La patada llegó certera sobre el pecho
de la patria, el otro. En uniforme de policía impecable: un personaje de esas
películas donde el bien, a pesar de algunos excesos, alecciona -castigo modalidad
express- a los que solo muestran remera ajada, sucia, oscura, el identikit
base, la apariencia madre asignada al parido como delincuente pobre en una puesta
que transcurre posible, cada día, en la gran ciudad; supuesto delincuente y
pobre: doble el estigma de quien, en este tipo de novela, lleva las de perder:
derechos y, de acuerdo a la garúa en el viento, hasta la vida.
El video que mostraba la salvajada del
policía (Esteban Armando Ramírez) sobre el otro se exhibía en las redes
sociales, en la televisión. Sentimientos diversos: tristeza por la víctima, y el
deseo simplista de que no fuera Buenos Aires. Pero no era en otra galaxia, sino
en la nuestra, la que supimos conseguir: una forma de girar en el big bang que, desde los comienzos de
nuestra historia, nos supo regalar el poder económico. Semillitas de una manera
de ser -hoy acentuada desde el timón neoliberal del rey de amarillo y sus
esbirros- que apunta certera (sí, otra vez) sobre la cuestión de la seguridad
ciudadana. Las personas pueden morir de frío en la calle, tienen derecho a
hacerlo; a pedir el respeto de sus derechos humanos, y respeto como
trabajadores, no. Por eso, y para hacer lista chica, en la memoria aparece una
Semana Trágica, los fusilamientos en la Patagonia, los fusilamientos de José
León Suárez, los 30.000 desaparecidos, la represión a los mapuches, siempre así
la suerte de los pobres que reaccionan contra la reluciente armadura del
policía, el gendarme, el militar, cebados ciudadanos en función: sostengamos, a
como dé lugar, las salvajadas que disponen los que cultivan el sembradío abusivo
de la propiedad privada.
¿Quién recibe la patada del policía que
se bajó de su corcel motorizado?: Jorge Gómez. Su hermano Ariel publicó estas
líneas: ¿Quién me devuelve a mi hermano?
¿Quién? ¿La Policía? ¿El Gobierno de la Ciudad? Nadie. Miren el video y es la
prueba más contundente de lo que pasó. Un asesinato sin ninguna justificación.
Mi hermano era una muy buena persona. Tenía 41 años y trabajaba sin parar.
Desde muy temprano hasta la tarde, arreglaba relojes de taxi y a la noche hacía
delivery y ayudantía de cocina, porque con un solo empleo no le alcanzaba.
Estoy
destruido, no entiendo cómo se pudo llegar a esto. Desde siempre fuimos muy
unidos, nos criamos y vivimos juntos. Nosotros somos de Santiago del Estero y
hace más de 30 años que vinimos a Buenos Aires con mi viejo. Realmente no sé
cómo seguir adelante. Mi hermano no había vuelto a dormir, pero no me preocupé
porque salía seguido. Hasta que vi el video por Facebook y se me cayó el mundo.
El hecho ocurrió ayer a la mañana a unas cuadras de casa, en el barrio de San
Cristóbal. Cuando llegué al hospital ya era tarde: me mandaron directamente a
la morgue.
La
Policía está buscando instalar que Jorge los amenazó con un cuchillo cuando la
imagen lo muestra todo: en ningún momento intimidó a nadie. Repienso cada
segundo el video y no comprendo cómo el policía Esteban Armando Ramírez pudo
golpearlo así. Eran un montón de efectivos y mi hermano estaba borracho, podían
reducirlo sin lastimarlo. ¿Cómo le van a pegar esa patada? No fue un accidente
ni una tragedia. El golpe fue criminal: al caer al asfalto sufrió una fractura
de cráneo que le produjo la muerte.
Del
Gobierno de la Ciudad no se comunicó ni se acercó nadie, como si no hubieran
tenido nada que ver. Eso tampoco lo puedo creer. Estamos solos, moviéndonos
entre la morgue judicial, la Fiscalía y el Juzgado, para que no se trate de
otro caso donde quede impune la bestialidad de las Fuerzas de Seguridad.
¿Qué dijo el poder a través de sus
representantes? El Secretario de Seguridad porteño: Marcelo D'Alessandro: Ramírez actuó bajo el protocolo establecido.
Dio la voz de alto y le ordenó al sospechoso que levantara las manos. Como no
depuso su actitud, trató de desarmarlo y le pegó la patada como medida para
mantener la distancia.
Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad
de la Nación dijo en radio La Red: Cuando
un policía termina con una amenaza, está haciendo lo correcto. Dijo que el
oficial: Trató que esa persona no siga,
con una metodología que no era la mejor (en un acto de bondad Ramírez no
disparó una bala al pecho). Dijo Bullrich: Utilizó
su cuerpo. Dijo: Lo ideal hubiese
sido que tuviera un arma Taser. Dijo: La
policía tiene que tener armas adecuadas. En este caso tuvo que utilizar su
cuerpo y tuvo un deslace que no buscó. Dijo: El hombre generaba una amenaza con un cuchillo, una de las armas más
peligrosas. Dijo: Fue una situación
compleja, pero se entiende en el marco de una situación de agresividad y
conmoción de una persona que podía usar su cuchillo contra un ciudadano o
cualquier familia que estaba en el lugar. Ella dijo en la garúa Chocobar.
En las redes sociales hay también un
video, tomado por un pasajero de un colectivo, que muestra a Jorge Gómez parado
frente al transporte público. Impide su paso unos segundos. En su mano lleva,
al parecer, el cuchillo peligroso. En el sitio web de La Nación el video aparece titulado Las amenazas a los pasajeros. Dieciséis segundos de amenazas a
cargo de una persona que, a las claras, no estaba muy consciente. Un detalle:
la nota contiene el video de la amenaza, pero no el de la patada, hay una foto.
En el video ausente se ve con claridad que Jorge Gómez camina, lento, hacia el
policía. Lleva las manos en la espalda. El policía levanta sus manos, pero Jorge
no lo imita. ¿Jorge Gómez podía tener el cuchillo en sus manos?, sí. Pero se ve
que camina con dificultad, no parece tener consciencia espacio/temporal. Antes
del disparo de la patada por parte del policía Esteban Armando Ramírez, se ve a
otros dos policías detrás de Jorge; y al tiempo que Jorge Gómez recibe la
patada está llegando un patrullero con dos efectivos más. Confundido, mareado,
si quiere el lector, borracho o drogado, con un cuchillo en la mano, pero
rodeado por varios policías, ¿por qué aplicar semejante patada al pecho? ¿No
había otras maneras de detenerlo entre tanto uniforme? Jorge Gómez se derrumbó,
cortada su respiración, hasta dar con su cabeza en la calle que, como afirma el
rey de amarillo en su gritería, es de cemento y no de relato.
¿Por qué tanta saña? Porque en estos
tiempos el turbio mandato del poder llega de manera acentuada. El otro como
vago, como enemigo. La otredad como estigma, condena. El neoliberalismo
necesita de enemigos, por eso los produce mientras funda, desde egoísmos
varios, acólitos que, fogoneados por mensajes canallas, pierden, sueltan
amarras de sus orígenes en el pueblo, para así alistarse en las filas de un
modelo que los utiliza, los alquila por monedas, por espejitos, chucherías para
que crean que sólo gente como ellos merece el ascenso hacia el cielo de la
riqueza y sus diversas membresías. El poder necesita policías salvajes para marcar
para dónde sopla el viento. Es así que se consiguen empleados en barata de
desclasados. Los vigiladores del supermercado Coto de San Telmo, como el
policía de la Ciudad: Esteban Armando Ramírez hizo con Jorge Gómez, patearon
hasta causarle la muerte a un ciudadano: Vicente Ferrer, setenta años, con
demencia senil, hambre y desesperación: por haber hurtado un pedazo de queso,
un aceite y un chocolate.
Nadie escribe la sentencia de muerte,
pero la letra garúa desde el poder, flota en los buenos aires del rey de
amarillo.
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