Café Margot, acrílico de Rolando Lois |
Mantuve la
tranquilidad. Estaba feliz, emocionado, no sé cómo las lágrimas contuvieron el último
paso. Por primera vez te sentabas a una mesa del café Margot. Ya habías estado
en el Cao, que es lugar amigo y que mucho me importa habitar. Pero el Margot
es, de acuerdo desde dónde se mire, mi origen. El Margot, o sea, Boedo. Y ahí
estabas vos, Julia, mi hija, en la trastienda del café que ahora lleva el
nombre de Carlos Caffarena, un buen tipo que hace poco se fue de maestro para
el barrio de la memoria. Fue en el Margot donde conocí dos amigos fundamentales
en mi vida de escritor, te diría que de la mano de ellos pude fundar mi propia
Buenos Aires: el poeta Rubén Derlis con sus libros, y Mario Bellocchio con su periódico
Desde Boedo. Era sábado al mediodía,
almorzábamos, y vos pediste tu parte. Mamá Evangelina estaba de espaldas a la
puerta de dos hojas que da al pasaje San Ignacio. Te acomodó sobre tu costado
izquierdo y entonces vi la foto a contraluz: en la penumbra: tu carita, tu mano
asegurando la teta, el pezón al aire, el minuto previo. Tomé una primera foto,
sin flash, cuando ya estabas en lo tuyo. Pero percibiste mi movimiento. Ah, tu
curiosidad, Julita, y sucedió que tomé la siguiente foto justo cuando dejabas
la teta para intentar ver quién era el que te espiaba. Tu cara revela sorpresa ante
la intromisión. Me guardo esa mirada. Más arriba, la sonrisa de mamá. Atrás, la
luz que rebotaba en los adoquines del pasaje. En el Margot, en Boedo, pensé en
gente querida que habitó y que habita mi origen: el Profe Ricardo, el Gordo
González, el Gallego Guillermo, el mozo Osvaldo, el abuelo Rolando, el Tata
Cedrón, el poeta José Muchnik, el fotógrafo Eduardo Noriega, el historiador
Diego Ruiz, el pensador Otto Carlos Miller, el memorioso Alberto Di Nardo.
Todos en mi mesa de origen, espacio y tiempo que tus ojos vieron por primera
vez.
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