Los sueños hacen su juego durante tu sueño. Te
ausentás con aviso de ojitos cerrados. Sin embargo, no se acalla tu decir, y no
se detiene tu misterioso código de señales: tus manos también hablan. ¿Sueños
de la mar enigma? ¿Sueños de tus primeras miradas sobre este pedazo de San
Cristóbal? ¿Sueños de mamá, papá, los amigos, los familiares? Todo se hace
posible en tu relato de palabras cortas, nuevas, chiquitas: palabritas abiertas
entre el aroma de los pezones y el chasquido del piquito de labios finos que a
veces permite el asomo, y el asombro, de lengua tan tenue, como concebida en
noches de acuarelas y silencios. Sueños en pinceladas y entonces te imagino
navegando en barquitos de papel por el agua primordial, acompañada de marinos
con cara de monito de colores y ojos de mamá Evangelina, y todos barbudos como
papá. La canción del Tata dale que dale de día y de noche para que tus manitos
atrapen el aire, para que del aire hurten los sonidos que acarician, y para que
detengas los que no. Porque nace tu seña rápida, segura: Sí, vos, che, pá, que no
con el ruido de la bolsa plástica que guarda galletitas. Tu manito salió rauda
hacia el ángulo de tu cielo y detuvo la queja intrusa. Ayer a la noche volví a
pensarte. Te vi dormida en la cama grande. Mamá dormía, desmayada, un tanto
lejos de vos. Contemplé tu sueño de recuerdos recitado con pases de escultora
que sabe de amasar abstracciones en el aire. Escuché el idioma que cantan los
recién llegados. No sé cómo logré seguir con mi vigilia de espía: ¿cómo andar
de adivino entre tus sueños al tiempo que intentaba atrapar un puñado feliz de
mis lágrimas?, ¿cómo pretender el resguardo de tus sonrisas con mis manos?
jueves, 24 de mayo de 2012
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