Escribo
pidiendo permiso. Casi que me obligo a decir, a decirme. Tanto miedo. Un
destino de condena. No importa el destino personal. A esta altura de la novela
propia, ya no. Mi cuenta regresiva, ya no. Importa la historia triste de los
otros. Porque la patria -con todos los pifies y desencantos que se puedan
enumerar- sigue siendo el otro. Un pelotazo en la boca del estómago me llega
desde una mañana de infancia. Quedo sin aire. Una eternidad sin aire. Y
entonces, cómo decir el mal del espanto. Porque ellos. Los ellos han regresado.
Cuchillo y tenedor a la mano para iniciar el desquicio. A degüello, a degüello,
la flecha indicativa de estos tiempos. Resulta más fácil el tajo que trepar al
árbol soñando, sumando en la esperanza. Cuchillo y tenedor, y motosierra.
Y sin
embargo la esperanza. Anoto, pero me cuesta. Pienso en la esperanza que guarda
toda resistencia. Es un deber. Un derecho. Visito ideas. Escrituras. Memorias.
Escucho. Decirme y decir a otro que pueda ver en el desastre que viene. El futuro ya llegó. Un viejo desastre parido
en la dictadura, y renacido en los 90 para todo consumo. Un desastre acentuado.
Porque de dos desastres venimos. La toma de deuda destructivista del signo de
amarillo, y después el más puro chamuyo de la albertencia.
Una
intención a la vista. Declamada a todos los vientos. Palabras claritas durante
toda la campaña de los habitantes del cuartel que guarda tropa a la derecha del
dial. Esta vez nadie puede exhibir como atenuante que el arte de la mentira del
maligno rey de amarillo ensució la cancha. En la encrucijada, los esbirros del
poder económico, declararon intenciones. A la vista los dientes. La amenaza. La
violencia física. La primera violencia en la palabra. El odio. Nadie mintió en
esta vuelta de calesita sin sortija.
Es la vida
una realidad sujeta a las tormentas, los desbarajustes, que el capital origina
para reacomodar moneda, poder, y escenario acorde a su intención. Lo dicho, en
esta vuelta de ruleta rusa que toca al país, nadie mintió. La esperanza tiene
que ver con tener cinco casilleros libres, y uno solo ocupado. Ahora, qué
sucede cuando el seis luces lleva tambor completo. De primera reacción, el
espanto. La pregunta. Por qué se permitió que se abriera la puerta de casa a
semejante amenaza. Por qué sucede lo que sucede. A quién beneficia. ¿Es que una
sociedad puede ser suicida? Mayormente, me digo, casi todos, tenemos memoria de
cada una de sus malas intenciones. Es maligna palabrería que ya ha sido
escuchada, leída. Ya se ha cobrado víctimas. Ha dejado el país en ruinas.
En la
memoria sabemos que fuimos derechos y humanos. Que las Madres. Que la Plaza. Sabemos
del horror en Malvinas. Sabemos que una vez la democracia. Que hubo juicio a
las juntas militares. Que el escritor oficial dio forma comestible a los dos
demonios. Que el punto final y la obediencia debida. Que el miserable de
Anillaco. Que el 2001. Que los monstruos de siempre. El helicóptero. Sabemos
que casi no quedaron fábricas. También sabemos que un presidente pidió perdón.
Que bajó los cuadros de los dictadores. Sabemos que el rey de amarillo arrasó
la patria. Que después de abrir la puerta volvieron los mensajeros de nueva
deuda. Sabemos que después llegó el chamuyante a mantener en su lugar los
restos del naufragio. Sabemos que el poder judicial tiene dueño. Que la bala no
salió. Sabremos que una motosierra no ronronea, sino que escupe violencias. Las
nervaduras del odio. Sabemos, me digo. Pero también me digo que, desde hace unos
años, la memoria viene de evapore sostenido. La inflación salvaje evapora
memoria. La desesperación evapora memoria. La velocidad evapora memoria. Los
precios del mercadito chino evaporan memoria. Las albertencias durante cuatro
años evaporaron memoria.
Pienso en
una sociedad donde la mayoría de sus habitantes ha sido reiniciada, acentuada. El
acento en la ansiedad por el consumo. Por tener, por sobre todo en este mundo,
lo mío. Lo que me corresponde. Aquello que necesito ganarme con decisión. Hay
caripela de derrota. Están ganando aquellos que practican el egoísmo y la codicia.
Personas a las que ya no les importa nada ni nadie. Durante noches de terror se
ha ido perdiendo el mejor costado humano, la buena intención, la solidaridad. Es
verdad, no todos, pero hay que saber que hoy los acentuados en las distintas
sintonías de la velocidad, suman y comienzan a establecer mayorías. No es el
país. No es sólo la región. Es todo un mundo que cambia de bordada, y se aleja
de lo que podría ser una vida solidaria. En la lejanía el frenesí por el
bolsillo del distraído útil que no sabe que el poder económico y sus secuaces
lo han transformado en militante de la derecha. Sabemos de los grandes medios
de comunicación. De propaganda. Lo dicho, sabemos del poder judicial. Sabemos
que siempre están los que especulan con el dólar y los precios de los
alimentos. Sabíamos de votar al verdugo amarillo o a cualquier esbirro de la
oscuridad. Dicho sea de paso, la oscuridad es una, y siempre amenaza desde el
mismo lado. La oscuridad de Mordor queda al extremo de la derecha. Los orcos
llevan gorra y falcon. Un verde que mata esperanzas. La maligna oscuridad
pertenece, desde el comienzo de los tiempos, desde allá por Mayo de 1810, a
Mordor y sus variados disfraces.
Escucho
radio. También el silencio. No veo cine. Tampoco tv. Desde mi lejanía renuevo
imágenes en la memoria. Leo. Soy uno más en situación complicada. Sobreviviendo
entre tajos gruesos. Antes estaba más atento al quehacer político de la vida en
el país. No es que haya abandonado ideas. No. Pero la desesperación, la
incertidumbre, el miedo, la velocidad, fueron desconectando una atención más comprometida.
Aun así pude resistir. Pude seguir siendo en mis ideas. Pero pienso en tantos
que no tuvieron la posibilidad de seguir siendo. Por tantos que se subieron sin
poder preguntarse por el violento que hacía su show por tv. Por tantos que
salieron un domingo fatídico con todas las ganas de simplemente patear el
tablero. Por tantos a los que se los lleva puesto el odio. Un poema triste
sería sumar las causas que nos llevaron hasta el nuevo presidente. Ni hablar del
gabinete de ministros. Muertos vivos no queridos que están de regreso. Si fui
nazi, pido disculpas, dijo uno de ellos.
Hay tanta
amenaza de ajuste económico. Tanto es lo que descalabrará la religión del
mercado. Pienso en el precio de los alimentos. En los servicios. Lo por venir también
es despido de trabajadores y achique del Estado. Hay que sufrir, dijo la libertad.
Los caídos, llamó -me llamó el mandamás- a todos aquellos que se muevan
cercanos al último palo del gallinero. La casta va a pagar. Mentira, pagarán
con sus días los que siempre pagaron. Es la única mentira. El pago de todo
aquello que choquen, será del pueblo. Otra vez sopa. Una sopa espesa y malsana,
rebosante de consecuencias.
Escucho
radio. Escuché por ahí a algunas voces jugando a la crítica a lo por venir.
Pero no sin antes sonar políticamente correctas, limpias, impolutas, y afirmar
que ¡ojo!, ojalá que le vaya bien. No. Error de errores. No quiero que le vaya
bien al míster de la motosierra. Porque si a él le va bien y hace lo prometido,
habrá millones condenados. Él es uno de los ellos nacidos para la codicia en
una religión salvaje: el capitalismo de estos tiempos. En cambio, nosotros, el
pueblo, nacimos para encontrarnos dentro de una vida justa y digna.
La mayoría votó
el pogo del payaso asesino. El pogo frente
a las urnas donde los escombros del país.
Incertidumbre.
Tristeza. Asombro. Espanto.
Esperanza.
Conciencia. Calle. Resistencia. Memoria.
Decir,
decirme desde el puente de la escritura. A manera de resistencia. De seguir
siendo en el otro, la patria.
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