El último encuentro con el poeta José
Muchnik (Josecito de la ferretería) se dio en la esquina de San Ignacio y
Boedo; estuvimos de charla en el Margot, donde intercambiamos libros, y en la
vereda junto a la mesa de publicaciones de los sábados. Fue de esta manera que
volví a ver a Josecito, que es -lo pienso desde los primeros encuentros,
sucedidos hace ya una punta de años- tan de acá y tan de allá, tan de memoria
andante este semejante caballero que, en su infancia, poetizara, tan cercano al
kerosene, desde detrás del mostrador de la ferretería de su padre, obvio,
ubicada en el barrio de Boedo.
Del intercambio libresco resultó que en
mis manos quedó un ejemplar de Desgarros
exilios duelos muros (2018), el último trabajo de su prolífico quehacer.
Tan de acá y tan de allá nuestro Josecito, tan de Buenos Aires y tan de París,
y luego de otras ciudades de Francia. Por eso Josecito siempre está de regreso
a ambos lados del Atlántico. Hay poesía y amigos en cada costa, porque
inevitable querer a este poeta por sus maneras humanas y su escritura: sus
obras construidas en paralelo, en consonancia. Sé que debe importar la obra
antes que la persona, porque se habla de un poeta, pero más me gusta la persona/poeta
que trata de hacer “bien” en la tinta y en los días.
Cuando llegaron los dictadores del 76,
Josecito debió salir del país a probar otra historia. Fue aprender a pensar en
Francia, un lugar que no era su barrio, pero donde podría intentar la vida.
Había evitado así un riesgo cierto de tortura, cárcel o desaparición. Como buen
poeta que anda por el paisaje, anotó en Exilio:
Hachazo separando / la yema del verbo /
la palabra del labio / el ventanal del aire / (…) Hachazo separando / el patio
del cielo / duendes del bosque / palabras del verbo / (…) Exilio de sí, del que
fuimos, del hueco dejado al partir, de la tibieza que quedó habitando ese
hueco. / (…).
Cuando leí me quedé en el aroma de la
“tibieza” dejada atrás, digo, tibieza, nuestra tibieza en cada uno de los
lugares donde fuimos alguna vez. La memoria salva. El olvido, ese salvaje
roedor de la esperanza, pudo haberse quedado con ciertas tibiezas que se
apagaron sin más, pero otras siguen ahí, habitando, siendo refugio en la
remembranza.
Un poeta obtiene fuerza desde su mirada.
En el encuentro nace la nueva oportunidad. Estar atento al paisaje -en este
caso urbano-, allí es donde José Muchnik se encuentra anotando, diciendo,
afirmando a través y con su presencia, que la vida es multiplicidad de miradas
y descubrimientos. Por eso señala dos lugares muy especiales en Somos todos exiliados: (…) París Jardín de Luxemburgo, sentado al
borde de la fuente, pasan niños en sus poneys, barquitos en el agua, hojas
sobre los besos. Mis primeras tardes parisinas en este jardín, contemplar el
mundo, secar heridas húmedas, estar, simplemente estar. Escuchar el otoño,
descifrar el mensaje. No hay exilio en los jardines. Somos todos hijos del
mismo sol, habitamos todos los mismos vientos, entre árboles que nos cuentan
historias de sus raíces.
Paris
bistrot, barrio latino callejuelas efervescentes, los pasos saben, remontan el
boulevard Saint Germain hacia Odeón, doblan por la rue de Seine hasta la calle
Jacques Callot, La Palette, mi primer bar, con sus mesas antiguas, baldosas
gastadas, espejos patinados reflejando historias de ayer… y cuadros abriendo
otras realidades. Me siento bien, como en un boliche de Boedo, este bar tiene
alma. Muchas charlas fundando amistades, muchos tragos embebiendo penas, muchos
besos incendiando instantes… son necesarios para parir el alma de un bar. Abro
la libretita, escribo: no hay exilio en los bares, más allá de patrias y
banderas, bares sin frontera, mínimos universos que no respetan leyes de
gravedad. Las almas de los bares se hacen ramillete en la solapa de los poetas,
disolver odios y egoísmos con aromas y palabras prodigiosas. Poco importan
bebidas y lenguajes, lo esencial para brindar, el eco del semejante.
Las
libretita se entusiasma, adopta La Palette y abre otra hoja: Se inclina la mesa
/ se inclinan las torres / se inclina la vida / pero las tazas / las cucharitas
/ y la poesía / seguirán haciendo milagros / para mantener el alma en
equilibrio / o al menos para endulzar este café / mientras inclino palabras / o
ante palabras me inclino. Comprendo entonces que todos los bares confluyen en
el mismo río para aliviar la sequía de este mundo.
Ese
fue el París de mi exilio, mi París de igualdad libertad fraternidad. Hoy
umbral del tercer milenio, las peste negra vuelve a recorrer calles y mentes.
Hora de muros no de puentes, de navajas no de cuencos. Hoy miles de seres
deambulando, buscando un mendrugo de tierra para sembrar nuevas esperanzas.
Miles de seres sucumbiendo, un bello mar azul apagando sus últimos alientos.
¡No debemos olvidar! Remontar los pasos de las madres de nuestras madres,
explorar territorios olvidados. ¡Todos surgimos de exilios en erupción! ¡Somos
todos exiliados!
José Muchnik |
Salir del horror de la última dictadura
militar para recalar en los horrores en estos tiempos presentes, cuál el peor.
El poeta no ahorra palabras para señalar las distintas sintonías de los horrores,
porque distintas son las maneras de matar: mata la bomba del imperio sediento
de riqueza, mata el plan de hambre que piensa el neoliberalismo para los que
menos tienen de un país (para corroborar esta afirmación alcanza con llegar
hasta el almacén de la esquina). Muchnik señala a los asesinos, a las máquinas
de matar, y lo hace sin olvidarse de la poesía, porque hay en su libro un
trabajo arduo de escritura, de búsquedas y de encuentros felices. Todo nace,
pienso, desde el impulso primero, y desde él crece el caos a retratar, y las
fotos escritas se dan en total libertad de forma.
Josecito también habla de otras
cuestiones en su libro, hay para elegir, por ejemplo: (…) Llegarán culpas // de besos no dados / preguntas no hechas / frases
no aprendidas / magias esfumadas // Tarde comprendemos // que vida prohíbe
ensayos / que muerte es verdad abrupta / verdad clara como biblia blanca // (…).
Pero siempre el poeta enfoca sobre el
estado de las cosas en este mundo. En Más
allá de noticieros y pantallas escribe: (…)
El juego continúa, sensación salobre que deja la kermesse sobre ilusiones
arrasadas. Horizontes se alejan, futuros se hunden, cetáceos y humanos
encallamos. ¿Cómo fijar el rumbo? ¿Dónde encontrar constelaciones para
orientarnos? ¿Perdieron el brillo? Me siento, contemplo mi ventana, el cerezo
no es mar, pero ayuda. Estoy en una isla, en derredor mío flotan los excluidos
a la deriva, pobres más pobres, ricos más ricos, trabajo chatarra en expansión,
gentes descartables, úselas y tírelas, capitales financieros más y más voraces,
terminarán por devorarse a sí mismos. Habrá mundo para todos o no habrá mundo
para nadie, dice el cartelito sobre la vereda, el mendigo espera, algunos
pasantes tiran monedas. (…).
Algunos ven aquellas tormentas montadas
por los asesinos, usando bala o hambre; algunos ven a las víctimas al lado del
camino. Y quien ve tiene la obligación de tratar que otros vean. Este es uno de
los trabajos del poeta. El que ve tiene doble carga, responsabilidad, y debe
hacerse cargo. Es el planteo de José Saramago en Ensayo sobre la ceguera. Y entonces, digo, anoto, José Muchnik es
poeta que, tanto acá como allá, habita la misma esquina de la vida y la
esperanza.
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