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En mis noches no existe soledad. Aquellos que acariciaron con
pasión la memoria se descuelgan del techo de todas mis habitaciones. No piden,
no exigen, cuentan con palabras silenciosas. Vienen a repetir lo dicho ayer,
como el amigo muerto que escribía libros, la muchacha de la boina blanca, la
persona de tinta que escribí durante años. Preguntan: ¿es que así debe ser? Vuelven
a ser carne y paisaje, llegan para contarse cada vez mejor. Me anotan en su
novela. Contesto sin usar guiones de diálogo. Aceptan las rotas cadenas de la
puntuación, de la obligación de ser como fuimos ayer.
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