Composición fotográfica: Mario Bellocchio |
La casa retorna
durante el sueño de la palabra anotada. Aparece. Avisa. Retorna a su vez el
puñado de páginas escritas para un libro que no fue. Regresa Martín Coronado,
escritor. Sol que vuelve al fuego en el presente. Aquello que ya no es, y que,
sin embargo, sigue siendo.
Jugué entonces,
allá lejos, a la escritura de una biografía de Martín Coronado. La búsqueda
indicó que nadie la había escrito. Fue un sentimiento, un impulso. Debía hacer
los primeros movimientos. Me invitaba la casa rosa sucio vista en la infancia. Desde
el altillo que se guarda en la galaxia que deriva, la memoria, rescato el
primero de aquellos textos:
“El recuerdo
pertenece a mis ocho, diez años.
Camino con mis
padres por la calle larga. Había que caminar mucho para llegar a la casa de la
abuela Eufemia.
Cerca del campo
de los curas suelto la mano de mi mamá y corro hasta un alambrado que está
prácticamente cubierto por una enredadera.
Entre las hojas
y las flores de un color violeta pálido descubro con mis dedos el alambre. Hago
espacio para que la mirada avance.
Veo la casa.
Vuelvo a ver la
casa.
Está pintada de
un rosa sucio y su techo es de tejas. No es una casa grande. Al frente tiene
una especie de galería de techo de chapa; la sostienen tres o cuatro parantes
de madera. La puerta y las ventanas son viejas. Todo es viejo, otra época.
Cada vez que iba
en camino hacia la casa de mi abuela, quería acercarme y mirar la casa. Siempre
estaba cerrada.
Después,
supongo, miraría a mi papá. Una manera de decirle que me gustaba mirar la casa
del escritor. Desde muy chico me acompaña ese conocimiento. Un escritor, como
un pintor, es una persona especial. Abrí los ojos en una casa donde había dos
bibliotecas. Mi papá, artista plástico. Tenía amigos y conocidos que también
eran artistas. Mi abuelo paterno, Julio Martín, escribía poesía. Desde muy
chico sé que la casa de un escritor no es una casa más, aunque en verdad lo
sea.
Por esta razón
sentía un mayor respeto por la casita rosa.
Llegó el momento
en que dejé de verla, primero porque ya no hizo falta visitar a la abuela
Eufemia, y porque después fue un imposible.
La casa guarda
un lugar en mi memoria. Siempre la veo, siempre vuelvo al alambrado y la
enredadera.
Una casa de
escritor en la localidad de Martín Coronado, en la provincia de Buenos Aires”.
Así abre el
libro. Crónica de caminante. Cronista de uno mismo, dijo Otilia Da Veiga, poeta.
El segundo texto proviene de una tarde de encuentro:
“Camino hasta la
bóveda de mármol negro.
Una construcción
sobria. Está cerca de la pared del cementerio.
Un gato
acostumbrado a la proximidad de las personas pasa frente a su puerta.
Espero a que el
felino, de andar tranquilo, termine de pasar, y avanzo los dos pasos que me
separan del objeto de mi curiosidad.
Quiero mirar en
su interior. Veo poco o nada. Por lo general las puertas de las bóvedas se
comportan de manera mezquina.
Hace unos días
leí unas líneas escritas por el poeta César Vallejo: Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba.
Pienso en la
casita pintada de rosa que vi tantas veces cuando era pibito.
Retrocedo unos
pasos, levanto los ojos; leo casi sobre el techo de la bóveda: Martín Coronado.
Camino hacia la
salida del cementerio de la Recoleta”.
En todo camino
aparecen señales. Atenti que mientras tanto se va la vida. Silba bajito, anota
el cronista. Siguiente texto:
“Desde hace un
par de años que cargo con las imágenes enfrentadas: la casita pintada de rosa
en la provincia y la bóveda en el cementerio de la ciudad.
Una y otra son
los extremos de un enigma: ¿quién fue Martín Coronado?
Entre los
primeros intentos de acercamiento a su persona, llegué a un puñado de líneas
escritas por José “Pepe” Podestá, el famoso payaso Pepino el 88. En su libro Medio siglo de farándula, Memorias de José
J. Podestá (1930) aparece un testimonio sobre Coronado. Al parecer, un
señor escritor: “La piedra de escándalo”
fué la verdadera “piedra de toque” en la evolución de nuestro teatro; grangeó
voluntades, conmovió a los incrédulos y congregó en el Apolo lo más destacado
de la gente de letras.
Desde entonces, el inolvidable don Martín
Coronado era infaltable en mi camarín, y yo sentía un verdadero placer
conversando con el poeta.
– Hasta hace poco tiempo –me dijo en una
ocasión– el público no me conocía; ahora, con el éxito de “La piedra del
escándalo”, ese público ha empezado a interesarse por mis libros de versos que
dormían en los estantes de las librerías. Además, ahora tengo más amigos que
antes, cuando voy por la calle muchas personas desde la acera de enfrente me
saludan: “¡Salud don Martín!”; “¡Lo felicito señor Coronado!”. Decididamente,
un éxito teatral le dá a un autor más popularidad que varios libros.
En otra ocasión me decía:
– Ahora mis obras no valen gran cosa, pero,
algún día valdrán.
– Si es por eso –le contesté– siga por mucho
tiempo dándonos de esas obras que no valen gran cosa, don Martín, y tráiganos piedras, muchas piedras, para
continuar el edificio de nuestro teatro, ¡que bastante falta le hacen!
Era poco comunicativo y de una modestia ejemplar.
Jamás daba una opinión si no se la pedían, y cuando la daba lo hacía con
altura, sin miras egoístas, sinceramente.
Nunca le oí hablar mal de nadie.
Era un verdadero amigo, un leal consejero;
incapaz de animosidad ni aun contra los mismos irrespetuosos que hacían ironía
con “los versitos de don Martín”.
Cuando una obra mediocre se conservaba en el
cartel, se le oía decir: “Algo ha de tener la pieza cuando se sostiene de ese
modo”.
Una vez me leyó un drama en tres actos, y
como le aconsejara que no lo diera sin modificarlo, me inquirió el motivo, y al
dárselo reconoció que yo estaba en lo cierto. Desde entonces no me habló más de
aquel drama.
Cuando me entregaba una obra acostumbraba
decirme: “Corte donde le parezca”. A pesar de esa autorización nunca tuve
necesidad de valerme de ella; cuando surgía alguna duda lo consultaba y el buen
amigo solía complacerme amablemente.
De esta manera
supe que Martín Coronado me agradaba. Era un rastro prometedor.
Luego comencé
con la investigación, con este intento de saber quién había sido este hombre.
En la localidad
de Martín Coronado está la casa de mis padres. Desde 1925 el nombre del
escritor designa lo que en apariencia fue uno de sus lugares en el mundo”.
Martín Coronado,
uno de los padres de nuestro teatro, nació en la ciudad de Buenos Aires en
1850. Murió en Caseros en 1919. ¿Habrá muerto en la casita rosa que tanto
atrajo la mirada de mi yo pibito? Imagino la casa con su buen fantasma
espiándome por una de las ventanas.
Encontré su obra
completa en la biblioteca del Teatro Cervantes. Encontré su nombre en la sala
mayor del Teatro San Martín. Encontré los tres textos de inicio de Recuerdos. Tres textos autobiográficos.
Escribió el primero en 1912. El siguiente en enero de 1913. El último data de
julio de 1914. Faltaban cinco años para su muerte, pero Recuerdos no tuvo continuación. ¿Habrá escrito esta memoria de los
tiempos primeros en la casita rosa?
Al parecer nada
resultó fácil en la vida de Coronado. Fue imprentero, un trabajo que hacía en
su propia casa. ¿En qué casa? No lo sé.
La rosa blanca fue su primer estreno
(1877). Recién en 1902, cuando la compañía de los hermanos Podestá dio
escenario a La piedra de escándalo,
Martín Coronado conoció el reconocimiento del público y la crítica. Su último
triunfo fue con La chacra de don Lorenzo,
en 1918.
Hace días que
giro sobre el buen fantasma de Martín Coronado. Pienso en su Recuerdos con apenas tres capítulos.
Autobiografía inconclusa. Pienso en mi proyecto de libro, apenas unas páginas a
partir de un recuerdo de infancia junto a los primeros pasos en la
investigación. Como si hubiera llegado hasta la galería de la casita rosa sin la
fuerza necesaria para abrir la puerta y entrar. Quizá Martín Coronado no tuvo
el impulso que lleva. Tal vez estaba enfermo, quizá por eso fue a refugiarse en
la casita de provincia.
Allá lejos, hubo
el día en que la abuela Eufemia partió hacia donde confluyen todas las casas
que habitadas fueron en esta vida. Allá lejos, años después de la muerte de mi
abuela, hubo el día en que la topadora se llevó la casita rosa donde escribiera
Martín Coronado.
La casa retornó
durante el sueño de la palabra anotada. Así sucedió. Una vez más. Por eso la
escritura de este rescate. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue
siendo.