En el 2003 firmé
la nota La diferencia entre Ingeborg y el
soldado obediente, en ella anoté: A
veces me digo que todo es una cuestión de memoria, de reconocerse frente al
espejo y frente a los demás. Claro que para ello hay que poder mirarse al
espejo, me digo mientras me alegro de que un tipo como Galtieri no respire un
minuto más sobre esta tierra. Que Galtieri no haya terminado en un calabozo es
otra historia a analizar, pero al menos ya no respira la misma ciudad que
respiran sus víctimas y los familiares de sus víctimas. No murió un viejito,
tampoco un soldado; no murió un escritor, tampoco un trabajador; no, no, murió
un bicho que ahora precisa de discursos para amanecer patriota. Pienso en
Malvinas, pude haber sido uno más, diez veces al polígono de tiro y a la
guerra, guerra en el sur, guerra en el sur; para mi general, el saludo de mi memoria.
Acabo de
enterarme de la muerte de otro asesino, del miserable de Videla, y ya van a aparecer
palabras tratando de abrirle, de alguna manera, las puertas del paraíso,
convengamos que no le faltaron misas ni bendiciones, y van a aparecer también
aquellos que afirman, con convencimiento y los respeto, que la muerte no se
desea ni se festeja. Los respeto, pero les cuento que tengo mis ceremonias para
la obtención de la felicidad, y entre ellas figura una que trata del deseo y
festejo de la muerte de los mal nacidos que contaminan esta vida. Fui feliz
cuando murió Martínez de Hoz con detención domiciliaria, y soy feliz hoy con la
muerte de este soldado de la patria, de la suya, jamás de la mía. ¿Por qué?, lo
anoté por Galtieri, ni un minuto más
sobre esta tierra.
Aprovecho para marcar una diferencia entre las muertes
de estos seres despreciables, y es que Videla murió donde le correspondía, en
la cárcel, y esto gracias a la decisión de un gobierno democrático con memoria.
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