Después de despertarte por última vez en tu
cama, cerca de las cinco o seis de la mañana, pasás a dormir un rato más en la
cama grande. Cuando despertás en cancha de 11 te gusta jugar entre nosotros:
hablás, gateás, te cuento que aprendiste a gatear después de aprender a
caminar, y llevás a cabo tu primer show de monerías. Existió el día en que
desperté y vos estabas sentada bien cerca de mi cabeza. Me ganó el bostezo. Vos
terminabas de sacarte una media: el movimiento fue perfecto, la guardaste en mi
boca. En otra mañana, mientras mamá Evangelina preparaba la mamadera en la
cocina, ocurrió la siguiente escena. Estabas sentada y te dejaste caer sobre la
almohada. En un segundo empezaste a hablar en tu idioma indescifrable. Tuve la
segura impresión de que en tu lengua había oraciones, expresiones claras y que
tu palabra transmitía sensaciones que alguien entendía. Tuve la impresión de
que charlabas amigablemente, tus brazos en movimiento reforzaban mi idea. En
todo momento mirabas al techo. Explicabas andá a saber qué cosa o contabas una
historia, que de eso se trata esta vida. Catorce meses y parecías sentada a una
mesa de café. Habrás hablado un par de minutos, después el silencio, tu mirada,
la sonrisa, el misterio, tu regreso a la cama.
lunes, 1 de julio de 2013
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