El telón se
abre sobre Boedo 876. En el silencio de la sala chica del teatro Pan y Arte
Liliana Moreno, su creadora, hace contacto con el afuera, se cuenta para su
barrio. Queda a la vista una historia de vida, una manera de sostener la
mirada.
El origen: Soy nacida en Mendoza, en un departamento
del norte, cercano a San Juan. Tierra de calores fuertes y viñas. Crecí en una
viña, soy del campo. Aunque estudiaba en la ciudad, me considero una persona de
campo, por las costumbres, por mi forma de ser, porque ese fue mi paisaje, y el
paisaje de afuera también es el paisaje interno.
Un
encuentro fundacional: Descubrí el teatro
en la escuela secundaria. Fue muy fuerte. Me veía personificando a un ser con
el que no había tenido contacto, un ser o la referencia de un personaje de tal
o cual manera. La profesora me dijo que tenía que hacer teatro. Me interesaba
por la psicología, pero decidí estudiar Artes Escénicas.
La poética
del destino en el mientras tanto de
un paisaje que se renueva: Me casé, tuve
hijos; mientras hacía teatro trabajaba, en fin, las cosas de la vida. En un
determinado momento viaja a Mendoza Carlos Gandolfo. Yo integraba el elenco de
la universidad. Me elige para ser una de las “Tres hermanas” de Chejov. Quedé
flechada con su trabajo. Por falta de presupuesto el proyecto no se hizo. Quedé
loca. Quería estar en Buenos Aires para saber de qué se trataba esa forma de
actuación. Una vez acá, llegué en el 84, estudio con Agustín Alezzo, con Augusto
Fernándes, tengo una formación importante. Ellos se forman con Hedy Crilla y le
dan forma a la nueva actuación con técnicas de Strasberg, Stanislavski, que tan
bien nos define como actores. Compramos con mi marido una casa cercana a los
terrenos que fueran de San Lorenzo. Empezamos con un proyecto que era: Una
empanada para el teatro. La casa funcionó como teatro, además con mi hijo
vendíamos empanadas por la calle. En la casa se daba teatro, clases, dábamos de
comer al público; me limpiaba la harina de las manos y daba clases.
Una vuelta
de tuerca sobre el origen de Liliana Moreno: Un día le dije a mi compañero: Yo quiero un lugar sobre Boedo. El hecho
de haber llegado a este lugar es algo mágico. Nunca tuvimos un capital
financiero. Hipoteca a cinco años. Yo digo que a veces los lugares están
signados, uno los elige, pero los lugares también te eligen. Siempre digo que
Boedo se apiada de mí como mendocina que soy; me dice: No, quedate acá que el
cielo está más cerca; porque yo no veía el cielo en Buenos Aires con tanto
edificio, y en Boedo se ve, porque hay “algo” en la permanencia de las casas
bajas. Es un barrio con una identidad auténtica, fuerte; estoy impregnada de esa
identidad, y realmente es mi casa, las callecitas son mías, el barrio es mío,
el cielo de Boedo, el tango. Empezás a enamorarte, a quedarte en el lugar.
En Mendoza
y Buenos Aires la misma pertenencia: Como
mujer mendocina de campo, soy muy trabajadora, sé que importa la labor, soy una
obrera que cambia un tacho en la casa y amasa el pan. He generado este espacio
desde ese lugar. Soy hija del teatro independiente. La única manera que había
en Mendoza. Estudié en la Universidad de Cuyo. Tuve la suerte de tener un
director que fue a buscar estudiantes a las villas. Vengo de los 70. Tuve todos
los gobiernos: Lanusse, Cámpora, Perón, Isabelita, Videla. Todo eso mientras
estudiaba. Pero tuve la gracia, la suerte, de transitar un estudio con técnicas
de Paulo Freire, fui de la escuela con formaciones estrictas hasta pertenecer al
alumnado que se ubicaba en rondas, y donde el alumno podía decir lo que pensaba;
Fui parte de puestas de teatro en las villas. Se generó en mí una consciencia
de trabajo artístico que, cuando llego a Buenos Aires, sintió un impacto al ver
el teatro de producción. Después me encontré con la gente que hacía teatro
independiente. Hago teatro desde ese lugar y acá estoy.
Una pequeña
gran historia de Pan y Arte: En 2020
cumplimos 20 años. Fue duro el comienzo en Boedo. Sobreviví. El teatro funcionó
primero abajo, donde ahora es el restaurante. Me divorcié en 2003 y quedé sin
ingresos. Este espacio me quedó, era mi vivienda. Desarmé el escenario, y
empecé a dar de comer a la gente que venía a una clase de tango que daban unos
amigos. Durante la gestión de Ibarra, yo estaba con la habilitación de club de
barrio, y me llega la posibilidad de habilitar la sala que ya no tenía.
Pregunté si la podía hacer en mi casa. Se podía. Mi hijo me ayuda a tirar
paredes y empieza la sala. Restaurante abajo. Después mi hijo unió las dos
terrazas, hizo unas gradas, y fue primero teatro al aire libre. Luego hicimos
el tinglado, y hoy es una sala muy codiciada porque tiene un espacio escénico
interesante.
Pan y Arte,
dos sintonías, el mismo sueño, una misma manera de andar sobre el escenario: Es una especie de isla. Voy generando cosas.
Salgo poco. El restaurante es como el productor artístico del teatro, porque es
complicado que por sí mismo genere dinero. Una empanada para el teatro.
Hoy en Pan
y Arte: En este momento trabajo en una
obra de Griselda Gambaro: “Es necesario entender un poco. Los desdichados no se
reconocen”, muy de estos tiempos, porque uno a veces se encuentra con gente y se
dice: pero si está padeciendo, por qué no nos reconocemos, si somos iguales. Es
el viaje iniciático de un muchacho que va a la vida y le pasan muchas cosas
duras, difíciles, se encuentra con la locura, la miseria, la muerte, el
egoísmo, y vuelve al árbol que lo vio caer. Soy la madre, las escenas con ella funcionan
como prólogo y epílogo.
Una mirada
esperanzadora en los tiempos del destructivismo: Creo en los sueños. Es lo único que nos sostiene con cierta vitalidad;
estar presente, estar vivo, es soñar. Me siento viva y que pertenezco mientras
estoy actuando. Esa soy. Es lo que más me representa y mantiene con oxígeno en
estos tiempos. Por supuesto que sería bueno que el teatro nos diera para vivir,
y no tuviera que hacer empanadas. Pan y Arte recibe todos los subsidios
posibles, pero es duro pagar las boletas de luz, gas, agua, alguien que limpie;
apenas sostenemos el lugar. Y lo sostenemos porque pienso, con un poco más de
esperanza después del 10 de diciembre, que podemos tener otro aire, porque es
muy difícil. Al menos voy a sentir que la gente que nos gobierna no es mi
enemigo, sino un aliado en el dolor y en lo que nos pasa. A esta gente que nos
está gobernando no le hemos importado absolutamente nada. Tengo problemas
financieros con el restaurante, que es mío, igual el teatro, no pago alquiler,
tengo todos los empleados en orden, y es casi imposible. Ahora tengo recicladas
las energías por las elecciones. Creo que siempre hay una hendija por donde
encontrar la luz. Hay que seguir los sueños, no hay que declinar, porque nos
hacen estas cosas para que precisamente dejemos de soñar, para recluirnos y
enloquecernos; la gente estaba triste, mucha hostilidad. Son tiempos para
trabajar en el barrio, para que la gente del barrio conozca lo que se hace en
él; hay que estar mucho más en la calle, por eso existe el teatro sobre Boedo, tenemos
luces en Boedo.
En Pan y
Arte de Liliana Moreno las entradas al teatro son de precio accesible (público
300 / jubilados 250 pesos). La obra de Gambaro va los viernes a las 21 hs. El
teatro de Boedo necesita del apoyo del vecino.
En la
memoria de este cronista de barrio se guarda la emoción de escuchar la palabra,
y contemplar la expresión de Liliana Moreno, la hacedora, una romántica.
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