Gran
convocatoria de familiares y amigos encronopiados
de alegría se dieron cita en la clínica Bazterrica. Habías nacido unas pocas
horas antes y las manos festejantes, en un puñadito de momentos, trabajaron
felicidades varias. Era sábado de mediodía cuando los papás de Azul llamaron
por teléfono: Que saludos y besos, dijo Antonia, Que te felicito, dijo el Tata.
Dijo también el Tata: Decime qué le dedico esta noche. Él es músico y esa noche
tocaba en un boliche de San Telmo. Pedí La
cerveza del pescador Schiltigheim, un poema de Raúl González Tuñón que
tanto me emociona: el Tata lo hizo música y maravilla. Entonces, esta noche, en
San Telmo, la toco para Julia. Fijate, pibita, cómo ciertos hechos de la vida,
de la parte mágica de la vida, se juntan para dar flor. Venís desde el beso de la
poesía y la música, y desde el primer día en este refugio de San Cristóbal,
escuchamos uno de los últimos discos del Tata: Corazón de piel afuera. Sorpresa volver a escuchar la “Canción del
niño y el caracol”: Sol / por aquí /
baja, / caracol / caracol de mi corazón. / Vuelve / sube, / manito / por el
aire, / dedito / suave / a mi frente, / caracol / caracol de mi corazón. Porque
son sorpresa desde el primer momento tus manitos. Ellas dibujan fantásticas
coreografías en tu aire cercano: chiquitas, perfectas, tranquilas mientras las
lleva la música. No me canso, Julia querida, de mirar tus manitos, de esperar
su roce, su hacer: ellas las que hablan, las que cantan y bailan. La música las
acompaña, a veces la del mismísimo misterio de lo humano; a veces, la música
del quehacer arduo de los hombres. La canción pequeña la escribió el poeta
Miguel Ángel Bustos, desaparecido durante la noche del espanto, y la música la
acuñó tu amigo el Tata Cedrón.
Julia, vos, la que viene desde el beso.
Julia, vos, la que viene desde el beso.
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