En la calle
se manifiesta la vida: historias para completar, imágenes a guardar en la
memoria para mejor comprender al otro. Así sucede nuestro tiempo, tanto en el
cielo del bondi como en el inframundo por donde circula el tren subterráneo. La
calle como plano general de la ciudad, la pertenencia urbana, una urbanía que flota sobre vereda, asfalto,
adoquín de ayer, camionetas lujosas –obscenas- de hoy, cafés en las ochavas,
memoria de los mayores (los que aún saben del relato del pasado). Nombro a los
memoriosos y anoto las señales de las criaturas todas: mujer, hombre, pibe, todas
y todos en el movimiento que hace la
ciudad: aldea natal de muchos, aldea destino de otros, eterna dama, tan querida
como odiada. La criatura anda, ya no baja de los árboles, sí de los edificios
donde se refugia. Buenos Aires, una ciudad que hoy especialmente necesita ofrecer
refugios. Llega el día o la noche, y la criatura baja para ser en la calle, el paisaje todo donde la vida intentará moverse,
donde intentará portar el carnet de ciudadano que chamuya (registro de voz con
sombra) sobre sus derechos en el mientras
tanto. Durante el intento, los vigilantes, los paridores de historias
tristes, permanecen al acecho; arriman, desde siempre, la falsedad de las escaleras
alumbradas sobre cartón pintado, y promueven la llegada de un viejo conocido,
un mesías con nuevo maquillaje para la no memoria de sus seguidores: los hijos
del derrame. Y los paridores, la casta de los humanos canallas, saben de llevar
y traer sus anuncios tanto en lo explícitamente material como en los cielos
donde anidan sueños y esperanzas.
Despierto
cada día con la mirada puesta en las criaturas de esta ciudad. Despierto y se
me da por anotar, por dejar rastro de lo observado, de lo vivido, siendo, ante
todo, yo mismo, criatura humana dentro de la aldea doliente, dentro de estos
tiempos tristes donde los canallas festejan entre mentira y bolsiqueo. Soy, en
definitiva, un escriba, un cronista callejero que no sabe qué será de él y de
su mundo a partir de mañana. Intento ser memoria de lo entrevisto luego de la
caída del meteorito amarillo. Si no se abren los ojos del pensamiento, seremos
los nuevos dinosaurios.
Foto: Eduardo Noriega |
El
ciudadano se hace mapa de calles de dibujo interno y externo: sangre y memoria
adentro respirando en el paisaje del afuera. Así nacen, nacemos, las diversas
presencias.
Caminaba
por Boedo el 24 de diciembre del 18, cerca del mediodía; iba solo y en soledad
interior. Era un día triste. Ya no soy un papá en el cotidiano de mi hija.
Volvía al refugio del amigo José. Un hombre joven, desde la vereda sobre San
Juan -la palabra desde el piso-, me desea felicidades. Mis rodillas debieron tocar
la tierra, igual el llanto, y pedir perdón por pensar mi soledad. El hombre, de
cuarenta y tantos, comía el último bocado de pan. Preguntó a un papá joven que
pasaba por el lugar: ¿Cómo se llama la nena? Tuvo que preguntar una vez más: ¿Cómo
se llama la nena? Carmen, se llama Carmen, contestó el papá, que caminaba, como
todos, a saludable distancia del hombre.
En un cielo
bondinero vi cómo un hombre viajaba, sentado, de espaldas al vientito de la
vida que entraba por la ventanilla. Parecía viajar con la mirada apuntando a
las palabras que no dijo en un ayer lejano. Viajaba tan solo, tan extraño a la
ventanilla: ojos de brillo desmesurado, nariz roja, mirada con filo de llanto, y
las palabras, el murmullo como rezo a un dios que no existe.
Un cielo en
cada bondi colectivo que se vuela en la ciudad veloz. Una mujer viaja parada. Adivina
su cara de ayer entre los reflejos del sol sobre el vidrio. Da la espalda a
todos los viajeros. La ventanilla de frente. La vereda de hoy como cinta de
otro cine: palabra y ausencia en el colectivo de la sociedad. Otra vez las
palabras no dichas en un ayer lejano.
Sobre la
vereda de Avenida La Plata, a unos metros de su cruce con Carlos Calvo, lugar
donde desde hace tiempo se vela en todo su esplendor de esquina, el local
cerrado de una pizzería; decía, antes del velorio, hay, también hace ya un buen
tiempo, un simulacro de vivienda, de refugio. En el escalón de entrada -franja de
mármol angosta que limita con la persiana de otro comercio cerrado- se acomodan
sillas viejas, utensilios de cocina, un colchón, y presencias diversas -fruto
de la cosecha en contenedores de basura- que sirven al habitante del simulacro
a mejor llevar la vida en la calle, la sobrevivencia callejera. Durante el
verano, cuando el sitio estaba a salvo de febo, se lo habitaba, y se lo dejaba,
en un orden notable, cuando la sombra se hacía historia. A la nochecita, varias
veces, vi al ciudadano en la vereda. Sentado en una silla, y frente a otra que recibía
el mate y el termo. Mate en soledad. En silencio. La gente caminando hacia sus
refugios, enchufados, la mayoría, al dispositivo alienígena que silencia los
ojos. Ayer, por la tarde, bajo un sol ya cercano al otoño, vi al ciudadano enfrascado
en la lectura. Ni murmullo íntimo, ni a viva voz, leía en la vereda, siempre en
soledad. Sostenía el libro con una sola mano. Posición de lectura óptima. La
tapa ajada del libro que se ocultaba, como si tuviera algo de sauce llorón, me
permitió ver la portadilla: Dios María
Hoy. El ciudadano leía en profunda soledad.
Desde el bondi vi a la mujer, de algunos años sumados a sus 30, esperar el cambio del semáforo en Rivadavia y Avenida La Plata. Me llamó la atención su cabeza, llevaba el pelo cortado al ras, a la manera que la Patria me cortaba el pelo durante la colimba. Su ropa delataba la vida en la calle. Iba cargada con grandes bolsas, y una de ellas: nueva, limpia, blanca, letras en verde, avisaba: HOME, sí, el hogar, dulce hogar, de donde llegaba esta mujer que, días después, vi caminando, idéntica su imagen, cerca de Boedo e Independencia. Ya no llevaba la bolsa que decía del HOGAR que no fue.
Desde el bondi vi a la mujer, de algunos años sumados a sus 30, esperar el cambio del semáforo en Rivadavia y Avenida La Plata. Me llamó la atención su cabeza, llevaba el pelo cortado al ras, a la manera que la Patria me cortaba el pelo durante la colimba. Su ropa delataba la vida en la calle. Iba cargada con grandes bolsas, y una de ellas: nueva, limpia, blanca, letras en verde, avisaba: HOME, sí, el hogar, dulce hogar, de donde llegaba esta mujer que, días después, vi caminando, idéntica su imagen, cerca de Boedo e Independencia. Ya no llevaba la bolsa que decía del HOGAR que no fue.
Cuando
llega la noche a la ciudad aparecen los colchones junto a los solitarios,
también junto a las familias. La noche es otra por Avenida La Plata después que
queda atrás la sombra de la autopista y se camina con dirección hacia Cobo. La
noche es otra cuando queda atrás la autopista cercana a San Juan y se enfila
por Boedo rumbo al silencio de una luz entrearbolada.
Vi, desde del
bondi, en el asfalto de la mediatarde,
una nena de unos 10 años, apenas más grande que mi hija Julia. Caminaba
siguiendo la fila de autos frente al semáforo. Pedía ayuda, una moneda.
Desde el
discurso de los canallas (los paridores), y desde la ignorancia y la falta de
empatía (valores de la fiel comparsa amarilla), se levanta la mentira del
esfuerzo individual (a mí nadie me dio nada) contrapuesto a dormir la vida
sobre una avenida (pura elección a gusto). Se afirma en las noticias: nos
hicieron creer que la tierra era redonda, y entonces, en este presente falluto,
se retitula -por arrebato de casta, y obediencia de desclasados: la planicie
total con explícita confiscación de derechos y moneda decreta la condena al
barranco para el que nada tiene; la obra ocurre en el mundo plano, donde las
cuatro bestias que otrora decían sostener el escenario bailan hoy siendo los acomodadores
de la matanza.
Mentira,
desigualdad, injusticia y miseria. Cayó el meteorito. Otra manera de
desaparecer personas. Nosotros, los ciudadanos, necesitamos renovar los ojos
del pensamiento y decir la palabra urgente a tiempo: sangre adentro, y en la
calle.
4 comentarios:
Bella postal interior y externa del Buenos Aires presente. Cuánta verdad. Gracias Edgardo por esta entrega literaria y humana en medio de tanta jungla.
Gran texto sobre esta dolorosa realidad Edgardo! Tu forma de decirlo, el lenguaje tan rico que nos sumerge en esos mundos dificulta poner en palabras lo que se siente al leer. La conmociòn es muy grande! Gracias por escibir tan maravillosamente y con tanta sensibilidad!
Hermoso texto, triste paisaje de una realidad que vivimos con cansancio...
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