Ricardo
Curci Vanoli es artista plástico de Boedo. Trabaja desde temprano, a nueve
pisos sobre las baldosas del barrio, en su taller/vivienda; dibuja y pinta por
encima de la bulla que flota en el techo de la autopista. Espera presentar una
muestra compartida en la Bolsa de Comercio, y otra en la Asociación de
Fileteadores Porteños. Ambas: invitaciones recibidas. Visité a Ricardo en una
tarde de junio. Me encontré con un hombre que elige vivir los días desde una sintonía
de paleta con colores -empastado el óleo- en gamas bajas (me dice: Nunca fui de difundir mi trabajo). Esta
distancia que mantiene con la posible floritura, se debe a que cuida, por sobre
todas las instancias, la pulsión real de su hacer, es decir, sus almas trabajadoras
que hoy se expresan en colores y formas vibrantes, directas, devenida en luz la
mágica presencia del acrílico. Alguna vez Ricardo le aclaró a un galerista: Tengo 70 años, ¿a vos te parece que a esta
edad estoy esperando que me conozcan?, me muero en la mía. Agregó: Son muy jodidos los galeristas. Su
mercado hoy: Mi vida es esta, si puedo
vender algo, lo vendo, tengo algunos clientes, me conocen dentro de un ambiente
cerrado, nunca fui muy abierto.
Un dato
biográfico sobre su territorio de trabajo y sueños: Nací en Boedo (1944) y viví toda la vida en Boedo. Nací en Castro 1557,
entre Pavón y Garay, después me casé y fui a vivir en Castro Barros y Estados
Unidos, después Mármol e Independencia, luego Castro Barros y Carlos Calvo, y
ahora en Virrey Liniers y Cochabamba. Siempre en Boedo.
La charla
se dio sobre su mesa de trabajo: papeles, lápices, todo ordenado, al igual que el
ambiente que es taller y vivienda; pienso que Ricardo arranca con el impulso
creador desde el reconocimiento decisivo de su paisaje fundacional: Mi vida está acá adentro, mirá, tengo
dibujos de cuando era pibe. La profesora quedaba a la vuelta del viejo Trianón,
sobre Pasaje San Ignacio. Yo tendría 14/15 años, la maestra se llamaba Eve
Infanzon. Fui porque mis viejos vieron que me gustaba el dibujo, y empecé a
perfeccionarme. El talento hay que desarrollarlo, no es que lo tenés y ya está;
hay que laburarlo, no hay otra. Digo que se puede aprender a dibujar, mal o
bien, se puede, serás o no un artista, pero hay una sola manera de dibujar, a
mis alumnos se lo digo siempre, se aprende a dibujar dibujando. No es la
decisión de un profesional, quiero ser contador, abogado, acá no es quiero ser
poeta, pintor, en esto no se busca camino, nacés con el oficio y listo, así lo
creo. Así fue mi vida. No hay más que trabajar.
Mientras
habla remarca el “acá”, su refugio en el barrio. “Acá” significa la cocina
mínima, los muebles necesarios, la cama, las paredes repletas con su obra (hay
cuadros, dibujos y bocetos de distintas épocas): Trabajo 11/12 horas por día, vivo acá, hay veces que me despierto a la
madrugada, no tengo sueño, y me pongo a pintar, es lo malo de tener el taller
donde vivís, todo a la mano. Prendo la luz y me digo: “Uh, eso”, y me pongo a
trabajar a las 3 de la mañana.
Allá lejos
y hace tiempo, también fue la presencia de la amiga que tienta y gusta con
pintarse: Mi viejo quería que yo fuese lo
que él quería que yo fuese, y me mandó a la escuela industrial, en quinto año
dejé; le dije: “Viejo, no me gusta”, y “Qué te gusta hacer”, preguntó: “Yo
quiero pintar”. En el momento que iba a entrar a Bellas Artes necesitaba el
ciclo básico y el industrial no me servía. Así que no pudo ser, y empecé a
frecuentar talleres de artistas plásticos hasta que me largué solo. Destaco dos
que me sirvieron de mucho: Martín Evar y Néstor Berllés. Mi formación es
autodidacta… hasta cierto punto, miro mucha pintura, no tengo un pintor como
guía, tengo a muchos, estudio trazos, movimientos, colores. Me formé así, y lo
aconsejo para los que empiezan.
Arte y
equilibrio en los días de un artista fuera del circuito comercial: qué hacer
para vivir mientras se va dibujando y pintando la historia real: Recién ahora puedo decir que vivo de la
pintura, desde que me jubilé, antes no, fui vendedor de Terrabusi, en un molino
harinero, Celusal, eso me permitía tener el sustento y tiempo para pintar.
Desde el 92, pinto.
Mientras se
sucedían las palabras que bocetaban la historia y las ideas de Ricardo Curci
Vanoli, mis pensamientos se encontraban con una palabra clave, con una palabra
impulso sumamente necesaria para su quehacer artístico: “libertad”: Soy amante del dibujo más que de la pintura.
El dibujo es la madre de todas las artes: escultura, arquitectura, el filete,
la pintura. Trabajo el cubismo, el geométrico, lo abstracto, lo figurativo, y
el fileteado. No tuve épocas diferenciadas por la técnica, convivo con ellas,
es mi pintura. El tema sobre el que más me gusta trabajar es el desnudo de la
figura humana, y ahí sí, figurativo, académico. Un colega, Eugenio Monferrán,
me decía que debía dedicarme a algo específico. Le expliqué lo siguiente: me
gusta el tango, el jazz, la ópera, la música clásica, en pintura me gusta lo
abstracto, lo figurativo, el filete, el cubismo, por qué me tengo que
encasillar en algo. Claro, él lo decía para que me conozcan como geométrico,
figurativo o abstracto, pero lo que no me interesa es que me reconozcan,
siempre pinté para mí, soy pintor, nada más, y todas estas maneras son mi
pintura.
Ricardo
tiene universo propio, y desde ese cielo llegan sus opiniones sobre temas como
el artista real en los complejos intersticios del mercado: Hay maravillosos pintores que son conocidos por los pintores colegas,
un ambiente cerrado, de talleres, y hay otros artistas que saben venderse. Felicito
a Picasso, que además de ser un genio, se supo vender, pero a través de él, no
como otros mediocres que se venden porque tienen cerca un buen crítico de arte
o un buen padrino. Y a veces es una cuestión de suerte, algo que no se buscó, y
ocurre.
En el mundo
del encuentro humano con el quehacer artístico, el valiente, que toma en su
mano pincel, lapicera, gubia, y tantas otras maravillosas herramientas –puentes
por donde se desplazan ideas, sueños-, a lo largo de los días va construyendo
su receta, su manera, la huella que conduce a las alturas de los puentes. El
relato de Curci Vanoli se escribe a través de detalles, su receta sabe de las
bondades del boliche: Mucho de los
bocetos los trabajo en bares, en Boedo hay veces que voy a Margot, otras al
Pugliese, o camino hasta Caballito, o en San Telmo: el Federal o La Poesía. A
Monferrán lo conocí en Caballito, me vio dibujando y preguntó si yo era pintor,
así empezamos y ahora vamos a exponer juntos. Todo empezó en el boliche.
En su
receta aparece explícitamente señalado su lugar en el mundo: Es un privilegio vivir en Boedo, disfrutar
del tango, es como cuando me preguntaste cómo empecé a pintar; se nace músico,
poeta, se nace y no te preguntás, hay cosas que se fueron enganchando con
otras: nací en Boedo, barrio de tango, y soy de San Lorenzo, están los amigos,
y de repente te encontrás que es todo Boedo en vos, no sé cómo explicarlo, hay
cosas que no tienen explicación.
Ricardo
sabe que en su pintura puso toda su vida, que pocos saben lo que hace; sabe que
trabajó el óleo y que hoy utiliza el acrílico, sabe que sus temas empiezan en
Boedo, el tango y Buenos Aires; sabe que su pintura está formada por el puñado
de almas que lo guían: su identidad.
1 comentario:
Hermoso texto para un personaje increíble... La palabra "libertad" que vos destacaste no deja de entrar en tensión con algo que "obliga" desde las entrañas a dialogar con el entorno. La tensión alberga todos los otros estilos y matices del artista que finalmente nutren lo que pulsa por decir(se) desde su Boedo natal y amado.
Publicar un comentario