Néstor fue
compañero de escuela. Desde cuarto grado hasta el final de la escuela primaria.
También fue amigo de barrio. Vivíamos a una cuadra. En Martín Coronado,
provincia de Buenos Aires. Teníamos catorce años. Tuvimos catorce años. Entonces,
cuando éramos pibes allá lejos vi -fui testigo- cuando lo sacaban del agua. Era
una pileta natural. Una entrada de río. En Campana. No se ahogó. Simplemente
falló su corazón. El destino estaba escrito. Néstor era hijo en una familia que
había llegado desde la provincia de San Juan. Nuestras familias se conocieron
en el mientras tanto de la amistad.
Después de
la muerte de Néstor, la familia decidió el regreso a casa. Durante aquella
acción de reparación –de repatriación- apareció un convite. Viajar a San Juan.
El amigo conociendo los lugares donde pasaron los primeros años de su amigo. Retorno
a casa. Así los amigos. En compañía. Mis padres dieron su permiso.
Largo es el
viaje en tren. Viajo con Gloria, la mamá de Néstor. Sigo mirando por la
ventanilla del vagón. La montaña pelada. El filo de la piedra. La lluvia de sol
sobre todo el paisaje. Qué fue de la sombra. Qué del verde. La música del tren
flotaba en el polvo que llevaba el viento caliente. Continúa la experiencia
maravillosa. A más de cincuenta años. La ventanilla abierta. El viento. Un
nuevo mundo. En camino a San Juan. Dejé por casi treinta días la casa paterna ubicada
frente a las vías del tren. Frente a la canchita de fútbol trabajada en el
terreno del ferrocarril Urquiza. Pegada a la vías. Inclinada por el leve
descenso del terraplén. Eran años donde correr tras una pelota era la
felicidad. Felices los amigos en el club que tenía canchita de papi de cemento,
y en la de tierra donde el juego se detenía cada vez que pasaba el tren.
Recuerdo la
estación. Como llegado a otro tiempo. El tren como nave espacial. Otro planeta.
Hermosa construcción. Amplia la galería. Casi treinta años después pude volver
a habitar aquella vieja estación. Estaba abandonada. El miserable de Anillaco
ya había hecho su trabajo. En un mediodía del después comí unas empanadas en la
estación cerrada. Aquella vez fue retorno como retorno es esta escritura.
En la
familia fui centro de interés. Vino el amigo de Néstor. La casa familiar era
grande. Un cruce entre la construcción de material y el adobe. Paredes anchas.
Piso de cemento alisado. En la memoria el piso es bordó. La casa paterna de
Gloria. Habitada por su madre. También por unos tíos de Néstor. Ahí esperaba
Horacio, el padre de Néstor, y Mabel y Alba, las hermanas de mi amigo. Supe del
sabor de un poco de vino con soda. Supe que el vino común era mucho más rico
que el vino común en Buenos Aires. Supe de las empanadas hechas en el horno de
barro. Supe de andar en la montaña por la quebrada del Zonda. Supe de buena
gente haciendo la vida. Fui uno más en el pueblo de un barrio llamado Villa
Krause, a unos kilómetros de San Juan capital. Fui habitante de una casa de
esquina en la calle Calvento 602.
En la casa,
en la calle, el tema del que todos hablaban: el terremoto de Caucete, ocurrido el
23 de noviembre del 77. Me asombro a la distancia de que mis padres dieran su
permiso para que su pibe mayor anduviera sobre un territorio donde podía
escribirse la palabra terremoto. Un gesto contra el miedo.
Fue un día
de enero del 78. No recuerdo el auto. Tampoco a los viajeros de la aventura. Alguien
planeó el viaje. Vamos a Caucete. Y entonces se abrió otro mundo dentro del
nuevo mundo. Ver Caucete. Una película de destrucción. Como la que había en las
películas de guerra en la tv. Caucete con el color de la realidad. Como si algo
hubiese estallado en el lugar. Como si algo hubiese salido de la tierra. O como
si hubiese llegado del cielo. O desde las calles mismas. O desde el mismísimo
pueblo. Algo había estallado. Y entonces la destrucción era. La muerte era. El
sufrimiento. La crueldad. Armazones metálicos. Esqueletos de casas y edificios.
Ladrillos y adobe sobre veredas y calles. Personas viviendo en lugares abiertos.
En las calles. Por las dudas. El miedo era. La historia de la amenaza era. La
cinta de cemento por la que avanzaba el auto, tenía en medio un hundimiento,
una rajadura de profundidad considerable. No recuerdo haber bajado del auto.
Tampoco recuerdo palabras. Era la ciudad de Caucete el lugar donde estalló el
terremoto y todo fue destrucción.
Sucedió
luego del viaje al epicentro del terremoto. Una mañana. Clareaba. Yo dormía en
una habitación que daba a un patio, en parte techado, que comunicaba con la
puerta de calle. Mi cama era un sillón. De noche extendía sus alas y derivaba
en cama. Noche de enero. Calor. Las puertas abiertas al patio. Había
descubierto que si me ubicaba muy al borde de la cama, ésta perdía estabilidad.
Sucedió en la mañana que clareaba. Sentí cómo perdía equilibrio mi bote.
Intenté moverme al centro, pero estaba en el centro. Después escuché un
retumbar como de truenos. Escuché los primeros gritos de alarma. Me senté en la
cama y, cosa de no creer, intenté calzarme. No pude. El piso parecía respirar.
Desplazarse de un lado a otro. De pie. Lo logré al mismo tiempo en que reparaba
en el temblor. Una criatura vengativa que se subía por las paredes. Por las
puertas. Que quería arrancar los techos. Intenté apoyarme en la pared para
tomar envión y poder caminar los dos metros que me separaban de la puerta y el
patio. La criatura aparecida también bramaba insultos. Atronador su aullido,
sus gestos. Cuando, de repente, se hizo la calma, y el silencio más absoluto.
Era el final, y no había podido salir de la habitación. En los temblores de los
días siguientes supe de reaccionar con la consciencia que exigía la situación.
Hubo
temblores sucesivos en enero. Y en una escaramuza de símil temblor -pura
injusticia- hubo un sucedido de resistencia. Sucedió en Córdoba. El 25 de enero,
por la noche, yo estaba frente a un televisor en blanco y negro. Mi vida seguía
en San Juan. Esa noche se jugaba el partido de vuelta entre mi Independiente de
Avellaneda y el club Talleres por el campeonato nacional. El partido, árbitro
mediante, estaba entrampado a favor de los cordobeses. Dos a uno ganaba
Talleres. Expulsados tres jugadores del Rojo. El árbitro, como si se tratara del
gobierno de un sátrapa, apareció despótico, jactancioso y, cómo no, arbitrario.
Faltaban unos pocos minutos para el final cuando, con calma, Bochini mandó la
pelota al fondo de la red. Dos a dos. Final. Campeón fue Independiente por
diferencia de gol. Me digo que el Rojo aguantó, perseveró, resistió cada
instante del temblor. También me digo que pintó aquel terremoto de Caucete porque
terremoto alumbró en diciembre del 23. Una aparición desde la memoria para
decir el presente. Hace un año ya. Un arte de oscura magia se abate sobre el
quehacer constructivo de la vida y su historia. Algo estalló. Algo llegado de
debajo de la tierra. Del cielo. De la calle. De la alta mar de los viajeros de
los días en las calles. En barrios y provincias. Un algo crueldad estalló en el
país. Terminó aplastado el paisaje de la democracia renga por el caos desatado
por un decreto con la lubricante necesidad y urgencia de favorecer a los de
siempre. Aplastante, explícito, el yugo reluciente del poder económico. Hace un
año que a una parte de la sociedad la ganan los temblores sucesivos, los que
suceden a todo terremoto. A cada día un sacudón. Una encerrona intencionada. El
juego educativo. Un golpe explícito a un jubilado. O la obra actuada para la
platea que anda entre desesperos tratando de sobrevivir. Millones de viajeros
de muy poco se enteran. La batalla cultural. El modelo económico. La teoría de
los dos demonios. La reescritura mentida de la historia reciente. Olvido del
poema: Memoria Verdad Justicia.
Desde el
proceso de reorganización nacional hasta el año de la reconstrucción de la
nación -toda una palabrería del mismo poema-, la receta del hambre va en su
cuarto acto, algunos escriben con sombra en el país en el que siempre hay lugar
para creerse el cuento. Viajeros de a pie dispuestos a votar como si fueran los
dueños de la tierra. Y todos fuimos en el regreso después de los distintos
terremotos. De aguantar los trapos. De no perder la identidad. De al fin
encontrarse en una mientras se da el abrazo con el otro. De perseverar. De
resistir. De persistir sobre los temblores que lastiman la tierra y la
carnadura de la patria.
En Caucete
se rehízo la vida desde los escombros. Bochini sigue dando su pase a la red. Una película de
resistencia.
De regreso
estuve. Los catorce años ya fueron y, sin embargo, vuelven en el recuerdo del
amigo. Siempre se está de regreso. Aunque sea desde la memoria. Hasta la
memoria. Siempre. Hasta la memoria que es una victoria.