Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.
















Edgardo Lois x Alejandro Lois

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

lunes, 10 de marzo de 2025

Paisaje urbano



Un rulo al viento. De un verde mustio. Un rulo alargado nacido de un pedacito de hoja de árbol. Como si fuera vela de mástil en barco modesto.

 

(Aparecido es entonces un barquito de papel que viene desde la infancia. De cuando había agua al pie del cordón. Cuando había zanja. Recuerda el testigo –mientras mira el rulo al viento- el día en que su padre le enseñó a hacer un barco de papel con la hoja de un diario. Aún lo ve haciendo dobleces sobre la mesa roja del comedor.).

 

El rulo tambalea muy cerca del límite con el acantilado de cemento liso pintado de amarillo. El viento arrastra mucho recorte de las sobras del paisaje. Pequeñeces. Basuritas. Rompecabezas sinsentido que se comerá el desierto de cemento, la arenilla del reloj de la gran ciudad. Un cauce seco repleto de restos de hojas amarronadas. De abrir el plano -la toma- el paisaje incluiría el árbol de la esquina. De escuchar detalles del sonido en la escena que encuadra al rulo, el viento llevaría hacia el futuro un murmullo de pasos leves enredado en silbos causados por la estructura crocante. El rulo lleva su conteo de final. Aún es verde. La hoja es relativamente joven. Pero ya está en marcha la muerte. El destino está marcado cuando se pierde el quehacer en los días siendo ingrediente vital del árbol.

Tiembla el rulo en el viento. De pie. Erguido. Lo lleva una única hormiga. Es diez veces más grande que la hormiga. El rulo sugiere que el tiempo ha pasado. Lo dicho. Adiós al árbol. Un verde apagado. Luego, mientras la muerte adormecía la hoja, las manos fantasma del viento hicieron su labor. Como si su cuerpo hubiera rodado sobre un tenedor que no dejara marca, el rulo amaneció como tal en el azar de una mañana. Una mordida tiene en el cuello desde la noche antes de caer del árbol. Lleva un hueco en su piel. Un hueco por donde silba el viento. Fue en el cauce seco donde una hormiga se detuvo.

 

(La hormiga negra lleva el rulo de hoja. El testigo se pregunta. Si como tesoro. Como bandera. Como desafío. En la secuencia, de a poco, aparece la intriga. Apenas descubierta la hormiga, el hombre piensa en el espíritu de lucha de la misma. La posibilidad de fundar y actuar en una situación en que se juega algo importante. Sin embargo, la lucha de la hormiga tiene apariencia de sin sentido. De sin para qué. Una línea de tango triste. Por qué no una hoja un poco más pequeña. El testigo intenta comprender aquello que a simple vista parece una locura. Intenta acercarlo al mientras tanto humano en estos tiempos crueles. Pero no está seguro de nada. Sigue con la vista en la hormiga que, en lentísimo avance, lleva el rulo en alto.).

 

Una hormiga libre de carga pasa veloz a un lado de la compañera que lleva el rulo de hoja. Como si llevara un mensaje secreto. Pasó a un lado sin siquiera ver a la que lleva el tesoro, la bandera, o que transita el misterio de un desafío. Como si ella también llevara un mensaje secreto. Sostiene el rulo en el viento de la mañana. A su derecha el acantilado liso y alto. A su izquierda la inmensidad, una de ellas, en esta parte del mundo urbano.

 

(El testigo cree ver en la escena una línea de vida, de pequeños aconteceres. Piensa, para variar, en pequeñeces. Sabe que una línea es una sumatoria de puntos. Desde el cordón es testigo. Al pie del acantilado un punto más. Ahora mira desde el cielo. Hace un momento que descubrió a la hormiga. El rulo que se mueve sobre la calle, sobre la zanja sin agua, atrapó su estar en nada. Haciendo nada. Haciendo silencio en la memoria que casi siempre tiene cuestiones que aclarar. Desde la memoria el fantasma dijo. El testigo habla con fantasmas que simplemente se aparecen en el paisaje. Personajes de ayer. Los ve. Con ellos anda de chamuyo. Pero la memoria era silencio cuando vio que la hormiga -se podría afirmar- remontaba el rulo sobre el cemento.).

 

Otra hormiga aparece en la escena. Lo hace a buen ritmo. Lleva carga. Un tercio del tamaño del rulo al que se acerca. Llegado el momento elige pasar a su compañera por el lado derecho. Entre el rulo y el acantilado. No hay duda alguna en su hacer. Avanza. Por qué no. Vamos. Tan diferente es tratar de avanzar con el rulo sobre la cabeza. Hay tira y aflojes varios. Diversas inclinaciones. Las caídas sobre el cemento. La lentitud de cada alta en el cielo.

 

(Asiste el testigo a las respiraciones de un paisaje urbano. Es un hombre que se demora en una esquina. Un comportamiento extraño. No le interesa cruzar la calle. Hombre parado sobre el cordón. Hombre parado sobre la calle. Sucede en una de las esquinas de Avenida Juan De Garay y Muñiz. En Boedo. Una encrucijada. La vida siempre es una encrucijada, piensa el testigo mientras mira el cauce seco por donde –allá abajo, en profundidad- los días, desde pequeñeces, juegan al nacimiento.).

 

La hormiga que lleva el rulo mantiene su avance lento. El rulo es sustancia, pero también incomodidad, esfuerzo, enigma. En sentido contrario avanza otra hormiga. Nada transporta. Viene desde el hormiguero. Veloz ejecuta su mandato secreto. Se detiene frente a la que transporta el rulo. Ésta intenta esquivarla por la izquierda. Pero la otra se lo impide. Se mueve a la derecha. De repente la hormiga aparecida se trepa al rulo, que cae sobre el cemento. La hormiga agresora fue a cumplir la orden. Irás a buscar a todo aquel que se oponga. A todo aquel que recuerde más allá de lo permitido. Las hormigas se trenzan en escaramuzas. Chocan. Se alejan. Caminan sobre el rulo. La agresora pasa, en dos ocasiones, por el hueco que presenta el rulo. Pero algo desconecta la insistente agresión. Una nueva orden recibida. La duración de un temblor después de un terremoto. Entonces la hormiga sigue con su camino. Su sumatoria de puntos. Su línea. El rulo volvió a erguirse en el viento. La hormiga continuaba en el desafío.

 

(Al final de este quehacer asociado para pintar o agotar un paisaje urbano, el testigo, de pie sobre el cordón, comprendió su presencia en la encrucijada. Se dijo. Cargo con un rollo de escritura. Siempre se escribe en el aire, en el viento. El recuerdo de mi vida en la historia de mi paisaje. Mi rulo en el viento. Cargo con el rulo hasta las orillas de mi Mar Muerto. En la encrucijada de Garay y Muñiz hay oportunidad de ver al otro, por ejemplo al muchacho que duerme -entre trapos encontrados en la basura de un contenedor- sobre la vereda. Duerme en la esquina al abrigo del mural. Todo es alegría en la pintura. Está la madre y el niño. En el cielo. Hay un cura. Una monja. En la tierra. Hay uno o dos presencias más. Todos sonríen. Dios también es testigo. Cada uno cuenta como puede. Hay una parrilita al paso en otra de las esquinas. Choripan pesos 4.500. La trabaja el hombre que tuvo que cerrar el vivero. Hombre de larga barba blanca. El hombre que tiene cinco perros. Ellos también habitan la encrucijada. De algo inesperado, a veces, también se puede vivir. Sucede una aparición. Una mujer regresa desde la memoria. Pasa -como pasó en un día del ayer- a un lado del árbol de donde se desprendió la hoja que sería rulo en el viento. Viste una camisa verde manzana. Hay luz en la cara de la mujer. Siempre ilumina. Ella y su sonrisa. El testigo habla con él mismo. Su rulo en el viento es un recorte en la hoja donde se escribe el argumento de la mañana. Su vida ocurre dentro de un rulo de escritura, una novela propia. Un rulo de tiempo en la mañana de un día cualquiera. Una memoria. Un puñado de sucedidos. El rulo es la memoria que lleva el testigo. Siempre en el susurro del tiempo.).

 

La hormiga que lleva el rulo en el viento se acerca más al acantilado. Se dirige hacia un hueco en el cemento. Hay más hormigas en el lugar. Con esfuerzo logra introducir el rulo en la fresca oscuridad de la cueva. Guarda una memoria que pertenezca a todos. 

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