Allá lejos y hace tiempo leí la novela de
Manauta. Y esa lectura se prendió en el rastro que comenzaba a dejar mi alma: ahí
su aroma durante 30 años. Hoy, el muchacho que fui, mira desde lejos, como si
mirara desde Gualeguaychú, y el hombre que soy respira en Gualeguay, en la otra
orilla del río: el abrazo que nos separa y une. Tan distinta el alma en que, a
su tiempo, fundamos nuestras almas simples. Él y yo reunidos, revisitándonos hoy
entre las páginas de esta novela. Él y yo tan increíblemente distintos, y tan
iguales en recuerdos de infancia, en los muertos que llevamos ardiendo en la
memoria. Él tan inmortal, yo tan cercano a cada día. Pero digo que existe una
cercanía todavía mayor entre nosotros, y es el conocimiento acabado de lo que
significa la infamia que vive el hombre que tiene hambre. Hay hambre en Las
tierras blancas: imágenes, palabras que duran toda una vida. Por Manauta supo
el muchacho, por releer a conciencia supo el hombre. En Gualeguay las descarnadas
vivencias.
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