La primera vez que fuiste a la casa de los
abuelos Adela y Rolando en Martín Coronado, medías tres milímetros. La segunda
vez, que fue el sábado pasado, a tus siete meses y medio. Hasta ese día, eran
los abuelos los que hacían la visita. El sábado nos tocó a nosotros hacer el
viaje. Entraste a mi casa paterna de sonrisa plena, y te fuiste de la misma
manera. En toda esa tarde y el principio de la noche, y esto te lo puedo
asegurar, desataste en mi tierra de origen una tranquila garúa de felicidad.
Imagino la felicidad cuando nací yo, y cuando nació el tío Alejandro, pero
salvo esos momentos, creo que no hubo en esa casa, una instancia mayor a esta felicidad
que cuento. Todo giraba a tu alrededor. Vos te divertías: la casa de Martín
Coronado era una fiesta. Conociste al hermano perro, a Trueno, a la persona
canina, que es como el gran escritor portugués José Saramago llama a estos
animales de pura bondad. Trueno lloraba, de puro inquieto, en el patio. Tuve
miedo de que ese lloriqueo te asustara, era un registro nuevo en tus días, pero
vos lo mirabas al peludito, como le dice el abuelo Rolando, y te reías. Después
le acariciaste la cabeza. Los dos se portaron bonito. Hacía calor y entonces
llenamos un gran fuentón con agua tibia y lo colocamos en medio de la cocina.
Qué felicidad, Julia, fue verte a las cachetadas con el agua. Hubo que secar el
gran charco que quedó sobre las mismas baldosas sobre las que jugué cuando fui
bebé. Apenas dormiste un ratito, no te querías perder nada. Los abuelos
encantados con todo tu show de monerías, tus sonrisas de chinita, tus miradas.
El abuelo Rolando me dijo que quería sacar una foto con vos, que había separado
dos de sus cuadros. Lo dijo y supe cuáles eran esos cuadros. Fui con él a su
taller, y sobre la cama estaban los dos óleos, que apoyaban contra la pared. La
parte alta de la pared presentaba cantidad de cuadros, banderines y fotos del
club Independiente, cuadro de fútbol del que el abuelo y papá somos hinchas.
Miré cómo pegaba la luz de la ventana sobre los cuadros y me pareció posible
hacer la foto. Te fui a buscar. Mamá Evangelina te sostuvo en un primer
momento, pero enseguida te quedaste sentadita por tus propios medios. Hubo
tiempo para varias fotos, después se sentó el abuelo sobre la cama y saqué más
fotos. En el cuadro de la derecha aparecía una señora anciana sentada en una
sillita de paja; en el cuadro de la derecha, un señor también mayor y también
sentado en la misma sillita de paja. Los óleos pintados por el abuelo Rolando
representaban a su mamá Ángela y a su papá Julio. Los había hecho posar en la
silla para pintar los cuadros, en la misma silla en la que después, en el
patio, el abuelo Rolando se sentó frente a vos. Él quiso que te sacaras una
foto con tus bisabuelos. Su idea, su ocurrencia, me pareció un gesto
maravilloso, de pura ternura hacia el pasado y hacia el futuro, porque pensó en
ellos y en vos. A la tardecita llegó el tío Alejandro con una botella de
champagne. Después de la cena hubo brindis en el patio: por el momento, por
vos, por esta felicidad. A través de la ventanilla del auto, durante el viaje
de regreso, hiciste lo mismo que en el de ida: tus ojos no pararon de
intrigarse con el mundo.
viernes, 21 de diciembre de 2012
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2 comentarios:
Imposible no emocionarse. Gracias
Aunque lo tengo guardado y lo he leído varias veces, este relato de amor me parece maravilloso y tan enternecedor Edgardo!!! Un gran abrazo amigo!!!
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