Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

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Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

miércoles, 10 de agosto de 2022

Regresa Martín Coronado, escritor

 

Composición fotográfica: Mario Bellocchio

La casa retorna durante el sueño de la palabra anotada. Aparece. Avisa. Retorna a su vez el puñado de páginas escritas para un libro que no fue. Regresa Martín Coronado, escritor. Sol que vuelve al fuego en el presente. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.

Jugué entonces, allá lejos, a la escritura de una biografía de Martín Coronado. La búsqueda indicó que nadie la había escrito. Fue un sentimiento, un impulso. Debía hacer los primeros movimientos. Me invitaba la casa rosa sucio vista en la infancia. Desde el altillo que se guarda en la galaxia que deriva, la memoria, rescato el primero de aquellos textos:

 

“El recuerdo pertenece a mis ocho, diez años.

Camino con mis padres por la calle larga. Había que caminar mucho para llegar a la casa de la abuela Eufemia.

Cerca del campo de los curas suelto la mano de mi mamá y corro hasta un alambrado que está prácticamente cubierto por una enredadera.

Entre las hojas y las flores de un color violeta pálido descubro con mis dedos el alambre. Hago espacio para que la mirada avance.

Veo la casa.

Vuelvo a ver la casa.

Está pintada de un rosa sucio y su techo es de tejas. No es una casa grande. Al frente tiene una especie de galería de techo de chapa; la sostienen tres o cuatro parantes de madera. La puerta y las ventanas son viejas. Todo es viejo, otra época.

Cada vez que iba en camino hacia la casa de mi abuela, quería acercarme y mirar la casa. Siempre estaba cerrada.

Después, supongo, miraría a mi papá. Una manera de decirle que me gustaba mirar la casa del escritor. Desde muy chico me acompaña ese conocimiento. Un escritor, como un pintor, es una persona especial. Abrí los ojos en una casa donde había dos bibliotecas. Mi papá, artista plástico. Tenía amigos y conocidos que también eran artistas. Mi abuelo paterno, Julio Martín, escribía poesía. Desde muy chico sé que la casa de un escritor no es una casa más, aunque en verdad lo sea.

Por esta razón sentía un mayor respeto por la casita rosa.

Llegó el momento en que dejé de verla, primero porque ya no hizo falta visitar a la abuela Eufemia, y porque después fue un imposible.

La casa guarda un lugar en mi memoria. Siempre la veo, siempre vuelvo al alambrado y la enredadera.

Una casa de escritor en la localidad de Martín Coronado, en la provincia de Buenos Aires”.

 

Así abre el libro. Crónica de caminante. Cronista de uno mismo, dijo Otilia Da Veiga, poeta. El segundo texto proviene de una tarde de encuentro:

 

“Camino hasta la bóveda de mármol negro.

Una construcción sobria. Está cerca de la pared del cementerio.

Un gato acostumbrado a la proximidad de las personas pasa frente a su puerta.

Espero a que el felino, de andar tranquilo, termine de pasar, y avanzo los dos pasos que me separan del objeto de mi curiosidad.

Quiero mirar en su interior. Veo poco o nada. Por lo general las puertas de las bóvedas se comportan de manera mezquina.

Hace unos días leí unas líneas escritas por el poeta César Vallejo: Una casa vive únicamente de hombres, como una tumba.

Pienso en la casita pintada de rosa que vi tantas veces cuando era pibito.

Retrocedo unos pasos, levanto los ojos; leo casi sobre el techo de la bóveda: Martín Coronado.

Camino hacia la salida del cementerio de la Recoleta”.

 

En todo camino aparecen señales. Atenti que mientras tanto se va la vida. Silba bajito, anota el cronista. Siguiente texto:

 

“Desde hace un par de años que cargo con las imágenes enfrentadas: la casita pintada de rosa en la provincia y la bóveda en el cementerio de la ciudad.

Una y otra son los extremos de un enigma: ¿quién fue Martín Coronado?

Entre los primeros intentos de acercamiento a su persona, llegué a un puñado de líneas escritas por José “Pepe” Podestá, el famoso payaso Pepino el 88. En su libro Medio siglo de farándula, Memorias de José J. Podestá (1930) aparece un testimonio sobre Coronado. Al parecer, un señor escritor: “La piedra de escándalo” fué la verdadera “piedra de toque” en la evolución de nuestro teatro; grangeó voluntades, conmovió a los incrédulos y congregó en el Apolo lo más destacado de la gente de letras.

Desde entonces, el inolvidable don Martín Coronado era infaltable en mi camarín, y yo sentía un verdadero placer conversando con el poeta.

– Hasta hace poco tiempo –me dijo en una ocasión– el público no me conocía; ahora, con el éxito de “La piedra del escándalo”, ese público ha empezado a interesarse por mis libros de versos que dormían en los estantes de las librerías. Además, ahora tengo más amigos que antes, cuando voy por la calle muchas personas desde la acera de enfrente me saludan: “¡Salud don Martín!”; “¡Lo felicito señor Coronado!”. Decididamente, un éxito teatral le dá a un autor más popularidad que varios libros.

En otra ocasión me decía:

– Ahora mis obras no valen gran cosa, pero, algún día valdrán.

– Si es por eso –le contesté– siga por mucho tiempo dándonos de esas obras que no valen gran cosa, don Martín, y tráiganos piedras, muchas piedras, para continuar el edificio de nuestro teatro, ¡que bastante falta le hacen!

Era poco comunicativo y de una modestia ejemplar. Jamás daba una opinión si no se la pedían, y cuando la daba lo hacía con altura, sin miras egoístas, sinceramente.

Nunca le oí hablar mal de nadie.

Era un verdadero amigo, un leal consejero; incapaz de animosidad ni aun contra los mismos irrespetuosos que hacían ironía con “los versitos de don Martín”.

Cuando una obra mediocre se conservaba en el cartel, se le oía decir: “Algo ha de tener la pieza cuando se sostiene de ese modo”.

Una vez me leyó un drama en tres actos, y como le aconsejara que no lo diera sin modificarlo, me inquirió el motivo, y al dárselo reconoció que yo estaba en lo cierto. Desde entonces no me habló más de aquel drama.

Cuando me entregaba una obra acostumbraba decirme: “Corte donde le parezca”. A pesar de esa autorización nunca tuve necesidad de valerme de ella; cuando surgía alguna duda lo consultaba y el buen amigo solía complacerme amablemente.

De esta manera supe que Martín Coronado me agradaba. Era un rastro prometedor.

Luego comencé con la investigación, con este intento de saber quién había sido este hombre.

En la localidad de Martín Coronado está la casa de mis padres. Desde 1925 el nombre del escritor designa lo que en apariencia fue uno de sus lugares en el mundo”.

 

Martín Coronado, uno de los padres de nuestro teatro, nació en la ciudad de Buenos Aires en 1850. Murió en Caseros en 1919. ¿Habrá muerto en la casita rosa que tanto atrajo la mirada de mi yo pibito? Imagino la casa con su buen fantasma espiándome por una de las ventanas.

Encontré su obra completa en la biblioteca del Teatro Cervantes. Encontré su nombre en la sala mayor del Teatro San Martín. Encontré los tres textos de inicio de Recuerdos. Tres textos autobiográficos. Escribió el primero en 1912. El siguiente en enero de 1913. El último data de julio de 1914. Faltaban cinco años para su muerte, pero Recuerdos no tuvo continuación. ¿Habrá escrito esta memoria de los tiempos primeros en la casita rosa?

Al parecer nada resultó fácil en la vida de Coronado. Fue imprentero, un trabajo que hacía en su propia casa. ¿En qué casa? No lo sé.

La rosa blanca fue su primer estreno (1877). Recién en 1902, cuando la compañía de los hermanos Podestá dio escenario a La piedra de escándalo, Martín Coronado conoció el reconocimiento del público y la crítica. Su último triunfo fue con La chacra de don Lorenzo, en 1918.

Hace días que giro sobre el buen fantasma de Martín Coronado. Pienso en su Recuerdos con apenas tres capítulos. Autobiografía inconclusa. Pienso en mi proyecto de libro, apenas unas páginas a partir de un recuerdo de infancia junto a los primeros pasos en la investigación. Como si hubiera llegado hasta la galería de la casita rosa sin la fuerza necesaria para abrir la puerta y entrar. Quizá Martín Coronado no tuvo el impulso que lleva. Tal vez estaba enfermo, quizá por eso fue a refugiarse en la casita de provincia.

Allá lejos, hubo el día en que la abuela Eufemia partió hacia donde confluyen todas las casas que habitadas fueron en esta vida. Allá lejos, años después de la muerte de mi abuela, hubo el día en que la topadora se llevó la casita rosa donde escribiera Martín Coronado.

La casa retornó durante el sueño de la palabra anotada. Así sucedió. Una vez más. Por eso la escritura de este rescate. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.



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