(…) La
nomenclatura geográfica del Río de La Plata ofrece multitud de lagunas bravas.
El origen de su nombre es el mismo que el de los cerros bravos, sierras bravas
y pasos bravos de que está sembrado el territorio y cuyo mayor número aun no ha
sido registrado en los mapas, diccionarios y demás trabajos descriptivos del
suelo rioplatense. Lagunas bravas, cerros bravos, sierras bravas y pasos
bravos, envuelven algún encanto. Todo lugar bravo presenta fenómenos ígneos,
acústicos y dinámicos producidos por causas misteriosas, que el vulgo atribuye
á la acción inmediata de espíritus ó seres fantásticos escondidos en los antros
de las serranías ó en el fondo de las aguas. Los cerros tienen sus gnomos, sus
salamanqueros. En las lagunas y en los pasos (vados) de ríos y arroyos moran,
entre genios diversos, ninfas de formas varias, apareciendo asimismo ahora
alegres y ahora llorosas mujeres generalmente vestidas de blanco cendal
transparente. Dejanse ver no menos en las orillas de los lagos ó bien
zabulléndose y deslizándose por la tersa superficie de sus quietas aguas
cristalinas, que á veces hieren agitadas por mano invisible, traviesos
negrillos que, tan luego como son descubiertos, se sustraen diligentemente á
las miradas del hombre. Estos seres fantásticos de color de azabache son
conocidos con el nombre de negros del agua. La bravura de los receptáculos
referidos dimana de que sus aguas, embravecidas ó enojadas, de repente suelen
alborotarse y bramar, como los cerros poseedores de salamancas. Tal fenómeno se
verifica regularmente cuando algún ser humano se aproxima á la laguna encantada
ó brava. Sus irritadas aguas, saliendo de madre, se tragan á la gente. Desde su
fondo exhalan ayes dolientes, lamentos profundos, aterradores alaridos, voces airadas
y quejas amenazantes. De tarde en tarde permiten que salgan á sus márgenes, ó
envían á sus inmediaciones con fines varios, demonios y monstruos, gigantes y
pigmeos, mujeres y hombres, negrillos, y ciertos animales ó sabandijas. (…).
Un puñado de líneas. Un convite. Aparecido hace años.
Un libro. Hallado el susodicho en una laguna encantada o brava, pero lejana al
misterio del miedo. Un encantamiento. Una magia. Una maravilla. Un departamento
en la altura de un viejo edificio. Calle Talcahuano, casi esquina Corrientes. Un
hacedor: el señor Pubill. El librero regresa desde la salamanca del tiempo.
Vuelven imágenes. Un rescate. Aquello que ya no es, y
que, sin embargo, sigue siendo. Pero Talcahuano señala aún más profundo en el
tiempo. En la lejanía que crece, acabo de dejar Corrientes, y camino por
Talcahuano. La vereda es la contraria a la del departamento donde voy a
encontrarme, en el futuro, con Pubill. Camino en dirección a Santiago del
Estero. Estoy de regreso al año previo a mi colimba. Soy el pibe de los
mandados en una oficina de calle Alsina. Y cada mañana pasé frente al edificio
donde charlaría con Pubill, librero de viejo, habitante sabihondo de Buenos
Aires. Pero antes de llegar hasta el paisaje del librero, la geografía urbana
me recuerda el relato de una vieja historia de amor prohibido en un
departamento de Talcahuano casi Corrientes. Aún imagino que el departamento -donde
una mujer recibía al amante para que cumpliera con el placer que su marido no le
dispensaba- estaba en el mismo edificio donde el librero guardaba sus tesoros.
A principios de los ‘90 entré a trabajar en una
librería. Fui lector practicante desde que hice mía la herramienta de la
lectura. La librería fue un sueño cumplido. Los barrios de Caballito y Flores
me verían estudiar, o mejor, leer en libertad, con la intención de recibirme de
librero. Acercarme, tan siquiera, unos pasos hasta la figura del vero librero
de ayer.
Poco después de mediados de aquella década apareció
una propuesta de trabajo. Una librería ubicada sobre Avenida Corrientes, entre
Riobamba y Callao. Cambié el paisaje. Era una de las primeras librerías que
tuvo Buenos Aires con un gran despliegue escénico. Parecía un escenario de
teatro. Y en él se representó una obra de misterio. Muchos lugares para
recorrer. Un entrepiso de lujo. Sillones donde poder sentarse con el libro de
interés. Obras originales de destacados artistas plásticos colgaban de ciertas
paredes. Un salón amplio en el subsuelo utilizado para presentaciones de libros.
Una pequeña sala de teatro. Aquella aparición de la gran nao librera duró lo
que los sueños. Enseguida la mujer a cargo de la administración tuvo que viajar
a Miami, su anterior domicilio postal. Volvió y avisó: Cierro el mes que viene.
Durante el trabajo de cierre y embalaje, la escuché contar que allá, en Miami,
era madrina de un escuadrón anticastrista. Sin palabras.
En aquella librería había un sector de libros viejos,
ediciones antiguas. El proveedor del sector era el señor Pubill. Me interesé en
el personaje. Hablamos muchas veces. Hasta que un día me invitó a su
departamento librería, a la salamanca silente en la ciudad, una laguna
encantada en tiempos bravos. Terminé con mi horario de trabajo y caminamos
juntos por Corrientes hasta el edificio de Talcahuano.
No recuerdo el piso. Pero vuelvo. Siempre de regreso a
ese departamento de puertas altas de madera. Escalera gastada, la comba del
tiempo en los escalones, esa panza de piolín de barrilete en vuelo que también
dice del tiempo. Después la explosión del big
bang. La juntada de la vida y la espera, la memoria de los vivos que
esperan, y de los muertos que también esperan en las páginas de tanto libro.
Quizá cinco habitaciones de techos altos. Bibliotecas hasta el cielo. Todo en
madera. Pilas de libros sobre mesas. En el piso alfombrado, al lado de sillones
de un mundo casi olvidado. Impecables. Lámparas maravillosas sobre mesas y
mesitas. Arañas notables entre nubes. No puedo evitarlo, acaricio lomos de
libros; leo títulos, apellidos, un mundo de desconocidos, alguna pista que salta
desde la memoria. El paraíso existe. Oculto, ciudad adentro. A resguardo de los
tiempos tristes.
Regresé una vez. Pedí permiso al librero para
fotografiar el lugar. Tomé un rollo completo con mi réflex. Dónde estarán escondidas,
en qué esquina del tiempo, las fotos de aquella galaxia que ya no es, y que,
sin embargo, sigue siendo.
(…)
Connaturalizados, al fin, con la yerba, ó sea el mate, ha continuado hasta el
día de hoy su uso y su abuso. Tiene, sin duda, el mate propiedades estomacales
y diuréticas; pero sólo las posee el mate amargo ó cimarrón, como llaman al sin
azúcar. El mate dulce más daña que aprovecha. Sin embargo, cuando se toma mate,
no se toma porque sea una bebida saludable, sino por pasatiempo, por el solo
gusto de tomarlo. De ahí, y del modo de tomarlo (en rueda, entre la
conversación, corriendo de mano en mano), la facilidad con que muchos se hacen
viciosos. Algunos lo son tanto, que desde que se levantan hasta que se acuestan
no dejan de la mano el mate. (…).
Mi mate
transcurre, hace años, en soledad, es decir, tomo mate, por las tardes, mejor
si hay lluvia lenta sobre la laguna, el barrio, la ciudad, la memoria
encantada, pero rodeado solo de mis buenos fantasmas, que los hay de vivos y de
muertos. El mate y la ceremonia de la compañía. En el mismo río transita la
ceremonia del vino. En cada ceremonia el llamado. La soledad es cercana de la
aparición. El señor Pubill, el librero de viejo, regresa, aparece mientras recuerdo
libros. Es una llama, un penacho de luz: (...) el
fenómeno luminoso conocido comúnmente con el nombre de fuego de San Telmo.
Cuando el tiempo está ó ha estado tempestuoso, hallándose la atmósfera muy
cargada de electricidad y acercándose mucho á la tierra las nubes, suelen aparecer
en las extremidades de los objetos elevados y puntiagudos unas llamas á manera
de penachos... suele observarse en los mástiles de las embarcaciones, en las
picas ó lanzas de los soldados y hasta en las cabezas de personas y animales.
Es necesario contar que el día que tomé
las fotos, me encontré con el libro que hoy está en mi mano. Guardo un tesoro
de los que guardaba el señor Pubill: Supersticiones
del Río de La Plata de D. Daniel Granada, de A. Barreiro y Ramos, editor, calle
25 de Mayo 355, Montevideo, 1896, es propiedad, Reseña histórico-descriptiva de
antiguas y modernas supersticiones del Río de La Plata.
Desde la fantasmagoría de Talcahuano aparece
el librero de viejo. Hubo una vez.