Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.
















Edgardo Lois x Alejandro Lois

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

Mostrando las entradas para la consulta Guía de Buenos Aires una ficción ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas para la consulta Guía de Buenos Aires una ficción ordenadas por relevancia. Ordenar por fecha Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Noticia: Guía de Buenos Aires (una ficción) se ha vestido de libro: los interesados hacer señales de humo, muchas, pero muchas gracias




Buenos Aires es nao y misterio. Una damisela nacida entre el viento y la garúa. La ciudad es galaxia que guarda universos chiquitos. Buenos Aires bien puede ser un tren de vagones ligeros que discurre debajo de un puente: la vida que se acaba y el intento de soplarle la eternidad a la muerte. Sobre el puente siempre pueden alistarse los observadores: una feliz manera de conocer el murmullo amanecido, sucede cuando las historias se dejan ver en su tránsito cotidiano.


Edgardo Lois




Historia previa

Desde que conozco el trabajo fotográfico de Eduardo Noriega que juego a imaginar un libro con sus fotos y mis palabras.
Varios cafés, en el Margot (Boedo) y en el Cao (San Cristóbal), sellaron el acuerdo. Eduardo me acercó una buena cantidad de fotos y seleccioné cincuenta y cuatro. En ellas descubrí que había una ruta, un viaje o flecha indicadora que traía la mirada desde la provincia de Buenos Aires hasta la ciudad. Noriega es fotógrafo urbano, lo suyo es la calle y su gente, y nuestra pequeña galaxia respira en buena salud dentro de su trabajo, una de esas paradas que llevan, como debe ser, toda la vida. Le dije que ya tenía la Guía de Buenos Aires y partí de juego con la escritura.
Escribí sobre Antonio, un personaje de ficción que sueña, camina, que transita la vida atento a los recuerdos, a los pensamientos. La ciudad es el gran plano general, la presencia madre.El recorrido llegó a su fin: libro terminado, descubierta una de las ciudades posibles.

jueves, 8 de septiembre de 2022

Eduardo Noriega: Click, el sonido que nos lleva

 


Pienso en Eduardo Noriega, amigo, fotógrafo. Nunca se lo dije. En estos años pensaba mucho en él. En su elección de lejanía con el mundo. La última vez que compartimos tiempo fue alrededor de una mesa de café sobre Avenida Boedo. Luego nuestra ciudad -porque hubo un tiempo en que tuvimos la nuestra- fue ciudad pandemia. Y en el después, en los días de presente cercano, las palabras se me fueron guardando para un mañana que, al final, no existió. Eduardo se fue alejando del puerto. Despacio, a conciencia. Lejos de la fotografía. Como los escritores que eligieron decir No, ya no escribo más. Preferiría no hacerlo. Sin click en los últimos tiempos. Disparo. Click. El sonido de la muerte que nos lleva. Dejó la herramienta, el oficio, porque sentía y pensaba. Necesitaba la lejanía. Elegía. Así aguardó en su bote, tranquilo y esperanzado, como en mientras tanto de pileta de revelado. Hasta más ver. Hasta que su mirada celeste se abismara en el más allá. Se fue de abismo en mano, ayer, a mitad de agosto. Murió el amigo. En una nota que publiqué, en Desde Boedo, sobre su quehacer artístico, allá por 2010, anoté esta foto: “Eduardo Noriega habla pausado, trata a cada momento de hacer foco en sus ideas. Sabe contar aquello que piensa y que siente, sabe acomodar los elementos en el escenario y también sabe disparar palabras claras, rápidas, para cerrar un pensamiento. Habla de la misma manera como hace fotografía. Está cómodo en la vereda del Cao, aunque su hábitat natural sea la vereda del Margot, a escasa media cuadra de su casa (…)”.

Nos presentó una amiga en común. Liliana Bustos. Una mujer cronopio de cámara y lapicera en mano. Constructora de puentes que comunicaban miradas humanas. Una mujer con sombrero. Estuvo de corta gira -en su Buenos Aires refugio- hasta que un día levantó los brazos y llegó al cielo de Boedo. Una viajera nos llamó al viaje. Hermanados partimos con la intención de asomarnos al mundo del arte.



Eduardo dijo sobre la fotografía: (…) Creo cada vez menos en la inteligencia, y sí en los sentimientos y en los sentidos, valores naturales que tiran muchas barreras abajo, principalmente intelectuales; intento hacer fotografía en ese sentido, no me gusta pensar cuando hago la foto, no me gusta trabajar sobre ensayos, me gusta que la imagen me sorprenda y me produzca algo, eso en principio, si es así vale la pena hacer la foto, después se verá si es buena o no, luego debe pasar por mi tamiz, decido si la muestro o no, porque le debo respeto al público. La Fotografía es una conexión entre el público y el fotógrafo, y es una relación que debe cuidarse.

Su manera de definirse cuando el click: La fotografía ha evolucionado mucho técnicamente, pero no sé hasta qué punto ha evolucionado desde lo estético; para tratar de acercarse al arte, nada mejor que ser lo más auténtico posible, si hay autenticidad uno se puede conectar con su tiempo, ahora que si se sigue alguna moda, la cosa es distinta; hoy se estila bastante, es el camino fácil, pero el desafío está en romper con el paisaje bonito, el desafío es fotografiar y no caer en la obviedad de los paisajes, romper con lo previsible y agregarle algo, tu mirada. La máquina es la herramienta, las modas desaparecen, y los fotógrafos que sí hacen historia son los que tienen personalidad, los que son únicos: los que son ellos mismos. A mí nunca me interesó la tendencia, no me gustan que me digan lo que tengo que hacer, hago fotos de lo que considero mío, la fotografía es una especie de proyección, salgo y me llevo la imagen que me atrae, después decido qué hago con ella, después veo si tengo la posibilidad de llegar con ella a los demás. La fotografía es tan objetiva que es una complicación, y lo que hay que sortear es esa objetividad para ponerle subjetividad, hay recursos: enfoques, encuadres, etc., o sea una parte técnica y nuestro interior. Fotografío para mí, prueba y error permanente buscando que la imagen me represente. La fotografía es una especie de certificado de la realidad, como dice Roland Barthes: Esto ha sido, no admito intervención en la esencia de la foto, la foto es certificación y memoria, el click es principio y final, Barthes dice que el click es el sonido de la muerte, es lo que fue y que ya no podrá ser.



Siempre el agradecimiento al maestro: Es una necesidad sacar fotografías, empecé a los catorce años, hice muchas fotografías tontas tratando de hacer lindos registros, hasta que después decidí perfeccionar la técnica, fue así como hice un curso con quien fue mi maestro: Eduardo Gil, que me llevó a entender que la fotografía podía ir muchísimo más lejos del registro bonito, correcto. A partir de ahí inicié mi trabajo de búsqueda, que es ante todo interno. Nadie puede fotografiar más allá de lo que tiene adentro; podés aprender a perfeccionarte, pero siempre para mostrar el contenido de quien fotografía.

Eduardo Noriega toma una foto de la duda: En el trabajo es indispensable. No cree en absolutos, el viajero adhiere a la sintonía de lo relativo: Siempre hay que ver desde dónde se mira, desde dónde se piensa, hay que tener en cuenta el entorno antes de poner el título.

Muchas veces viajero de la galaxia Buenos Aires, y su aroma de urbanía: Sí, me lo han dicho, pero en mí no hay una intención, sí, hay muchas fotos de ciudad, pero no sé si hay un interés en la gente, hay un interés en la imagen, no es que la gente no me interese, pero primero es la imagen, puede haber gente o no, busco imágenes que retraten mi universo, aquello que me moviliza, pero la estética es la primera invitada. Muchas veces sucede que primero busco un escenario, me puedo pasar una semana esperando a que suceda algo en el escenario elegido, saco muchas fotos y encuentro cosas, me gusta trabajar con el escenario, sí, es una especie de trampera, en realidad somos pescadores con caña y cordeles; también crucé Corrientes a la carrera porque en un segundo se me ocurrió una foto que podía suceder en el instante siguiente, corrí y disparé, es otra manera, y ahí el azar es fundamental, bueno, siempre lo es en fotografía, porque podés esperar y calcular todo lo que quieras, aprestar tus herramientas, tomar la decisión, pero el azar puede colocar lo suyo, el azar te puede ocultar o puede incorporar elementos. Por eso está la repetición, hay que tener mucha soberbia para hacer un solo disparo y guardar la cámara, se intenta la corrección en los disparos sucesivos, una manera de buscar la victoria.

Sucedió que no nos vimos durante algunos meses. Lo encontré una tarde en el Cao. Corría 2011. Me cuenta que había hecho una selección de aquellas que consideraba sus mejores fotos. Quedamos para un próximo café. Fijate, dijo. En una caja había ciento y pico de fotos. Algo me pasó en la recorrida. Algo físico. Pregunté si me podía prestar las fotos por unos días. Seleccioné 54. En rápido movimiento mágico ordené por tema dentro del viaje que apareció a la vista. Desde lugares de la provincia de Buenos Aires hasta la gran ciudad. Antonio, el nombre del viajero. Escribí un texto para las diez primeras fotos. Eduardo leyó en el Cao. Dijo: Nunca pensé que mis fotos pudieran servir para ésto. Así comenzó a componerse Guía de Buenos Aires (una ficción), libro publicado a finales de 2011.



Pienso en Eduardo Noriega. En su manera de alejarse del puerto: el barrio, la ciudad. De a poco dejó de trabajar el oficio de la esperanza con su herramienta. Hombre de máquina de fotos y de pensamiento a la mano. Insistí para que retomara el ejercicio de la fotografía. En el oficio veía la oportunidad de un tiempo futuro. Pero Eduardo había elegido. Lo ofendía, además, la sociedad tan floreciente de miserables en la ciudad del maligno rey de amarillo. Su arte de fotógrafo descubriendo la vida triste en Buenos Aires.

Nos invitó al encuentro una mujer con sombrero que nunca olvidamos. Sucedió en Boedo, en la Buenos Aires que fue nuestra. El refugio fotografiado en riguroso blanco y negro. Las memorias mientras Eduardo elegía velar su rollo en la distancia. Como si ya hubiera partido. Volvía, estaba, solo para sus afectos. Entonces jugaba otro tiempo sobre la vereda. Hoy queda la memoria. Su retorno como buen fantasma. Como sucede en esta tinta de color rojo. Reciente su trazo. Tinta que dice que nos vamos alejando. Regresa. Sueña el poema una primera línea: Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.

Dijo Eduardo al final de la charla en 2010: Trato de usar el tiempo, porque lo único que tenemos es tiempo. A nuestra manera, amigo. Click, el sonido que nos lleva.



miércoles, 15 de agosto de 2007

Morir por Perón (Hombre que lee)


Publicado por Editorial Díada (novedad de septiembre en librerías)
La novela llevó cinco años de lectura y escritura. En ella intenté reflejar mi condición de lector de la historia política reciente de la Argentina. La historia comienza cerca de los años 40 en Boedo y termina luego del Mundial del 78. Si bien tenía una idea básica sobre lo ocurrido en el país en esos años, no contaba con una seguidilla certera de hechos y mucho menos una cronología ajustada de los mismos. A medida que avanzaba con la parte de ficción, que se reparte en la vida de dos personajes, Felipe y El Griego, a lo largo de esos treinta y ocho años de historia, y en la vida de Inés Pagani, Mariano Larra y Roberto Teufelo en una Buenos Aires del 2000, comencé la lectura de muchos libros que trataban, desde distintas ópticas, el lapso histórico de mi interés. Fue a través de esas lecturas que comencé a trabajar en una especie de largo resumen, pleno de citas de documentos, partes de discursos, publicaciones, libros, que fueron dando forma a esa cronología que me faltaba. El resultado fue que terminé apasionado por saber algo más y por poder, ahora sí, tener una pista más clara sobre lo sucedido. Tomé la decisión de no intentar ficcionar esos hechos, sino contarlos como lo haría una persona que leyó y que en consecuencia guarda datos en su memoria. Así encontré la forma, el lugar, para lo histórico en el libro, sólo trabajé la ficción de pequeñas situaciones que tenían que ver con el posible cotidiano de Felipe y El Griego. Seleccioné hechos, era imposible registrar todo, y esto agregado a mi obvia subjetividad; además sería pretensioso pensar que hoy se puede llegar a una totalidad cuando la historia ha sido vivida, pero no ha sido contada, escrita. La verdad, sí, quizás en alguno de los días por venir. Puse el acento en la relación entre Perón y la cúpula de la organización Montoneros, aunque hay además un recorrido por la insurgencia peronista, y un repaso de lo que significó el triunfo de la Revolución Cubana, entre otros muchos temas que hacían a esos años.
Por el lado de la Buenos Aires del 2000, todos los personajes giran alrededor de una librería de viejo, digo que Morir por Perón es una novela sobre libros y sobre la suerte de las bibliotecas que han perdido a su guía espiritual.
Digo también que es una novela que sólo retrata a un demonio, porque decididamente no acepto la teoría de los dos demonios con la que el sistema pretendió lavarse la cara.
No pretendo haber descubierto ninguna verdad, soy un hombre que lee y cuenta algo de lo que lee, algo de lo que imagina; soy una persona más que sabe de la felicidad mientras cuenta historias.
Contratapa
¿Existe una gran Historia que narra los sucesos “exteriores” al individuo y otra pequeña e independiente constituida por los pequeños relatos de lo cotidiano? Morir por Perón, de Edgardo Lois, es una demostración literaria de que esta división que suele aceptarse sin discusiones no existe, porque el destino no es un atajo individual y caprichoso de la vida de cada persona, sino una encarnación particular de la Historia. Por eso, la novela de Lois evita con lucidez darles a los sucesos históricos un tratamiento novelístico y elige, en cambio, respetar el carácter de enumeración explicativa que les corresponde. ¿Por qué quitarles las características propias del relato del pasado cuando éste es la condición de posibilidad de cualquier otro relato, ya sea real o inventado? Los sucesos de la Argentina de que dan cuenta Felipe y El Griego no son independientes de la relación de violencia y sometimiento que se entabla entre Inés Pagani y Roberto Teufelo. La soledad insular de Mariano Larra que lo lleva a atisbar el “afuera” desde la ventana del baño, su doloroso exilio dentro de su propio país no son una conjura del azar, sino una de las múltiples formas de cristalización de la realidad social de la Argentina que produjo una multitud de exiliados que nunca cruzaron la frontera.
Una novela que acierta al restituirle al relato histórico sus características específicas y al mostrar con maestría literaria lo que la Historia puede hacer con el individuo.

Mónica López Ocón

***
Felipe nació unos diecisiete años antes de que la primera bomba cayera sobre la plaza.
Fue pibe cuando el ejército alemán de Hitler devoraba hombres y tierras por toda Europa. Es posible que se haya intrigado cuando, todavía muy chico y con todo el mundo muy metido en la guerra, vio pasar por una Independencia, con plazoleta en el medio, el colectivo que ya no llevaba ruedas de goma sino que corría sobre los rieles del tranvía. No sé si Felipe sabía de gomas, de guerra, de la falta de caucho para abastecer a las tropas aliadas. No creo, pero Felipe podría haberse sorprendido por el sonido o porque tantas personas no podían dejar de mirar hacia la novedad que atronaba las calles de Boedo.
El trueno del colectivo hecho tranvía por esas cuestiones misteriosas del destino y la guerra, casi con seguridad espantó a hipotéticos competidores de billarda. Se podría anotar, sin riesgo de atentar contra la memoria de la vida de Felipe y del barrio, que existió el día en que Felipe apenas escapó del golpe del bochín, hecho con el extremo de un palo de escoba, de la billarda, y que el peligro cercano detonó la queja airada de las vecinas del lugar. Peligros también ofrecían los campeonatos de balero, un bochazo bien puesto podía lograr hasta una doble operación de tabique nasal; pero más adelante el riesgo poco importó a Felipe y se destacó entre los arriesgados cultores del balero. Nunca fue afortunado con las bolitas, y lo fue mucho menos luego de que apareciera, para asombro del barrio, un pibe tucumano, bien morocho y de pelo bien negro y duro. Hasta ahí nada sabía Felipe de ciertas cuestiones políticas que contribuían a que él siempre perdiera sus bolitas y se las llevara el tucumano.
[...] Con el correr de los años sabrá de los grandes desfiles militares, de esos días en que la patria cumplía años. Porque Felipe, cuando todavía era pibe, no se preguntaba qué era la patria, pero sí se lo preguntará, y varias veces, en su futuro de habitante de esta patria argentina. Siempre escuchaba hablar de Domingo, el panadero. Fue su papá quien una vez le contó que Domingo, antes de ser panadero, trabajaba armando los grandes palcos para cuando la patria cumplía años y los soldados marchaban engalanados por la Avenida Alvear.
Felipe también supo de pibe que a veces se producen revoluciones, y que cuando había revolución, mejor quedarse en casa. Escuchó nombres. Primero Castillo, luego, general Rawson, general Ramírez, general Farrell. Fue entonces que, entre tanto escuchar la palabra general pronunciada con mayúscula, entró a tallar un nombre, Perón, pero éste como coronel, o mejor, fueron dos nombres los tallados en pocos años: Perón y Evita. Así Felipe se encontró viviendo en la Argentina del peronismo, del justicialismo de la justicia social en donde los privilegiados eran los niños, y en donde el que nada tenía, consiguió contención y reparo.
Recordará haber escuchado que en la calle, allá por el 43, la gente tenía miedo. El miedo, la idea del miedo quedará rondando por entre su memoria de pibe. Miedo allá por el 43, pero ahora Felipe disfrutaba de su condición de privilegiado. Siempre recordará la cara que tenía su mamá cuando paró el auto frente a la casa. Había escrito una carta a la Fundación Eva Perón, en ella pedía una pelota de cuero con tiento. El señor que bajó del auto preguntó por el pibe, entregó la pelota y una carta puntillosamente firmada por Perón. Felipe no tenía forma de saber que a Mónica, una nena de otro barrio, los juguetes se los hacía el padre, juguetes de madera, porque no se podía comprar de los otros. Fue el papá de Mónica el que dijo que el trabajador debe poder comprar todo aquello que necesita, si lo compra con el dinero que gana no tiene necesidad de que nadie se lo regale. El papá de Mónica no tenía trabajo, él no tenía la libreta peronista.
Felipe no tenía forma de saber que al mismo tiempo que él recibía su pelota de cuero con tiento, otro auto se llevaba al pintor que vivía en uno de los conventillos de la cuadra. Habían venido a buscar al pintor gracias a la palabra comprometida de un vecino del mismísimo pintor, luego, un vecino de los padres de Felipe y en definitiva, un vecino de Felipe, quien desde ese día jugará, hasta que se rompa, con la pelota obsequiada por quien cuida de los privilegiados. Felipe, entonces no sabrá que fueron a buscar al pintor porque rompió, en la calle, sobre Independencia, la foto de Perón y Evita; no sabrá que un vecino lo denunció.
///
Los exámenes se tomaban en un edificio, en uno de los departamentos del primer piso con vista a la calle, ubicado sobre la calle Paraná. Felipe estaba conforme con el curso. Siempre tuvo la sensación de que era algo serio. Alex Raymond era el dibujante de Rip Kirby y de Flash Gordon, era mucho mérito, y él, Felipe, era uno de los que habían tomado el curso de historieta por correspondencia de Alex Raymond. Quizá haya sido el curso de historieta el causante de que Felipe prestara tanta atención a las pintadas callejeras que se sucedían en Buenos Aires. Una curiosidad con su centro de interés en la factura y la ocurrencia. Fue El Griego quien primero le informó del origen de la sigla, que proponía una clara expresión de deseo, ¡Perón vuelve! La letra P contenida por los brazos abiertos de la V corta era deudora de la fórmula ¡Cristo vence!, representada por una cruz entre los brazos abiertos de la V corta. En la mirada atenta de Felipe, en su mirada de historieta que recién comenzaba, apareció la certeza de que los trazos de las pintadas de la historia no se detendrían en la amistosa apropiación peronista del símbolo cristiano. La certeza apareció cuando una mañana encontró en una pared del barrio la P de Perón, pero dentro de una V corta metamorfoseada; a la letra en cuestión le habían crecido patas que caían desde sus manos en alto hasta el renglón imaginario de la pared, así la V de vuelve ya no era tal, sino M recién llegada que informaba un estático muera, sí, ya no vuelva, ahora muera. Cuestiones de la vida y sus invitaciones, se podría fantasear que dijo un Felipe un tanto chistoso.
La metamorfosis no quedó ahí; la pintada sufriría una modificación más. Los partidarios de Perón procedían a tachar la P deshonrada, y a agregar una R de Rojas a la derecha de la otrora V corta devenida en intimidante M. Felipe esperaba una nueva vuelta de tuerca sobre las paredes, pero nada sucedió. Tiempo después se recriminaría haber estado tan despreocupado como para sólo estar pendiente de los trazos de las pintadas, y no haberse detenido en sus significados.
[...] Felipe, ante todo, pertenecía al barrio, primero era de Boedo y de su grupo de amigos del barrio, y luego, como segunda pertenencia, estaba el colegio, en eterno segundo puesto. Era casi un imposible que alguien de la barra del colegio entrara o tan solo visitara a la sociedad constituida a base de exclusividad boedense; y en cambio, sí era posible que alguien del barrio, alguien destacado o en vías de destacarse entre los pensamientos del presentador, de aquel que lleva al amigo a otro lugar porque el pibe es de oro, de primera, de confianza, obtuviera un pase abierto para extranjeros bienintencionados. Para ser de la barra, para gozar de la pertenencia, había que entender que aquello que le pasara a uno de sus integrantes le pasaba a todos. Luego, El Griego era de la barra de Boedo por derecho adquirido a través de vivienda y callejeadas con hermanos, y era él el único que cruzaba el puente que llevaba hasta el segundo grupo de Felipe.
Yo vi los aviones desde el tanque de agua de mi casa y quería que lo mataran, porque mi papá quería que lo mataran y mi mamá también, pero después, al otro día, había mucha gente muerta, pobre gente, y entonces no me aguanté y lloré atrás de la parecita del tanque de agua, para que no vieran los viejos, así le dijo a Felipe en el momento justo. Después, con los años, se dará cuenta de que fue su alegría ignorante de purrete ante tanta muerte, la causante de que él, El Griego, se parara, casi al instante, en la otra vereda, la opuesta a la de mamá y papá. El Griego, adhirió al peronismo por curiosidad, por ser testigo de tanto grito entre la gente de la calle, de tanta resistencia, pero ante todo, por haberse sentido tan mal después de haber festejado el zumbido de los Glosters cuando estaba subido al tanque del agua de su casa.
Felipe y El Griego no serán los únicos pibes del barrio que comenzarían a preguntarse por qué pasaba lo que pasaba. La proscripción del peronismo, la prohibición de nombrar a Perón, o la mismísima lluvia de bombas y metralla sobre la Plaza de Mayo, bien valía unas preguntas; a muchos no les cerraba que los supuestamente buenos pudieran ser tan malos.

martes, 16 de junio de 2015

Guía de Buenos Aires (una ficción) en bar La Poesía, Chile 502, San Telmo

Doce fotos de Eduardo Noriega pertenecientes a nuestro libro: Guía de Buenos Aires (una ficción), están siendo expuestas en la sala Raúl González Tuñón de La Poesía. La muestra cierra a finales de julio.