Domingo. Preparaba el
desayuno cuando escuché un choque violento contra uno de los vidrios bajos de
la puerta-ventana. Dos pájaros agonizaban sobre el piso. Muertos. La violencia
del impacto me descolocó, cuando vi los pájaros en el piso me ganó la pena.
Sangre. Junté los cuerpos casi sin respirar. El agua lavó los trazos del rojo.
Cerré la puerta-ventana, y miré hacia ella desde afuera, en ese momento de sol
y felicidad de día que parecía tan claro. Vi que sobre el vidrio se reflejaba,
como si de sueño maravilloso se tratara, la continuación del jardín que tenía a
mi espalda. El jacarandá joven y el espinillo estaban detrás y delante del
observador. Dos pájaros engañados por un artificio de construcción. Perder la
vida por rebote contra la realidad a la que los llevó el engaño. Volaban
distraídos, pienso, sin tanto compromiso con el arte de la atención que
aconseja todo vuelo en esta tierra confusa.
lunes, 22 de mayo de 2017
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