ofrendando
sonrisas. A mamá se le ocurrió ir a comer al Bar de Cao. Fuimos, desde que
naciste, y vamos para los cinco meses, que teníamos ganas de retomar el
encuentro en el Cao. ¿Qué es el Cao?, un lugar querido, unos de mis lugares en
Buenos Aires, porque mientras una persona va haciendo la vida, elije lugares, o
todavía mejor, hay lugares que se le acomodan en el alma, en la memoria, y uno
de los míos es este café, como también lo es el Margot, o como es La Caramba en Merlo, San
Luis. Fuimos hasta el Cao, y te cuento, ahí mamá y papá hablaron por primera vez,
ahí empezamos a conocernos; y en el Cao estuvimos de charla y comiendo ricos
sánguches muchas veces, en el principio de nuestra historia y mientras
esperábamos tu nacimiento. En el Cao escribí mis últimos libros; hará siete
años, tal vez un poco más, que es mi lugar preferido de escritura. Llegamos al
café y ahí estaba mi mesa libre, la de siempre, ahora nuestra mesa, donde hablé
con mamá Evangelina aquella primera vez, la mesa donde siempre que está libre,
me siento a escribir mis historias en el mientras
tanto del tiempo. Sobre esa mesa doble puedo decir que escribí mis mejores
páginas, contra la ventana que da hacia los adoquines de Matheu. Sobre la mesa acomodamos
el huevito, y desde su balanceo miraste por primera vez en la memoria del Cao.
También paseamos: te llevé en brazos, fuimos hasta la entrada en la ochava,
hasta la barra, donde hasta no hace mucho trabajaba el Gallego, un amigo del
café que se fue a dibujar en el otro barrio. Fuimos hasta el primer mástil que
está al principio de la barra, el Cao parece barco de tres mástiles, y te
mostré cómo colgaban salames y chorizos colorados, también los sabores dan su presente
en el cielo cercano de esta memoria escrita.
domingo, 16 de septiembre de 2012
martes, 11 de septiembre de 2012
Una historia para Julia (XVIII)
Una de las maravillas amanecidas con tu
presencia, Julia querida, se manifiesta en el momento de asomarnos a tu cuna.
Tanto mamá Evangelina como yo, esperamos el instante, las imágenes. Una mención
especial merece tu show de pases mágicos a la hora del despertar, una danza de
manos frente a tu cara o bien sobre ella; por lo general despertás en rojo,
carita refregada por las últimas respiraciones del sueño, arabescos en el aire
tan cercanos a la más hermosa de las fiacas. Percibimos movimiento o nace el
simulacro de llanto, una de tus maneras de decir: estoy, volví, hola. Y hacia
vos emprendemos el viaje corto en nuestro departamento. No hay una vez que no
nos recibas con una sonrisa, vos de cara iluminada, y nosotros al tono. Nunca
pensé que podía ser tan hermoso encontrarte en la cuna. Sabés, tu presencia me
hizo revisitar mi pasado, volver a imaginarme bebé, a imaginar que, como ahora
nos pasa a nosotros, hubo días en que mi mamá Adela, mi papá Rolando, se
asomaban a mi cuna y los recibía con una sonrisa, la misma que ellos me
regalaban, y cada vez que pienso en mis papás, ahora, siendo tu papá, sé que
mucho les debo agradecer. No es que esto ya no lo supiera, pero cuando te veo,
Julia, tan chiquita, tan de necesitarnos, ahí, digo, diez veces, gracias a mis
padres. Tu presencia invita a un acto total de amor y solidaridad, y quiero anotarlo
para que lo leas muchas veces, para que nunca te olvides de estas dos palabras básicas
en esta vida: amor y solidaridad. Muchas palabras pueden desdibujarse, se pueden
cambiar por otras, pero estas no. Yo no recuerdo la imagen de mi cuna, y vos quizá
no recuerdes la tuya, pero tanto vos, mamá Evangelina y yo, sabremos que los
momentos y las miradas, cuando nos encontramos en la felicidad del borde de tus
sábanas, existieron, y fueron sonrisa acompañada de ciertas palabras.
sábado, 8 de septiembre de 2012
Fantasma amigo: Guillermo Pérez Bravo
Guillermo (el Gallego) en el bar de Cao. Foto: Mario Bellocchio. |
Creo que sin
“querer queriendo” me ausenté del Cao. Sabía que el Gallego estaba jodido, pero
no quería saber hasta dónde podía llegar el puñal. No fui su amigo, apenas
compañero de café, de charlas esporádicas, pero esos diálogos nos fueron dando
la pista de que andábamos por las mismas veredas artísticas, éticas, humanas.
Él dibujaba, y fue un lector atento de mis historias. En el Cao, de tarde,
escribí varios libros. El Gallego abandonaba el timón del barco ubicado detrás
de la barra (el Cao es barco de tres mástiles, por si no lo notaron), para
encender las luces. Veía que escribía en la sombra y me decía: ¿Y encima con tinta roja? Las pequeñas
charlas me tentaron y en abril del año pasado lo entrevisté para Desde Boedo. Titulé la nota: Navegar mar afuera, y quedé muy conforme
con sus conceptos, su pensamiento, su memoria de vida: Bueno, detrás de la barra, en algún papelito, siempre dibujo algo, un
esbozo mínimo, una mujer que me interesó, un viejo leyendo el diario, en
Estímulo aprendí a plantar una imagen en poco tiempo. El trabajo me gusta, este
es un lugar que está vivo, la gente lo hace así, viene gente de valor. No creo
que pueda vivir solo dibujando, en algún lado soy bastante vago, soy de dar
mucha vuelta, porque tengo fe en mi facilidad y rapidez, y muchas veces me
pierdo en la contemplación. Era el Gallego quien sintonizaba la radio en el
Cao: tango, rock, y encontraba momentos especiales de Los Beatles, Led Zeppelin,
Deep Purple. El Gallego, después del día de trabajo, se sentaba en la última
mesa por Matheu para saborear un fernet y fumar un cigarrillo. Era una de sus
ceremonias.
Acabo de entrar
al Cao, acabo de enterarme que dos viernes atrás, a mitad de este agosto, el
Gallego se fue a dibujar al otro barrio. Era del 49. Luego de muchos días vine
con la idea de reencontrarme con la escritura en mi café, y así lo hago,
escribo sobre este personaje de Buenos Aires. Por la mañana le escribía a
Julia, mi hija, sobre la memoria. El día transcurre y sigo anotando memoria.
Buena señal.
Guillermo Pérez Bravo figura en las páginas, y en la
dedicatoria de mi novela Fantasmas en el
cemento: Guillermo en el Cao como fantasma amigo: el Gallego, otro buen
tipo, en mi memoria.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)