Me contó el amigo Deolindo Romero que
promediando el 1600 Hernandarias cruzó con un contingente de españoles el río Paraná.
Esos fueron los primeros hombres blancos que atravesaron la provincia de Entre
Ríos. Afirma Romero que hacerlo a caballo facilitó la empresa. El caballo no es
oriundo de América. El porte del animal (murmuro: empequeñecía a la bestia que
lo montaba, por eso aparecieron cascos y demás metales en la bijoutería asesina)
se sumó a perros y armas de fuego. Asustaban al nativo, sembraban el pánico.
Sabe Deolindo que quedaron muchos caballos por el departamento de Federal,
lugar que en sus principios llevó el nombre de Paso de las Yeguas.
Romero guarda historias donde el caballo dice
presente entre los hombres. Su padre fue carrero, llevaba los muebles que
construía la carpintería Sperandío de Gualeguay. Deolindo cuenta que nació por segunda
vez cuando el caballo tiró y en un salto del carro, el pibe que fue se golpeó
la cabeza. Tenía dos años. Afirma que cuando abrió los ojos vio a sus padres, al
cielo y a la barriada de otro modo. Recuerda Deolindo que en su barrio pobre, temprano
por la mañana, lo despertaban, además de los golpes de hacha naciendo leña, el
estrépito de los caballos que tiraban de los carros lecheros. También sabe que
el preso más famoso que tuvo Gualeguay, Giuseppe Garibaldi, huyó con caballos hacia
la libertad. Allá en 1837 los caballos cerraron el hocico, pero el baqueano, no:
lo delató al comisario Millán, que torturó al futuro padre de Italia colgado de
un brazo de la cumbrera de la comisaría/rancho.
Llamo “el memorioso” a Deolindo Romero porque
construye su relato diario a partir de la memoria. La barriada, el barrio
pobre, fue en sus principios un asentamiento de familias a orillas del río
Gualeguay. Deolindo, nacido en 1942, es tercera generación de pueblos
originarios. Su barrio pobre existió sobre una tierra que haría famosa otro
hijo de Gualeguay: el escritor Juan José Manauta, el Chacho. La novela: “Las
tierras blancas”.
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