Al
principio de su historia, el artilugio cultural fue anotado con cercanía de madera.
Luego de unos años ajustó apariencia, y se hizo más práctico el armado de su
abrazo. Porque ahí la sustancia centro que perdura. Memorias. Abrazo y palabra.
Una manera de nombrarla: la mesa de publicaciones. Para todo aquel que se
acerque. En la altura de su meseta se apoyó, se apoya, una parte de la historia
del barrio de Boedo. Nacida su geografía a la sombra del periódico. Nacido éste
en encuentros en el boliche Pan y Arte. Durante unos pocos números se llamó Vida y arte en Boedo, dirigido por Germinal
Marín y Mario Bellocchio. Continuados los encuentros en Margot, la publicación
pasó a titularse Desde Boedo (una idea
del poeta Rubén Derlis) en manos de Bellocchio. Desde 2001 el periódico como
parte de la historia cultural del barrio.
La mano
para el juego destinal se abría, se abre, sobre la susodicha mesa. A un lado
del periódico aparecían libros de autores de Boedo, y de otros lugares de la
ciudad. Libros y autores fuera del mercado y la figuración. Libros y autores
que llegaban desde el pasado. Mario Bellocchio además ofrecía, ofrece, otro de
sus artes: la restauración de fotografías antiguas del barrio.
La nao se establecía,
se establece, los sábados desde la media mañana hasta pasado el mediodía, sobre
la vereda de la inmobiliaria del eterno Gordo González, y frente a –testigo en
la altura- Boedo XXI, la sala de teatro de González y su compañera Titina. La
mesa de publicaciones a flote en la vereda de la avenida, a metros de la
esquina de Boedo y San Ignacio, desde donde alumbra Margot con sus historias.
La poética
intención que contiene la escritura de aquello que ya no es, y que, sin
embargo, sigue siendo dentro de la galaxia Buenos Aires, rescata la sintonía de
la mesa como completa esfera planetaria. Un mundo a la espera de la conjunción
de una vida que comparte bondades. En el transcurso de los días, todas las
velas, todas las naos, tornan a poniente. Entonces inevitable será entrar al juego
vital en el mientras tanto. Abrir el
viento de aquello sucedido cada sábado desde que la mesa viera su origen en la
vereda.
En el
período de pandemia el tiempo pareció detenerse. Vivir una sola y repetida
foto. A la vez nacía un tiempo veloz, una sensación de vida transcurrida. Pero
una vida otra, distinta a nuestra real consciencia del transcurrir. Sucede
algunas veces: aquello que pasa dejando una huella buena. En pandemia el tiempo
pasaba sin dejar señales felices. Un tiempo solitario durante los aislamientos.
Vuela el sonido de ese tiempo por demás pulcro y frío. En él resplandece la
sombra de una punta salvaje. Un año y medio en ciudad pandemia. La punta llegó
y atravesó cada uno de los días.
Desde
aquella realidad apuntala, y continúa el sostén en esta pos pandemia, una necesaria
y esperanzada resistencia poética, para así enfrentar el desafío de extraer la
punta afilada, y retomar un presente donde el tiempo derive con afilado, porque
en todo tiempo hay filo, y en reconocido quehacer en nuestro cotidiano. El
regreso del tiempo que mancha y deja huellas que feliz será recordar. Puede
regresar el tiempo a su plenitud como punta para cada destino, y puede regresar
la escritura de otras tantas fantasmagorías. Y entre éstas aparecen distintas miradas
sobre una misma mesa.
Había una
vez una mesa de publicaciones que, un día, tras estoque del destino de lo
humano, alumbró otra realidad. Aquella mesa de publicaciones se fundó elemento
en el universo de aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Diego
Ruiz, su labor de docencia memoriosa, hace ya unos años, partió hacia el cielo
de Boedo a contarse, a escribirse en la fila de la memoria ciudadana.
Diego empieza
así su presencia desde otro plano. Aquello que él hacía con tantas memorias,
sucedió, sucede, en la mesa de publicaciones mordida, de manera imperfecta, por
una Parca que no sale de su asombro. Diego presente. Cada sábado asomado desde
un balcón de ausencia. Diego en Boedo, en galaxia Buenos Aires. De rescate, y
rescatándose. Buen fantasma de lo humano que anda la ciudad y lleva olfato de
perro callejero.
Mario sabe
de Diego, de su renovado estar de barrio. Mario invita. Vení, volvé, acomodate
una vez más la pilcha para los regresos. Y Diego vuelve en el periódico que
lleva una de sus notas. Vuelve desde el último de sus libros en la mesa. Vuelve
fileteando el mascarón de proa de la nao, la meseta, la mesa de publicaciones
en la vereda de González, un abrazo que no suelta.
Y Mario
sabe de su propia memoria. De manera permanente se va de regreso hasta momentos
de la vida de ayer. Infancia. Familia. Trabajo. Todos estos quehaceres con
música de retorno se fue hilvanando con su laboro de escritura, en especial
durante el mientras tanto de Desde Boedo. Sabe Mario de la
importancia de habitar la mesa de publicaciones, la importancia de su señal
sobre la vereda de los recuerdos. De allí la permanencia del mojón en estos
tiempos veloces donde se acentúa la confusión, la bulla de sabores.
Es sábado y
dentro de su luz, la mesa. Los caminantes habitan la avenida. Saben del barrio
de hoy, pero siempre buscan regresar al de ayer. El desvío lleva hasta la mesa
puerto, también meseta, refugio, recreo, fantástica y simple nao de la palabra
trabajando recuerdos. Encontrar memorias. Volver a los que ya no están, los que
partieron al barrio otro. Volver a través del viaje que propone cada foto
vieja. Volver en la música universal que puede aparecer en unos minutos de
charla, cuando se trata de decir trucos y quiero retrucos en el encuentro con
el otro, nuestro igual, una criatura que busca entre las distintas sintonías
del amor para respirarse mejor. Volver recibiendo, llevando, un periódico que
no se paga más que con las ganas de leer. En pequeños movimientos, miradas,
expresiones, el lector viajero se rescata, como a su vez se rescatan, se abrazan,
los hacedores de la mesa de publicaciones.
Una mesa
refugio para la memoria. Se levantan sucesivas ciudades, todas Buenos Aires,
aquellas que ya no son, y que, sin embargo, siguen siendo cuando en los sábados
llega la mesa que guarda las palabras escritas y pronunciadas por los hombres. Porque
ciudadanos del tiempo, que saben de resguardar señales, suben a bordo. Entonces
la mesa de publicaciones se hace mesa de café, y se suceden las fantasmagorías,
los aparecidos. Las miradas se pierden en paisajes coloreados desde la luz del gris.
Desde un más allá en perspectiva retorna un nacimiento, un momento de infancia,
el tranvía, una tarde en el Viejo Gasómetro. Sucede también la consulta por
libros inhallables. Alguien pregunta por el Grupo de Boedo. Y los Artistas del
Pueblo. Alguien percibe la felicidad del autor que está en pleno quehacer
creativo, y su alegría por la anécdota de tener el libro propio sobre la mesa.
Un pequeño grande ecosistema de vidas y regresos orbita la mesa de
publicaciones.
Cuando
ciudad pandemia acentuó su retirada. Se produjo uno de tantos regresos. Volver.
Hacerse tango. La mesa en la vereda. Sorprendidos los caminantes: Hacía tiempo que no estaban. Volvió el
saludo feliz de José Ciliberto, más conocido como Pepito de Boedo, compañero de
viaje y memoria, compañero hacedor de la mesa desde hace una eternidad. Volver.
Hacerse tango.
Aquello que
ya no es, la mesa de Diego y Mario, y que, sin embargo, sigue siendo. Y aquello
que no fue debido a la pandemia y sus coordenadas, y que, se espera, no vuelva
a ser.
Diego,
Mario y Pepito, y un testigo que se rescata anotando aquello que ya no es, y
que sin embargo, sigue siendo alrededor de una mesa, cada mañana de sábado.
2 comentarios:
Es una poesía, con esa melancolía por lo que ya no es pero es de otra manera
De nuevo gracias Edgardo, gracias por esta estampa de una esquina porteña, de hombres, intelectuales que ya no están y por los que aún resisten. Gracias a todos.
Maravillosa semblanza, que por esas cuestiones del regreso.no pude leer hasta hoy 22 del Once, urge ponerla al aire en imagen sonido y palabra para que aquello que ya no es no pare de nacer, me ofrezco como siempre, abrazos !
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