Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Los desgarros de José Muchnik


El último encuentro con el poeta José Muchnik (Josecito de la ferretería) se dio en la esquina de San Ignacio y Boedo; estuvimos de charla en el Margot, donde intercambiamos libros, y en la vereda junto a la mesa de publicaciones de los sábados. Fue de esta manera que volví a ver a Josecito, que es -lo pienso desde los primeros encuentros, sucedidos hace ya una punta de años- tan de acá y tan de allá, tan de memoria andante este semejante caballero que, en su infancia, poetizara, tan cercano al kerosene, desde detrás del mostrador de la ferretería de su padre, obvio, ubicada en el barrio de Boedo.
Del intercambio libresco resultó que en mis manos quedó un ejemplar de Desgarros exilios duelos muros (2018), el último trabajo de su prolífico quehacer. Tan de acá y tan de allá nuestro Josecito, tan de Buenos Aires y tan de París, y luego de otras ciudades de Francia. Por eso Josecito siempre está de regreso a ambos lados del Atlántico. Hay poesía y amigos en cada costa, porque inevitable querer a este poeta por sus maneras humanas y su escritura: sus obras construidas en paralelo, en consonancia. Sé que debe importar la obra antes que la persona, porque se habla de un poeta, pero más me gusta la persona/poeta que trata de hacer “bien” en la tinta y en los días.
Cuando llegaron los dictadores del 76, Josecito debió salir del país a probar otra historia. Fue aprender a pensar en Francia, un lugar que no era su barrio, pero donde podría intentar la vida. Había evitado así un riesgo cierto de tortura, cárcel o desaparición. Como buen poeta que anda por el paisaje, anotó en Exilio: Hachazo separando / la yema del verbo / la palabra del labio / el ventanal del aire / (…) Hachazo separando / el patio del cielo / duendes del bosque / palabras del verbo / (…) Exilio de sí, del que fuimos, del hueco dejado al partir, de la tibieza que quedó habitando ese hueco. / (…).
Cuando leí me quedé en el aroma de la “tibieza” dejada atrás, digo, tibieza, nuestra tibieza en cada uno de los lugares donde fuimos alguna vez. La memoria salva. El olvido, ese salvaje roedor de la esperanza, pudo haberse quedado con ciertas tibiezas que se apagaron sin más, pero otras siguen ahí, habitando, siendo refugio en la remembranza.
Un poeta obtiene fuerza desde su mirada. En el encuentro nace la nueva oportunidad. Estar atento al paisaje -en este caso urbano-, allí es donde José Muchnik se encuentra anotando, diciendo, afirmando a través y con su presencia, que la vida es multiplicidad de miradas y descubrimientos. Por eso señala dos lugares muy especiales en Somos todos exiliados: (…) París Jardín de Luxemburgo, sentado al borde de la fuente, pasan niños en sus poneys, barquitos en el agua, hojas sobre los besos. Mis primeras tardes parisinas en este jardín, contemplar el mundo, secar heridas húmedas, estar, simplemente estar. Escuchar el otoño, descifrar el mensaje. No hay exilio en los jardines. Somos todos hijos del mismo sol, habitamos todos los mismos vientos, entre árboles que nos cuentan historias de sus raíces.
Paris bistrot, barrio latino callejuelas efervescentes, los pasos saben, remontan el boulevard Saint Germain hacia Odeón, doblan por la rue de Seine hasta la calle Jacques Callot, La Palette, mi primer bar, con sus mesas antiguas, baldosas gastadas, espejos patinados reflejando historias de ayer… y cuadros abriendo otras realidades. Me siento bien, como en un boliche de Boedo, este bar tiene alma. Muchas charlas fundando amistades, muchos tragos embebiendo penas, muchos besos incendiando instantes… son necesarios para parir el alma de un bar. Abro la libretita, escribo: no hay exilio en los bares, más allá de patrias y banderas, bares sin frontera, mínimos universos que no respetan leyes de gravedad. Las almas de los bares se hacen ramillete en la solapa de los poetas, disolver odios y egoísmos con aromas y palabras prodigiosas. Poco importan bebidas y lenguajes, lo esencial para brindar, el eco del semejante.
Las libretita se entusiasma, adopta La Palette y abre otra hoja: Se inclina la mesa / se inclinan las torres / se inclina la vida / pero las tazas / las cucharitas / y la poesía / seguirán haciendo milagros / para mantener el alma en equilibrio / o al menos para endulzar este café / mientras inclino palabras / o ante palabras me inclino. Comprendo entonces que todos los bares confluyen en el mismo río para aliviar la sequía de este mundo.
Ese fue el París de mi exilio, mi París de igualdad libertad fraternidad. Hoy umbral del tercer milenio, las peste negra vuelve a recorrer calles y mentes. Hora de muros no de puentes, de navajas no de cuencos. Hoy miles de seres deambulando, buscando un mendrugo de tierra para sembrar nuevas esperanzas. Miles de seres sucumbiendo, un bello mar azul apagando sus últimos alientos. ¡No debemos olvidar! Remontar los pasos de las madres de nuestras madres, explorar territorios olvidados. ¡Todos surgimos de exilios en erupción! ¡Somos todos exiliados!
José Muchnik
Salir del horror de la última dictadura militar para recalar en los horrores en estos tiempos presentes, cuál el peor. El poeta no ahorra palabras para señalar las distintas sintonías de los horrores, porque distintas son las maneras de matar: mata la bomba del imperio sediento de riqueza, mata el plan de hambre que piensa el neoliberalismo para los que menos tienen de un país (para corroborar esta afirmación alcanza con llegar hasta el almacén de la esquina). Muchnik señala a los asesinos, a las máquinas de matar, y lo hace sin olvidarse de la poesía, porque hay en su libro un trabajo arduo de escritura, de búsquedas y de encuentros felices. Todo nace, pienso, desde el impulso primero, y desde él crece el caos a retratar, y las fotos escritas se dan en total libertad de forma.
Josecito también habla de otras cuestiones en su libro, hay para elegir, por ejemplo: (…) Llegarán culpas // de besos no dados / preguntas no hechas / frases no aprendidas / magias esfumadas // Tarde comprendemos // que vida prohíbe ensayos / que muerte es verdad abrupta / verdad clara como biblia blanca // (…).
Pero siempre el poeta enfoca sobre el estado de las cosas en este mundo. En Más allá de noticieros y pantallas escribe: (…) El juego continúa, sensación salobre que deja la kermesse sobre ilusiones arrasadas. Horizontes se alejan, futuros se hunden, cetáceos y humanos encallamos. ¿Cómo fijar el rumbo? ¿Dónde encontrar constelaciones para orientarnos? ¿Perdieron el brillo? Me siento, contemplo mi ventana, el cerezo no es mar, pero ayuda. Estoy en una isla, en derredor mío flotan los excluidos a la deriva, pobres más pobres, ricos más ricos, trabajo chatarra en expansión, gentes descartables, úselas y tírelas, capitales financieros más y más voraces, terminarán por devorarse a sí mismos. Habrá mundo para todos o no habrá mundo para nadie, dice el cartelito sobre la vereda, el mendigo espera, algunos pasantes tiran monedas. (…).
Algunos ven aquellas tormentas montadas por los asesinos, usando bala o hambre; algunos ven a las víctimas al lado del camino. Y quien ve tiene la obligación de tratar que otros vean. Este es uno de los trabajos del poeta. El que ve tiene doble carga, responsabilidad, y debe hacerse cargo. Es el planteo de José Saramago en Ensayo sobre la ceguera. Y entonces, digo, anoto, José Muchnik es poeta que, tanto acá como allá, habita la misma esquina de la vida y la esperanza.

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