Collage de Mario Bellocchio |
Nunca vi el fantasma del Reconquista.
Pero ahí estaba, todos lo sabíamos. (A pesar del universo oscuro que
ignorábamos). El boca a boca lo hizo auténtico. De la clase 61 a la 62. La
historia se extendió a pesar del silencio. Servicio militar obligatorio. Yo,
soldado. Había que estar atento en el puesto de guardia del mástil. 1981. Dictadura
cívico militar. En el borde, en el límite, el mástil donde nacía el confín de
la Escuela de Caballería. Su más allá.
Regreso a la colimba. COrre. LIMpia. BArre.
Hago guardia. Subordinación y valor para defender a la patria. Llevo el fusil
de la patria de ellos al hombro. El río Reconquista corre a unos quinientos
metros del puesto. Transcurre allá abajo -en medio de la hondonada-, lejos y
cerca. Se dice que el fantasma recorre las orillas. Siempre miro hacia el
Reconquista. Ni una sola vez dejo de buscar el fantasma. Un silencio malsano será
señal de los tiempos. Un aroma esencial en Campo de Mayo.
El fantasma debía ser blanco. De la claridad
inmaculada de las almas, como en el cine. Así lo imaginé la vez que escuché a
un soldado –que había hecho guardia la noche anterior- asegurar que lo había
visto. Existía. Era la más pura verdad. Un misterio en la soledad de cada noche.
Hacia la hondonada fui llevado por el
destino. Una mañana. La cara del destino era la del soldado Pierandrei.
Pertenecía a la columna de transporte y estaba al volante de un Unimog. En este
retorno no veo la cara o las tiras de ningún suboficial. Sospecho que había
otro soldado en la excursión. Una misión de transporte dentro del cuartel. Íbamos
en camino cuando Pierandrei puso proa a la hondonada y el Unimog se zambulló en
la barranca. El Unimog es un camión que parece de juguete, diseñado para jugar
a cualquier cosa, incluso a los soldaditos. Pero más allá de su apariencia, fue
amanecido para moverse en terrenos accidentados. Va a los saltos. Veo cómo la
mancha del Reconquista se acerca a través del parabrisas. Es una locura, aún no
me explico cómo sucede semejante afrenta a la disciplina. Nadie nos ve. Como
fantasmas correteamos camino a la orilla haciendo círculos, riendo. Nosotros
soldados: invisibles cuando el golpe y el dolor. El paisaje fantasma del
Reconquista también lleva temblor de Unimog.
El puesto de guardia del mástil era el
lugar donde más se acentuaba el hambre del colimba. En la soledad silente de la
noche las tripas cantaban su queja. El hambre duele más en el frío. Cuando
tocaba el mástil, a veces, con suerte, se daba que el soldado conseguía en la
cocina -de manos de otro ciudadano obligado a soldado- un sanguchito con queso.
Una gambeta en el juego cruel de la guardia.
La vivencia -cada vez que regreso a una
de esas noches de guardia- es la de estar dentro de un óleo pintado por mi
viejo. Un río a la distancia. Oscuro como el cielo. Grandes nubes apenas
dibujadas por un trazo de luz viajera. Una luz de luna menguante. Luz de
estrellas muertas que llegan hasta las orillas de aquello que aún transcurre.
El río en su cauce. El río y su cauce en la hondonada. Allá abajo. Un arbolito
en la orilla más lejana. Del color de la despedida. A primeros días del otoño.
Una presencia viva en ocres y fileteados en rojo sangre. Mi padre pintor usa
una paleta de gamas bajas. Paleta donde se mezcla la materia viva con la
muerta. Sucede también el universo en Campo de Mayo. Contemplo desde el puesto
del mástil. Cuido la patria de ellos. Soy vigía, guardia, policía. Fui guardia.
Sigo siendo guardia del silencio de ese campo que tantas veces pinta mi padre.
Estoy a metros del mástil. Colimba que ignora los sucedidos en la tierra de la patria
de ellos. En el cuadro pintado por mi padre habita una presencia. Flota en el
aire, en el viento. Transcurre como río que sigue vivo en su cauce. Mientras
tanto en el mástil, el hambre, el frío, el peso del fusil. El silencio y la
ignorancia.
La palabra fantasma tiene otras
implicancias en la Escuela de Caballería. Y como en todo buen cuento, está
sujeta a la llegada de la noche.
Buen día. Gritos e insultos del sargento
como saludo a los doscientos treinta colimbas que guarda la cuadra dormitorio. Así
se inaugura cada mañana, cada día dedicado a la maldad en el mundo de lo
humano. Humillaciones a la carta. Golpes. Miedo y dolor. Tensión entre los
muchachos que ocupan el palo más bajo dentro del gallinero de la patria de
ellos. A partir del primer movimiento represivo, comenzaba a rodar el día bajo
amenaza. No faltaba oportunidad para que el cabo, cabo primero o sargento,
gritara al soldado. Lengua con filo de suboficial: ¿nombre, soldado? Para que
todos escucharan, para que nadie olvidara que cada cual, en cualquier momento,
por impensada causa, podía sumar su nombre a la lista. ¿Nombre, soldado? Por
moverse en la formación. Por ser el último en caer luego de haber sido
pronunciada la orden: cuerpo a tierra. Por alguna desprolijidad en el uniforme.
Por mal afeitado. Por llevar el pelo largo. Por ser el último en llegar a donde
hubiera que ir. Porque sí. ¿Nombre, soldado? Con el tiempo aprendí que no había
que llegar primero ni último porque al milico le quedaba en la punta de su
lengua bífida, el nombre asociado a la caripela. Entonces, mientras sucedió el
servicio, muy pocos milicos recordaban mis pistas esenciales.
Conocido el nombre, el suboficial
procedía a transmitirlo al superior que ese día llevaba la lista. El castigo
estaría dirigido por el suboficial de mayor rango que esa semana estaba a cargo
del escuadrón de Comando y Servicios. La lista se alimentaba a discreción. No
había justicia durante el día. Tampoco la habría en la noche.
A Dormir. Todos al pie de la cama. Orden
de acostarse. Se apagaba la luz general. Sólo quedaba la del baño en un extremo
de la construcción y, en el opuesto, la del pasillo que llevaba al dormitorio
de los milicos que estaban de semana. Por esa puerta retornaba el cabo primero
o el sargento acompañado por uno de los esbirros. Cerca de la medianoche
encendía una luz y empezaba a nombrar a los colimbas que habían caído en la
trampera de la lista. Uno a uno al pie de la cama. Vestidos de fajina como en
el día que continuaba en la noche. Cada noche se daba la nómina de los
señalados. Cada noche salía el pelotón fantasma, así se lo llamaba. A cargo del
pelotón fantasma, los ejecutores del plan. Pelotón fantasma por tanta víctima
de tanta injusticia. Cuando partía el pelotón, en la cuadra dormitorio se
apagaba la luz. Casi todos esperaban el regreso. El susodicho pelotón fantasma
consistía en propinar castigos físicos y humillaciones varias en el campo y las
calles de la Escuela. Tortura. Los colimbas eran desaparecidos un tiempo
variable. Dependía de la crueldad del personaje a cargo, del compinche, de las
ganas de divertirse de los suboficiales. En el dormitorio se abría la puerta
del costado, y entonces regresaban los castigados. Eran repatriados los
escombros de los muchachos. Se encendía la luz para que quedaran a la vista.
Para que los demás supieran que mañana, cerca de la medianoche, partía el pelotón
fantasma. Nadie volvía con hambre. Todos alimentados a patadas, piñas y
cachetazos. A lagartijas, saltos de rana y cuerpos a tierra. A carrera al
frente o a correr en círculo. Siempre el mismo paisaje en el cielo. Apenas un
poco de luz, como para seguir vivos, como sucede en muchos de los óleos que
pintó mi padre.
Sucedió que años después de terminada la
colimba supe de la oscuridad reinante en Campo de Mayo. Una oscuridad mucho más
oscura que la vivida, la imaginada. Campo de Mayo escondía tortura y muerte. Un
campo de concentración alimentado por bandas de asesinos. En la patria de ellos
los vuelos de la muerte. Mientras el poder económico crecía entre sombras.
Siempre vuelvo al mástil frente al
Reconquista en la hondonada. Puesto de guardia. Cuidando el horror que
desconocía. Con los regresos a través de los años me di cuenta de que el
paisaje bien podría haber sido pintado por mi padre. Con los regresos supe que
no era uno solo el fantasma que transcurría como el río. Supe que eran muchos
los fantasmas en el aire, en el viento. Fantasmas que exigen memoria. Exigen
verdad y justicia. Castigo para aquellos que diezmaron una generación. A través
de los años regreso al cuadro de mi viejo, y me digo que, al fin, pude ver los
fantasmas en la hondonada, a orillas del río Reconquista.
2 comentarios:
Gracias por el paseo , recorrer pasados ásperos, de tan fácil lectura ,présente cada sentido
Quiero mas paseos
Gracias, escribidor
Me gustó mucho!! Y los fantasmas siguen atrincherados para gozar la crueldad. Recordar y agregar la pintura, es una forma de denuncia pero sin resignación.
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