Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

jueves, 6 de junio de 2019

Palabras...


Palabras compañeras: herramienta propia y del otro, el hermano de la patria. Palabras para decir -para mejor decir- mientras se intenta sacarle punta al lápiz de las ideas. Palabras apenas vislumbradas en un pensamiento fugaz, palabras que no llegarán a la oralidad, que tampoco llegarán al papel, que no se harán tinta de cursor estelar en el big bang de una pantalla. Palabras íntimas. Palabras –un puñado en estos tiempos- para anotar la lista de compra flaca en el mercadito chino. Palabras para intentar la poesía. Palabras para hacer “click de cronista” (mirada escrita al acrílico) sobre la vida triste en la calle. Palabras que se mezclan en la mañana como lo hace un toque de color en la pintura en blanco de una novela. Palabras para hablar de amor. Palabras para nombrar a mi hija Julia en cada uno de los días y los libros que piden permiso en esta escritura fuerte, la del regreso a mi Buenos Aires natal. Palabras para Julia cuando miro la foto que dice del bebé de ayer. Palabras para nacer esta nota en Desde Boedo. Palabras en Boedo, desde el departamento prestado por Josecito de la ferretería, amigo poeta. Palabras en el Margot, en el Cao: el murmullo fundacional de las palabras: las mías, las que pude dar, las que pude gastar, las que gasto. Palabras que digo al teléfono, y palabras que devuelve el misterio. Palabras para el misterio en el misterio mismo de cada día, de cada recuerdo. Palabras en la memoria: hambre, desaparecido, solidaridad, justicia. Palabras otras: canallas (muchos), mentiras (amarillas). Palabras en la noche. En el silencio. En la soledad. Palabras en una habitación con ventana alta que da sobre Avenida Córdoba; escucha una amiga que sabe de la raigambre humana desde donde llegan algunas palabras. Palabras entre los amigos, los que alientan, los que inventan una alegría momentánea para impulsar la idea de ganar, de a poco, cada día. Palabras en un día logrado. Palabras para decir silencios dentro de la pintura en gamas bajas donde transita el relato de la familia. Palabras, retazos de palabras, hilachas que encuentro en mis viajes por la calle. Palabras con puntos suspensivos. Palabras imágenes con puntos suspensivos. Palabras para completar con mi oficio de palabrero:

Un carro de cartonero da su presente en la ciudad. Primera hora de la tarde sobre Avenida Córdoba. Temprano empieza el tránsito de los especialistas. En el paisaje esperan las sobras de la urbana residencia.
El carro ya tiene carga: cartón, botellas, esqueletos de computadoras, sillas rengas, ropa de ayer. Un muchacho descansa apoyado en la proa de la nave. Descansa entre los brazos mástiles que apuntan al cielo.
En sus costados, el carro exhibe cantidad de juguetes: muñecos maltrechos, peluches rotos, sucios, sufrientes. Aire de cementerio a la vez que aire de rescate desde el barranco de la basura, el olvido.
Los muñecos vueltos a la vida. Simulacro a la vista.
Existencias pendientes de un tramo de hilo viejo o de un firulete en alambre fino. Desde la apariencia, los muñecos regresan a casa con un último aire de esperanza. Imaginería de la vuelta a la alegría de ayer.
Volver a casa desde la basura, la injusta condena.

Palabras cursivas que hurto del libro que el palabrero escribe sobre extrañas maneras de volver a casa. Recorto palabras de un libro para que sean palabras en una nota que dice de la palabra que alumbra la maravilla de la lectura. Desde mi regreso a la ciudad me acompaña el egregio Ramón Gómez de la Serna. Y a través de él, desde su universo libro, también avisan mis ganas de tentar palabras sobre la vuelta a casa:

Corría 1931 en el torreón de Velázquez 4, Madrid. Ramón vivió muchos años en ese torreón que estaba cubierto, tierra y cielo, por distintos objetos; entre ellos sus prácticas alquimistas: (…) Yo acostumbro a meter la casa en los objetos y no los objetos en la casa…
En una nota aparecida en ABC, José Lorenzo escribía: (…) El ascensor nos deja al pie de una escalerilla estrecha y breve. La puerta del torreón está abierta, y por ella sale a recibirnos la voz de Ramón. El torreón tiene todas sus luminarias en fiesta y todo el sistema planetario de su techo abre zonas de luz irisada, a cuya magia el museo-bazar en que vive Ramón cobra algo de gruta encantada para un cuento de niños.
Ramón se mudó a Villanueva 38. Decía desde su nuevo lugar: Como sigo estando cerca del Retiro dejo la muerte en casa a eso de las tres de la tarde, y me voy a pasear por sus paseos dos horas, y cuando vuelvo ya no hay muerte.
Y reflexionaba sobre su casa de ayer, el torreón: (…) Como es época de comprimirse, de dejar torres de marfil –la verdad es que nunca lo fueron-, he quitado mi torreón.
En el torreón quedaba albergado lo señero, lo que no debía condensarse sino en un depósito litúrgico y adecuado, con un ambiente de silencio y de soledad, esperando la pluvial inspiración.
Allí se verificaban los encuentros como fuera de la vida y de la muerte, las recapacitaciones por encima de las circunstancias, las evasiones en la estratosfera para hacer observaciones sobre rayos ultracósmicos, que sólo se pueden capturar en el fondo de los pisapapeles colocados, allá arriba, sobre las cuartillas en blanco.
Me preguntaba: “¿Se puede aceptar esta teoría? ¿Merece escribirse esta novela? ¿Es greguería esta greguería? ¿Debe trazarse este artículo?...”. Y subía al torreón para cerciorarme. (…).
Los poetas que tienen condiciones para concentrar su pensamiento necesitarían ser dotados de regaladas torres de marfil para que todos encontrásemos plasmada, gracias a su concentración, la fórmula de nuestras ilusiones, la consigna para entrar en mejores jardines del vivir, el último nombre de nuestra alma.
Ningún apartamiento para trabajar es bastante si se quiere hallar la vera diafanidad y la ulterior faceta de los pensamientos. ¿Qué hay que ir también a la calle? Pero ¡quién no tiene que bajar a la calle demasiado!
De andar por el mundo y después subir a la torre para pensar en lo visto, sale la confrontación ideal. (…).
El caso es que ya no hay torreón. Pintado de azul, se ha perdido su azul en el azul del ancho dintorno celestial. He descolgado algunas de sus estrellas –las mejores-, y le he dejado la Vía Láctea para consuelo del techo despojado. (…).
Todo había adquirido allí una armonía a través de los años, y entre unas cosas y otras se descifraba lo que de brujería hay en la vida. No volverá a concertarse aquel desiderátum de cachivaches.
¿Es que va a ser la vida actual pura pérdida ideal?
La pérdida nunca es total, me dijo una amiga. Un nuevo cotidiano espera a todo movimiento. Claro, importa cómo me muevo para volver a casa, para levantar una nueva casa entre las casas.
Anotó Ramón en su Automoribundia: (…) Al vernos destorroneados no debemos caer del lado de los arrasadores. Perdámoslo todo menos el instinto de conservación espiritual, que debe estar por encima del de conservación material.

Palabras que dicen: para un padre no hay mejor casa a la que regresar, que la memoria de un hijo. Vuelvo hecho palabras. Palabras para volver a la felicidad. Palabras para atravesar los tiempos oscuros: para volver desde la calle, palabras para volver, para sepultar los días malsanos del rey de amarillo. Palabras para “ser” en la memoria.

1 comentario:

Raquel Varrotti dijo...

A veces nos salvan las palabras... Las de las kecturas y las de la escritura...