Es sabido.
Es una verdad relativa. Una línea que se dice y repite hasta que duele. Una
afirmación que se engancha en el viento. La anoto. Se queda. Un tanto de verdad
y otro tanto de mentira. Como todo en este mundo. Aviso. Es sabido. Todo payaso
es triste. O lo será. Como cualquiera. Quién puede saber cuánto de payaso carga
entre sus almas. Todo payaso es triste. Es sabido. En eso pienso cerca de la
esquina. En la avenida. Pienso mientras miro por la ventanilla del bondi que me
lleva a destino. Todo payaso es triste. Todos vamos a destino. Es sabido.
Adivino. Soy
el único pasajero del 65 que mira sobre avenida La Plata. Bondi cercano a su
parada. Semáforo en rojo. Cercano al cruce con avenida Rivadavia. Miro por la
ventanilla y ya no se trata de un cruce de avenidas. Ya no es paisaje común.
Simple. De cotidiano a primera hora de la tarde. De sábado chato. Paisaje que
deviene en encrucijada blusera en tanto escucho mi tango. Puede que en el bondi
haya otros pasajeros que lo vean. Pero no. Me digo que soy el único que tiene
ojos para el payaso que se mueve sobre la avenida. Pide una vida amable y pide monedas
sobre La Plata. Ni lo intenta por Rivadavia.
Lleva gorro
de payaso. Verde, rojo, blanco. Lleva gorro ajado. De payaso escorado. Lleva
nariz de payaso. La cara lo deschava. Camina la avenida. Paga un precio alto. Esforzado
su andar de paso a paso. Hombre desvencijado. Lento. Un payaso de edad. Porque
el hombre vestido de payaso es payaso. Su oficio de vida. No hay duda.
Descuelga
una bolsita plástica de la reja. Bolsita al mar. La reja pegada al cordón. La
vereda impecable. En la encrucijada una pizzería brilla interiores. La bolsita
que desata el payaso guarda restos de comida de una mesa de vereda. Hubo
alguien antes de este tiempo de semáforo que se estira, que vio, que pensó en
el otro. El payaso lleva un morral. Luego de mirar el contenido de la bolsita, el
plástico marcha a bodega de morral profundo.
A pleno sol
en la noche de esta encrucijada. En este tiempo de escritura. Llueve payaso
afuera. Llueve payaso adentro. Una lluvia lenta. Triste. El hombre que es
payaso camina la avenida. Entre los autos detenidos. Entre autos que se mueven lento.
Paso a paso. A los 60 años se quejan las piernas del payaso. En el aire el
gesto de la mano que pide. Camina lento. Saca pecho. Trata. Toma aire.
Recuerda.
Adivino. Hubo
una primera vez. Sucedió mientras fue pibito en un barrio pobre. En la
provincia. Recibió un papelito llamado entrada gratis para ir a ver la función
del circo recién llegado a la zona. Fue aquella vez. Vio un payaso. Hacer y
deshacer el mundo. Las risas de tantos pibitos. Al fin un hombre vestido con
todos los colores. Recuerda el payaso sobre la avenida. Recuerda el pelo, el
sombrero, la nariz, los zapatos. Aquel gesto azaroso con payaso se lo llevó del
mundo. Lo hizo universo. Ya no pudo entender de la pelea que exige el deporte
malsano de la codicia. Condenados aquellos que no nacieron para cosechar dinero.
El payaso
vive sobre la tierra, en la urbana pertenencia. Transcurre en el aire. En el
viento. En el plano general donde evapora la sociedad, el tiempo. Toma aire.
Duele verlo caminar. Su mano de pedir. La cinta de tela que sostiene el morral cruza
sobre el pecho. Camisa que resiste la suma de un nuevo día. Saca pecho. La mano
en el aire. En posición. El payaso lleva un cartel colgado del cuello. De
tamaño regular. Un aviso para descuidados. Para pasajeros veloces. El payaso se
ofrenda. Saca pecho. Se deja leer. Entonces leo. Payaso en situación de calle.
Así el convite de escritura mínima. Un hombre en pocas palabras. Un título
certero. Payaso en situación de calle. Lleva un cartel de cartón colgado del
cuello. O el payaso todo cuelga del cartel. Saca pecho. En el aire. En el
viento. En la encrucijada de blues donde escucho mi tango. Cuántos leen el
poema crucial, esta novela con personaje de cotidiano incierto y final cantado.
Baja una
ventanilla de auto último modelo. La mano del payaso llega hasta la frontera.
Aguarda. Mejor billete. El payaso aguarda en medio de un presente salvaje. Ya
lo explicó el pensador amarillo de dudosa sustancia humana: Vivir en la
incertidumbre y disfrutarla.
Adivino. El
payaso duerme en la orilla. Al pie de un grande cartel de publicidad. A unas
cuadras de la encrucijada. El payaso guarda en la noche su sombrero de colores.
Su nariz roja con elástico. El cartel bajo almohada improvisada. En la memoria
lo aprendido. Duerme el payaso en la avenida. La noche trae vecinos de vereda.
Poco o nada se dice. Se comparte la ciudad a cielo abierto. Importa el lugar
junto a la pared. Igual que un animal cuando se siente morir. Un lugar donde
apoyarse. Nada más. Un lugar donde guardarse hasta que haga falta. Dentro del
buen silencio, la espera.
Cuántos los
que leen la escena sobre la avenida. Casi todos los ciudadanos andan lanzados a
velocidad. Pensando en lo por venir, en todo aquello que hay que hacer después.
Siempre es después en el mientras tanto amarrete del ahora, en el presente que
se despide en un abrir y cerrar de pantalla. Ciudadanos en el viejo Oeste. Como
cuando las películas de infancia. En el OK Corral, en el bondi, la vereda, la
esquina, el asfalto, hasta en el sueño y el deseo del caminante, se desenfunda.
Urgente el mil luces. Ansiedad. Velocidad y desesperación. Como si se escapara
la vida toda en el gesto. Urgente la búsqueda hasta que al fin -aferrada como a
madera en el naufragio- la mano rescata el celular del bolsillo o la mochila, y
apunta al primer después. Un cable se ajusta a las orejas, y éstas al cerebro,
y en él la magia de ver en el paisaje cercano. Con suerte, unos pocos ven al
payaso en situación de calle. Cuántos los que leen el poema que escribe el otro.
Cuántos la novela donde resiste el otro. A cuántos importa la incertidumbre del
payaso.
La bulla
ensucia la mirada. El barullo malo, el interesado, se hace humo oscuro sobre el
cemento. Los dueños del circo manejan el programa de la función. No hay
entradas gratis para este circo. Todos pagan la suya. Todos frente a las
pantallas donde factura, despista y miente el gran manipulador. A esta hora de
la función, cuántos los que entienden el mecanismo del show. Cuántos viajeros
tienen consciencia de la trampera.
Payaso en situación
de calle. Escrito va. Vive en la orilla. En el río cerca de la esquina. Bajo el
cartel. Sobre la vereda unos trapos. Así de efímero. Un pibe más. Entró al
circo donde el trapecio afila la moneda. No hay red. Sólo condena. Sobre el
cemento del circo los escombros del nacido con destino equilibrista.
El payaso
llegó, sobrevivió, hasta este momento de encrucijada. Lleva cartel al cuello o
lo lleva el cartel, su nombre, por la avenida. En verdad, la vida siempre es de
encrucijada. El payaso tiene perfecta idea de su mapa sin tesoro. Lejos del
puerto de la infancia. Lejos de la ciudad. De la poética de la urbanía que lo
viera caminar por tantos barrios. Continúa quieto el bondi. Miro. Veo por la
ventanilla. Leo el cartel del payaso. Quién puede saber cuánto de payaso carga
entre sus almas. Todo payaso es triste. Es sabido.
Recuerda mi
alma de payaso haber leído unas líneas. Título del libro: Automoribundia. Del egregio escritor Ramón Gómez de la Serna.
Durante varios meses el libro fue mi casa, mi lugar a donde poder regresar.
Recuerda y busca entre escritos una de mis almas y al fin encuentra: (…) Oscilo entre el circo y la muerte. Amo
los payasos y los muertos y encuentro un gran parecido entre unos y otros,
habiendo observado que los payasos se caracterizan de muertos, pálidos,
pálidos, con los ojos hundidos en negrura, dos comillas de calavera en la nariz
y la boca rasgada como la de los cráneos que ríen.
Reír en la
encrucijada donde se escucha mi tango. Tener toda la tristeza dispuesta sobre
la mesa. Era sabido.
Anoto que
hay un payaso en situación de calle. Por avenida La Plata. No por Rivadavia.
Anoto su movimiento. El gesto. El dolor a la vista. En la gran ciudad donde
tantos ciudadanos tienen por techo la autopista. Y un cielo que nunca llega
hasta el cemento. Donde historias, trapos y cartones.
Anota Ramón
Gómez de la Serna: A veces soy actor de
soledades y me siento morir en la noche. Confieso que en ese momento sólo
quisiera romper mis papeles, y sólo siento no haber agotado mis ternuras con la
mujer.
Leo: payaso en situación de calle. Escribo: todo payaso es triste. Pregunto: quién puede saber cuánto de payaso carga entre sus almas. Pienso mientras miro por la ventanilla del bondi que me lleva a destino.
5 comentarios:
Impecable y doloroso. Me encanta leerte. Abrazo amigo. <3
Genial Edgardo! Tantas imágenes y metáforas para extraer!!
Cuánta fluidez tenés para escribir!!
Un lujo leerte Edgardo!
Nos vemos.
Tere Vaccaro.
Extraordinario texto Edgardo. Cuantas reflexiones sobre la vida que conmueven. Grandes verdades que llegan profundamente. Gracias por compartir tus valiosas palabras!
Soy Angela
Y son las 9,30 no las 5,29
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