Escuché el
llamador en la memoria. Otra aparición. Fantasmagoría en medio de la escritura.
Desde el más allá del cielo de Boedo y San Cristóbal saltó sobre la cubierta
del barco Guillermo Pérez Bravo. El buen fantasma del Gallego apareció mientras
trabajaba en un texto sobre Buenos Aires. El susodicho texto lo pedía mi amigo
poeta José Muchnik. Texto para acompañar la reedición de su Guía poética de Buenos Aires. Invitó el
poeta a un puñado de escribas. Todos ellos sentados a una mesa de amigos en el
Margot. Sucedió entonces que el Gallego se descolgara en la cubierta de una
tinta que intentaba decir Buenos Aires, nuestra galaxia. Pasaron unos días. Luego
de aparecido en el texto, Guillermo regresó eterno en la fotografía que le tomara
Mario Bellocchio. Primero volví a lo escrito cuando supe de su muerte, en
agosto de 2012. Y luego a la nota publicada en Desde Boedo en abril de 2011. Su título: Navegar mar afuera. No tenía consciencia de la cercanía de las
fechas. Seguí el impulso. Trepé
al árbol donde guardo casi todas las charlas que mantuve con viajeros de Buenos
Aires. La idea siempre fue escuchar aquello que el otro contaba, el elegido, el
que bien podría ser personaje de novela o que ya lo era, porque viajero él en
el barrio, la ciudad, y viajero él en la crónica, la novela o el poema. La
susodicha ciudad en su escritura cotidiana. El Gallego timoneaba el barco
interior del Cao desde detrás de la barra. A lo largo de la misma se disponen
los tres mástiles que sostienen el cielo del bar. Tiré de la sortija en el
árbol donde guardo lo dicho por tantos viajeros, y fue rescate la tarde de un
día de marzo de hace años. ¿Y eso?, preguntó. Yo no había avisado de la
presencia del grabador.
Regresa.
Vuelve. Retorna. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Aroma
de barrio. Matheu e Independencia. Esquina de ochava vidriada. Las mismas
baldosas que gastaran los hermanos Cao. Los charlistas sentados ya en la órbita
de la mesa de café. El Gallego detrás de un Fernet. Regresa el murmullo del
bar. El de la vereda. La voz que cuenta. La que pregunta. Las que pasan cerca
de la borda. Los autos en la avenida. La tranquilidad del Guillermo Pérez
Bravo, dibujante.
Recuerdo
que el Gallego sintonizaba la radio en el Cao, entre tango y rock encontraba
momentos especiales de Los Beatles, Led Zeppelin, Deep Purple. Navegar mar afuera, un tema de Quemar (álbum de Deep Purple) sigue
sonando cada vez que vuelvo a lo dicho aquella tarde. El tiempo, el mar se
escurre entre las historias: Nací en
Galicia, en el pueblo más lindo de Pontevedra, O’Grove, fundado por una familia
de origen celta. A los cuatro años me trajeron para acá, soy más porteño que
gallego. En el año 90 tuve la suerte de recibir un dinero de una casa que se
vendió allá, me lo dio una tía, me dijo: es para vos si prometés que vas a ir a
conocer el pueblo. Fui, allá viví un año. Soy del 49, volví a los cuarenta.
Tuve el tino de llevarme los pinceles para pintar letras de publicidad, acá
laburaba de letrista y hacía un poco de fileteado. Me encontré con que allá
pintar los vidrios no se usaba mucho. Al principio tenía guita, pero después
tuve que laburar. Ofrecí mi trabajo en una ferretería y ni siquiera pasé
presupuesto, arreglé el pago para después, que mandara el resultado, y así fue,
me pagaron más del doble de lo que yo tenía en mente. Les gustaba el toque que
le daba a las letras y me empezaron a conocer. Fui un poco a hacer la vida de
mi viejo, que fue marinero, entonces iba a todos los boliches donde paraban
ellos, compartí vinos, me agarré unos pedos mortales, hice amigos marineros. En
el verano levantan los barcos para calafatearlos, pintarlos; empecé a pintar
barcos, a pintar sus nombres. No les cobraba, me daban lo que ellos querían, me
parecía mal cobrar por hacer algo que para mí era un placer. Me llamaron de un
bar para pintar un mural, yo había trabajado acá con un grupo de docentes
muralistas, el fundador del lugar había muerto y también había sido pescador.
La hija quería pintar su retrato, me dio una foto del viejo remando en una
dorna gallega, una embarcación pequeña de remo y vela cuadrada, y me indicó la
pared del boliche, lo hice y me pagaron una enormidad de guita, dije que me
parecía mucho, pero estaban conformes: el trabajo al parecer lo valía. Siempre
me impresionó la actitud de los comerciantes, yo estaba acostumbrado a los de
acá, que siempre te pichulean el mango.
Una
vida dibujando mientras la calesita con sortija gira en la orilla de una ría,
cuando el sueño del mar entra a la tierra: Toda
la vida dibujé. Digo que a mí me nació. Qué sé yo, a los siete años copiaba
historietas. Cierto que mi viejo dibujaba muy bien, pero él no se dedicaba al
dibujo, él hacía maquetas en miniatura de barcos veleros, tengo todavía un par
de ellas en casa: la última, una goleta de tres palos sin terminar. Siempre me
impresionó ver cómo hacía su trabajo, los detalles, las roldanas, los mástiles,
las sogas, con una navajita, sin clavos, todo encastre, creo que un poco puede
venir por ahí. Mi viejo tenía el pueblo en la cabeza, un pueblo que da al mar,
a la ría, todos sabían de barcos, especialmente de veleros, los tipos se
manejaban la vida pescando. Desde ya que todo ese laburo artesano jamás se lo
pagaron bien, los hacía y después prácticamente los tenía que rifar.
A
Mitad de los ’80 fue cinco años a Estímulo de Bellas Artes a tomar clase de
modelo vivo: Había tomado una velocidad
impresionante con el dibujo. Mi ídolo era Toulouse-Lautrec. Pero después quedé
marcado por todo el movimiento impresionista, con su ruptura.
Su
abrir la puerta para salir a jugar: Laburo
mucho con el automatismo, empiezo a tirar líneas sobre el papel y voy
encontrando formas. Soy figurativo, pero ejercito el ojo de esta manera, puede
haber un disparador externo, pero no necesariamente. En definitiva trato de
encontrar distintas maneras para entrar al juego, porque de eso se trata.
En el
juego íntimo: Con el dibujo soy un
anárquico, no hay vuelta, ante todo dibujo para mí, lo hago por placer, no
dibujo para ver qué pensás vos, desde ya que si le gusta a la gente mucho
mejor. Funciono con las ganas, como ser ahora hace meses que no hago nada, no
hacer no me asusta, pero me doy cuenta de que algo me falta, es mejor si vivo
dibujando. El placer primero es para mí, y es además una excelente terapia,
cuando estás dentro de un dibujo te olvidás del mundo, te olvidás de lo que
pasó acá adentro, qué problema tengo con mi mujer, estoy ahí, en el dibujo.
Cuestión
de principios: No me considero un
artista, yo dibujo, intento crecer, pero no tengo techo, una meta, yo no dibujo
para vender, de hecho agarré este trabajo para seguir haciendo lo mío. Siempre
estoy desconforme con lo que hago, nunca me la creo, ni siquiera cuando el
elogio viene de parte de un artista como Jorge Meijide, que es un amigo. El
asunto es seguir encontrándose con uno. Las apariencias del mercado no me
interesan, podés putear por las injusticias que genera, pero la cuestión del
arte, de aquellos que se acercan a la categoría, pasa por otro lado.
La
mirada desde la cubierta del Cao: Detrás
de la barra, en algún papelito, siempre dibujo algo, un esbozo mínimo, una
mujer que me interesó, un viejo leyendo el diario, en Estímulo aprendí a
plantar una imagen en poco tiempo. El trabajo me gusta, este es un lugar que
está vivo, la gente lo hace así, viene gente de valor. No creo que pueda vivir
solo dibujando, en algún lado soy bastante vago, soy de dar mucha vuelta,
porque tengo fe en mi facilidad y rapidez, y muchas veces me pierdo en la
contemplación. En mi caso no sé si dejaría de trabajar en un lugar como este,
por esto que te digo, la gente, que es muy interesante, acá vienen artistas
como León Ferrari, que tiene el taller cerca, y Jorge Nigro, el hecho de que
vengan a este bar para mí es un aliciente. Es mi trabajo, pero tiene un agregado.
No podría dejarlo porque necesito comer, con mis pinceles siempre viví
galgueando, estoy obligado a tener algo seguro, y pienso que no está tan mal,
peor ser bancario o trabajar en una oficina: acá nunca es lo mismo. Sigo
haciendo lo que quiero hacer, dibujo, y siempre hay que pagar un precio, porque
guarda, está todo bien, pero esto sigue siendo un trabajo y como en todos,
también se putea.
El Gallego de regreso. El salto sobre la cubierta de mi tinta. Escucho la charla en aquella tarde. Busco lo publicado. Escribo esta tinta para otra vuelta bajo el sol. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.
2 comentarios:
Me quedo con ese modo, tan Lois, de poner el tiempo "regresa, vuelve, retorna. Lo que no es y sigue siendo". Asi es nuestro tiempo. Felicitaciones Edgardo!!
Soy Liliana Corredera. No sé por qué salió como Anonimo
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