En 2012 escribí
el texto Los muertos de abril
(publicado en 2015 en http://www.periodicodesdeboedo.com.ar/los-muertos-de-abril/):
Ocurre cada vez que se acerca abril.
Pienso en los muertos, en los que se quedaron en las islas. Y pienso también en
los muertos que de a poco empezaron a morir en las islas para luego ser
enterrados acá, en casa, en la patria. (…). Hace unos días me fui de
relectura, como cada vez que se acerca abril. Sucedió después que en uno de los
programas de radio AM750 alguien deslizó una sugerencia: ver en youtube la
presentación (2017) de José María Rodríguez, ex combatiente: Nada por lo que matar o morir | José María
Rodríguez | TEDxBariloche. En 20 minutos el ciudadano habla, se define como
NO héroe, sino víctima, y dice que NO fue gesta patriótica, sino acción
política para sostener la dictadura. Palabras emotivas, certeras. Luego del
recuerdo de John Lennon y su Imagina
(1971): Imagina que no hay países / No es
tan difícil de hacer / Nada por qué matar ni por qué morir / Y ninguna religión
tampoco / (…), fui de búsqueda en mi escritura: recordé Subordinación y valor (para defender a la
patria) (2009) (editado como ebook por www.pampia.com),
libro/memoria que dediqué a mi servicio militar obligatorio. Y fui tras la
lectura de un capítulo cercano al final:
Subordinación y valor nunca podría haber
sido un simple anecdotario sobre la colimba. Nunca hubiera podido escribir un
libro así, una escritura tranquila, ilustrativa, tomada con una calma semejante
a como tomo los períodos de no escritura
en el papel.
La cuestión de
la patria, el usufructo de su conveniente filosofía hecha por los poderes de
turno, tienta el blanco de mi página desde hace años.
Desde que le
apunté al chileno en el polígono de tiro, allá en los primeros días del
servicio, hasta que vi el diario sobre la mesa roja del comedor con la noticia
de Malvinas, tuvo lugar en mi pensamiento el principio de una toma de
conciencia; algo ocurrió tierra adentro de mi persona y empecé a preguntarme: a
escribirme y escribir en silencio sobre la patria.
El silencio
llegó a su fin con Subordinación y valor.
Recuerdo el
diario sobre la mesa. Mi vieja lloraba apoyada en la mesada de la cocina. Mi
vieja lloró mientras duró la gesta patriótica. Lloró como lloran sólo las
madres, porque habría guerra, porque la hubo, porque me podían reincorporar, y
porque la guerra, una simpleza, podía significar la muerte.
Recuerdo mi
estupidez, mi extrema juventud, que hizo que ni pensara en la guerra cuando vi
el diario en la mañana. No, pensé en el cuartel de la patria, en los golpes, en
las humillaciones. Otra vez la noche, hasta ese extremo habían freído mi
cerebro.
También recuerdo
que en el momento de la invasión a Malvinas, yo trabajaba en un local minúsculo
en el hall de la estación Callao del subte B, en Callao y Corrientes. Vendía
billetes de loterías provinciales.
En mi memoria
anterior a la toma de Malvinas, unos días antes, aparece una manifestación
contraria a la dictadura. La misma intentó llegar o llegó a Plaza de Mayo. Fue
el general Galtieri quien ordenó la represión y la Capital Federal
fue un hervidero. En el Congreso hubo corridas y las escaramuzas llegaron hasta
mi esquina. Era mentira, la luna no venía rodando por Callao, sino los cascos,
los escudos y los gases lacrimógenos. Los perseguidos intentaron refugiarse en
el subte, y las vainas de gas picaron en sus escaleras. Cuando el subte pasa
por el túnel chupa, traga, el tren parece que se alimenta de aire, y ese aire
lo toma de la superficie.
En un minuto me
encontré en medio de una nube de gas que entró presta al hall y llegó hasta la
mismísima estación, allá en la profundidad.
Cerré el negocio
como pude y huí en busca del subte que me sacara de ahí. Casi no podía
respirar, la piel me ardía, los ojos también. Llegué a la estación.
Recuerdo que
cuando la flota inglesa estaba cerca de Malvinas, un sábado, el general, la
dictadura, el poder, convocó a la
Plaza de Mayo para un gran acto.
Los sábados
trabajaba medio día. Tuve que salir a la calle en un momento y vi cómo la
gente, las familias, en gran número, caminaba por Corrientes con banderas
argentinas y entonaba cánticos. Más tarde vi en la televisión cómo la hinchada
de la patria reunida en la plaza gritaba: ¡Los vamos a reventar!
La plaza estuvo
de fiesta, y de fiesta estuvo la televisión, la radio, los medios gráficos y
casi toda la sociedad. Todo transcurría como si fuera un partido de fútbol: les
bajamos tres aviones, ellos dos, luego: vamos ganando.
Escribo, hago
memoria, construyo la memoria, y siento vergüenza.
Recuerdo mujeres
en el Obelisco tejiendo bufandas, señoras bien entregando joyas. Nada llegó a
los soldados, todo se perdió en la nebulosa de siempre. En las pizzerías el
maravilloso postre de pobre: la sopa inglesa, pasó a llamarse: sopa pucará.
Mi recuerdo se
niega a seguir escribiendo estos días, y muchos recuerdan en silencio.
La defensa de
los superiores intereses de la patria llevó al poder militar a escarmentar a
aquellos que quisieron decir basta de dictadura.
La defensa de
los superiores intereses de la patria llevó al poder militar a la gesta
patriótica de Malvinas.
Se convocó a la
gesta, y aquel que comió palos y gases unos días atrás fue a vivar la perorata
del tirano.
Los que
detentaban el poder, en ambos casos, invocaron a la patria. Y, cuando de la
patria se trata, debemos despojarnos de las banderías y opiniones contrarias o peros posibles. La patria está por sobre
todo lo demás, así nos enseñan.
¿Todos se
despojan?, puede ser, los que nada tienen. Pero ellos no, porque ellos sí
tienen una patria, son sus dueños, y no están dispuestos a perderla. El poder
es el que en definitiva usa la idealización patriótica para defender sus
superiores intereses.
Las Malvinas son
argentinas, sí, pero esa es otra historia.
Mi memoria
todavía no se explica cómo hoy se sigue confundiendo (hablo de la gente, el
sistema apuesta a ello) la conveniencia política de una dictadura desgastada
con una gesta patriótica. ¿Cómo entender que haya soldados ex-combatientes que
sigan gritando Volveremos?
La patria del
poder, la de ellos, es la que necesita este tipo de defensas; esa patria es la
que puede mandar a sus ciudadanos inexpertos a una muerte segura. Pude ir a la
guerra con seis sesiones de: ¡apunten al chileno!
Ningún soldado
estaba preparado.
Los soldados no
son héroes de la patria, son sus víctimas, ellos los asesinados por la
dictadura que regía la patria. Y distinta es la muerte de los soldados
profesionales, ellos tenían contrato, ellos tenían, habían elegido, un trabajo
en el que sabían que un día podían tener que poner la vida sobre la mesa. Los
soldados estaban obligados por ley.
Fuimos obligados
a aprender a defender a la patria con subordinación y valor.
Volveremos, sí, cómo no, por la patria,
sí, ¿la patria de quién?
El motivo de
tapa para la edición de Subordinación y
valor lo elegí desde mis almas. Vi, me vi, en el grabado del amigo Juan
José Cartasso: la imagen desesperada de tantos colimbas: que pude haber visto
(que yo mismo pude lucir) en las noches de la Escuela de Caballería en Campo de
Mayo. Un grabado como espejo de la cara de los soldados en las islas, de la
cara del soldado Carrasco, de la cara de tanto soldado, y de tantos ciudadanos
que vieron consumado el chamuyo patriotero, la mentira.
1 comentario:
Muy bueno tu análisis de Malvinas. Más allá de la reivindicación nacional de las islas la diferenciación que haces entre los soldados (victimas) y los profesionales (auto proclamados héroes) es muy necesaria. Muchos "héroes" salían de la represión clandestina, habiendo practicado el Terrorismo de Estado contra una generación.
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