La
escritura teje, como el tiempo, sus líneas en el silencio de la noche, cuando la
criatura sueña. La escritura es vampira. Convoca historias. Deja hacer, se
entrega, y toma, posee mientras dura el viaje. La vampira incita, promete,
suelta acertijos en la noche. Y al fin vampiro este trabajador.
Eterna la
palabra. La escritura anda por el barrio. En Boedo anoto estas líneas. Cuando una
eternidad deriva por el río.
Aparece el llamado
con destino de tinta. Es tiempo de una noche hecha de noches. Lugares y tiempos.
Recortes de la memoria. Una noche como la criatura del doctor Frankenstein. Noches
en una noche que busca volver a la vida. Aquello que ya no es, y que, sin
embargo, sigue siendo. Noche regreso. Noche rescate. Una procesión de buenos
fantasmas. Yo uno más. El que vuelve, cuenta, inicia camino.
Desde que
fui pibe y muchacho (nacido habitante de la localidad de Martín Coronado,
provincia de Buenos Aires) soñé con andar, con hacer la vida en el Centro, la
Capital, esta ciudad de Buenos Aires. Digo que a los 9 años supe que el centro
del mundo a conocer estaba en Corrientes y Callao. Para entender de qué trataba
el grande universo había que caminar por Corrientes. Aun sabiendo, como luego
supe, que se puede ver la Luna rodando por Callao. Avenida Corrientes fue la
llave que brilló en la mano de mi padre. Él me enseñó que la Avenida era la puerta
de la ciudad. Desde ella se podía hallar sus tesoros. Por ejemplo, las calles
donde esperaban las galerías de arte. De galería en galería. Así mañanas y
tardes de infancia. Así el nacimiento de la curiosidad, estas ganas de ver y de
contar que hasta hoy me lleva. Y esa sensación de estar haciendo algo
importante porque caminaba por Corrientes, porque me detenía frente a una obra
de arte. De esta manera tuve noticia de que había imágenes, historias a las que
siempre se regresa.
Después fue
tiempo para que el muchachito de provincia hiciera salidas al cine con algún
amigo. Maravilló el cine, y los cines del Centro. Tanto le debe esta escritura
vampira a las películas en continuado.
En esta
fantasmagoría se acerca la apertura de la noche.
Es el fin
de la tarde. Apaga la tardecita. Cae una garúa de acentuar destinos. Estoy
parado en Corrientes y Callao. Escucho una canción. Por primera vez escucho a
Fito Páez. Los bafles de la disquería en la vereda. Música en la Avenida. Ciudad de pobres corazones, tituló el
poeta a la hora de girar en la ciudad, en tantas ciudades. En esta puta ciudad… repetía como tango oscuro, dolido. Saludo a
Juan, el empleado. Antes de iniciar viaje compro el vinilo. Vuelve aquella
noche. Me voy con un poeta de la mano. Por la Avenida, la Ciudad.
Cada
librería un afluente de la vida. Pienso. Desde alguna de estas librerías de
Corrientes salieron, allá lejos, los libros que mi padre me regaló desde que
comencé a andar en el arte de la lectura. Regreso a Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, Colmillo blanco de Jack London, Un
capitán de quince años de Julio Verne.
Entro a una
librería. Luego a otra. De las que ofrecen ofertas. Libros de saldo, o provenientes
de bibliotecas que perdieron a su guía espiritual, su hacedor. En las mesas de
estas librerías aguardan cantidad de libros, de momento, olvidados, perdidos. Y
muertos. Y resurrectos luego de hallados en estas islas pirata que siempre
esconden tesoros.
El Obelisco
al fondo es el gnomon de mi reloj de urbanía.
Desde la 9 de Julio la mirada se va camino al Bajo. El artilugio mágico sueña,
sea con sol o luna, en la garúa eterna del tiempo. Una garúa que nada más
llega, chamuya en silencio, mientras colorea, veloz y lenta su manera, la arena
de la playa escenario donde transcurren los días.
Regreso a
mi huella sobre la Avenida en la esquina de Corrientes y Montevideo. Café La
Paz. Mi mesa preferida en la ochava, a un lado de la puerta, la de la
izquierda, la que mira hacia la Avenida. Pero en esta noche las mesas se
iluminan con toque de luciérnaga en el aire interior del café suspenso en el
tiempo. Café de tardes de lectura y escritura. Ambiente amplio y pocas mesas
ocupadas. Tan plena esta noche que escribo, que hasta convoca ciertas tardes de
ayer. De tarde cuando, a poco de conocer en una librería al escritor Gabriel
Montergous, fundamos el primer café en La Paz. Ninguno sabía que aquella tarde
comenzábamos a reconocernos como amigos. Además, en La Paz de esta noche,
vuelvo a verme tentado, atraído por el esquivo sueño del amor en la mirada de
delicadas damiselas.
Es noche de
jueves a la que vuelvo. Elijo llegar temprano al punto de encuentro: Corrientes
y Montevideo. Espero sobre Corrientes. Frente a La Paz. Eterno el
estacionamiento. Parado en la esquina para ver pasar a los caminantes. Alguien
con aire de personaje literario, de posible invitado al banquete de Severo
Arcángelo, casi vuela sobre la vereda de La Paz. Lleva galera, pelo largo
entrecano y enrulado, frac, anteojos circulares, bigote, una pincelada de barba,
una gota, en la pera. Va montado sobre patines. Un habitué del escenario
urbano. Veo pasar hermosísimas mujeres. Me veo habitando la noche de la
Avenida. La ciudad como telonera de la llegada de los amigos.
Una fija.
Luis llega primero. Esperamos unos minutos. Claudio que avisa con brazo en
alto. Somos tres habitués de Buenos Aires. Caminamos por Montevideo hasta
Sarmiento. Aguarda Chiquilín en la ochava. Con qué fuerza se manifestaba la
vida en aquellos años, a buen resguardo del muchachito ingenuo, a buena
distancia del hombre mayor que ahora mismo veo en el espejo del baño, el hombre
que bien entiende que el tiempo para las historias también se evapora de noche.
Sólo un par de tragos de vino queda en la copa. El aroma del tiempo invita al
interior de esta noche en Chiquilín. Eternos los amigos sentados a la mesa.
Afuera la maravilla de la ciudad. Noche de entraña y ensalada de apio y
radicheta. Vino tinto de la casa. Jarra metálica. Si había moneda para la
comida, no alcanzaba para una buena botella.
En esta
noche de ayer volvemos todos los que fuimos habitués de los jueves. Tres en la
base: Luis, Claudio, y quien esta ceremonia recuerda. Pero luego en las mesas, otra
vez la intermitencia de la luciérnaga, se iluminan Daniel, Ricki y el Turco.
Todos actores y bailarines de tango, en esencia los inicios de un grupo de
amigos artistas. Saqué la sortija en la calesita de mi vida cuando llegué hasta
ellos. Quizá para que a través de los años haya sido testigo y cronista de esta
historia. Sobre mesas de madera el cuento de nuestras historias perdidas, la
lista de los lastimados. Amigos que se escuchan en la noche. Hay tristeza. También
la humorada que equilibra. Este nuevo brindis propuesto a Luis y Claudio. Salud
a todos.
Nos
despedimos sobre Avenida Corrientes. Continúa la noche, la garúa. Continúa
nuestra historia de amor con Buenos Aires. El amor, casi siempre se trata del
amor.
Afuera de
cada Buenos Aires espera Buenos Aires, eterna su presencia como eterno el
impulso necesario de cada escritura. Quizá la ciudad sea la historia de amor
primera luego de soltar amarras en el puerto de la vida. Otra historia de amor
es la escritura. Como en cada una de las historias enamoradas, el dolor de la
tristeza, de los finales, está mano a mano -entrelazado el boceto- al sueño
efímero de la felicidad. Buenos Aires vampira. Escritura vampira. En esta puta ciudad… canta el poeta. Y
hay personas viviendo en la calle, bajo la autopista. Y se abrazan los amigos. Buenos
Aires siempre fue un refugio duro, lo fue, lo sigue siendo. Una historia de
amor en la noche, en la garúa. Real. Salvaje. Desde Corrientes y Callao sigo la
Avenida. Sigo el impulso de escribir mi propia Buenos Aires, la ciudad de donde
nunca me tendría que haber ido. La ciudad a la que regresé. La ciudad donde pasé
el aislamiento. En Buenos Aires mi fundación, mi amor y mi desamor. Mis
soledades y mis miedos. El poeta me invitó aquella vez a ser en la ciudad, una
identidad devenida desde poética urbanía.
En la noche
Luis pidió pedacitos de queso provolone para el final. Llevo el vinilo de Fito a
la mano. En esta noche. En esta puta
ciudad… duele, puede doler Buenos Aires, y al mismo tiempo es felicidad
ante el día que promete el capítulo presente, y esa misma música, ese mismo
tango, tan nuestro en el abrazo melanco, permite el regreso a aquello que ya no
es, y que, sin embargo, sigue siendo.
1 comentario:
Muy interesante ese recorrido por esta nuesrra ciudad!
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