Un barco descansa sobre una terraza. Un barco fuera de lugar flota sobre la casa japonesa. El corrimiento espacial hace posible la extraña presencia. La naturaleza en su condición fundante colocó la rareza sobre territorio nipón. Hubo un primer barco, luego otros. Ocurre siempre, menos los panes todo puede multiplicarse. Un barco fuera de lugar puede o debería agitar la memoria. Porque un barco puede ser barco, pero también puede ser hombre. Alguna vez le escuché decir a mi tío Juan: Yo fui un barco fuera de lugar toda mi vida. El hombre, o mejor, algunos hombres, pueden vivir como barcos exiliados en tantísimos lugares: barcos fuera de lugar en el sueño que acomoda navegaciones mar afuera y mar adentro.
La primera vez que vi un barco fuera de lugar fue en la película Aguirre, la ira de dios de Werner Herzog. Álvar Núñez Cabeza de Vaca, adelantado y capitán general del Río de la Plata (1490-1564), en su libro Naufragios y comentarios, da una primera pista sobre el caso de estos barcos, refiere un caso posterior a una gran tormenta: El lunes por la mañana bajamos al puerto y no hallamos los navíos; vimos las boyas de ellos en el agua, adonde conoscimos ser perdidos, y anduvimos por la costa por ver si hallaríamos alguna cosa de ellos; y como ninguno hallásemos, metímonos por los montes, y andando por ellos, un cuarto de legua de agua hallamos la barquilla de un navío puesta sobre los árboles... Herzog llevó el barco pequeño de Álvar Núñez a Aguirre... y lo colgó como adorno navideño de uno de los árboles del Amazonas. Herzog filmó otro barco fuera de lugar en la inolvidable Fitzcarraldo.
El cineasta norteamericano Jim Jarmusch filmó en 1999 su película Ghost dog, conocida por estas tierras como El camino del samurai. Fue en ella donde vi otro barco fuera de lugar. Consultado Jarmusch por la escena, contestó: En esa escena hay tres personas que tratan de realizar sus sueños, que son muy extraños, todos son personajes extraños, ninguno habla el mismo idioma y sin embargo todos comprenden ese sueño y no les importa lo que piense el resto del mundo; van a tratar de realizar sus propios sueños. Luego Jarmusch relata el origen de la escena: Unos amigos míos vieron a un hombre construir un barco grande en la azotea de una casa de vecindad en el bajo Manhattan; todos dijimos al unísono, ¿cómo lo va a bajar de ahí?, recordé esa historia y la incluí en el film. Efectivamente, dos personajes ven desde una terraza al hacedor del barco en un techo más bajo.
Fue después de estos hallazgos que tuve un encuentro cercano del tercer tipo con un barco fuera de lugar. Ocurrió en Merlo, San Luis, en enero del año 2000. Llegué hasta el Algarrobo Abuelo, un árbol imponente con mil años de edad. Mi guía me llevó por el sendero cercano al algarrobo que llega hasta la casa de Orlando Agüero, descendiente del poeta puntano Antonio Esteban Agüero. Luego de atravesar un portal hecho de plantas apareció ante mis ojos un barco. La nao de Orlando permanecía fija en medio del verde de las Sierras de los Comechingones, una especie de velero de regular tamaño que estaba en plena construcción y que era sostenido, en un surrealista e intrigante simulacro de dique seco, por troncos de árboles. Orlando, el capitán, declaró: Voy a zarpar cuando consiga la plata para el rescate, porque uno es un prisionero, es rehén de la sociedad, primero tenés que tener la plata para mantener el lugar para el regreso. Aquella tarde, Orlando dio detalles sobre construcción, instrumentos y materiales, y sobre cómo sacaría su barco a través de las sierras. El pequeño Fitzcarraldo merlense tenía una mirada extraña, celeste, nerviosa, apasionada, una mirada que seguramente confundía con agua las lejanías del Valle del Conlara.
Tal vez el constructor de Jarmusch también contara con el regreso, quizá también ahorrara para pagar el rescate y así poder navegar hacia su mar interno. No hace mucho, mi tía Marta, que vivió más de treinta años con mi tío Juan en las tierras de la corporación imperial del norte, dijo: No sé si le pasa a todos, pero el argentino siempre quiere volver. Sabido es que Ulises volvió al barrio que lo vio nacer, entonces no es la condición de argentino la que cuenta, sino la humana necesidad de volver. Pero autores como Alejandro Dolina o Rubén Derlis esgrimen sobradas razones que prueban la imposibilidad del regreso. Es imposible volver dos veces a la misma mesa de café, ya lo manifestó en secreto Heráclito, pero distintos pueden ser los regresos. Para volver, para tener ese impulso, magia, locura, melancolía por, saudade de, hambre y desesperaciones varias por el susodicho regreso, como si de una restitución de derechos se tratara, para arrimar a la costa desde la espuma del sueño o desde el destierro más injusto del universo, primero hace falta haberse ido, primero hace falta haber sido expulsado. La misma vida que hace posible el barco es la que lo lleva otra vez al árbol, a la terraza, a las sierras. Los barcos fuera de lugar acercan además a los regresos del espíritu, regresos que los hombres tratan de anclar en los puertos serranos, plenos de árboles amazónicos y de terrazas pintadas en eterno celuloide. Que el regreso físico sea imposible duele, y por ello los intentos por gambetearlo; en cuanto al regreso del espíritu, no hay Heráclito de chamuyo que valga, porque alcanza con el recuerdo y con las ganas que haya tenido cada uno a la hora de hacer esquina durante su vida. A mi tía le dije: Si hiciste bien tus deberes, volvé cuando quieras.
La naturaleza de esta sociedad decreta oleaje brusco. Daños colaterales, reminiscencias de la cachetada que se siente en el aire globalizado de la gran corporación planeta Tierra. Barcos fuera de lugar en las esquinas de las grandes ciudades, y mucha fruta recién cortada para el comentario de color en la pantalla de la televisión, comentarios equivocados o tendenciosos mientras toda la carne, la única a disposición, queda bien dispuesta sobre el churrasquero de la vida. Barcos sobre terrazas, entre los árboles, colgados en las sierras, esperando, filosofando, mientras se piensa en el espíritu que haga posible el rescate. Barcos en el silencio, haciendo la vida, como hizo mi tío, como lo hago cada vez que escribo, cada vez que pienso en las líneas del poeta David Álvarez Morgade: Mira fijamente el silencio / (Verás crecer un árbol), / Mira fijo un árbol / (Verás crecer el silencio), / Mira el fondo de mis ojos, / Allá, infinito, un barco / (Siempre un barco).
Publicado en Tiempo Argentino 13/11/2011
1 comentario:
Hermoso. Y digo hermoso, sólo porque no puedo encontrar la palabra que describa ese misterio de las palabras desencandenando latidos acelerados, ojos de agua.
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