Collage de Mario Bellocchio |
Sucedió en
la mañana. Temprano. En la luz cercana a las siete. Hace unos tres años. Antes
de la pandemia. En Boedo. En un balcón interno. En el barrio donde me gusta
encontrarme. Donde soy. En una galaxia llamada Buenos Aires. Cerca de las siete
de la mañana a principios de la primavera. Cuando sucedió volvía este escriba
desde una noche de tormenta. A lo Turner. Siempre fuego en el cielo. Oleaje de
guiso revuelto. De cables pelados, de recuerdos en punta con filos silenciosos,
muy silenciosos. Desesperados, callejeando a los saltos. Tensos. Abismados, revolviendo
basureros en los puentes colgantes de la memoria. Una garganta de Diablo. Y sin
embargo, el silencio. El misterio del silencio. Muchas veces el silencio es una
enredadera que guarda su raíz bien adentro en la sangre, y crece afuera. El
silencio aferrado al muro. O al espejo del baño. Frente al espejo, en algunas
historias, la palabra pierde su esencia, y entonces calla, o apenas murmura. Puede
suceder que, entre las vueltas que da la calesita, resulte un bocado más para el
olvido.
En el
silencio se escuchó la urgencia del gato. Las uñas en velocidad sobre el techo
de chapas del refugio. Felino que pisa el acelerador. Como en los dibujos
animados. Su rastro sonoro señala que el animal en fuga cruza en diagonal el
techo del dormitorio. Bajo el techo la cama desde donde el testigo -este
escriba- observa con atención un cielo de madera. El sonido de la corrida
indica el ángulo de llegada. Fin del techo. Misteriosa jugará, de ahora en más,
la puerta ventana que da al balcón. Una cortina clara, gruesa, dice “no” a las
formas del exterior: macetas con plantas, un tender colgado de la pared, un
gato que corre aterrado por la medianera. La cortina dice que “no” a las formas
explícitas, pero habilita ciertas presencias a través de las sombras. Por eso
los movimientos del gato dan origen a la carrera esfumada de su sombra, hasta
que ésta derrapa hacia la izquierda, y desaparece. ¿Salto a otra pared? ¿Salto
al vacío? Pude ver el desprendimiento de la sombra. Nada más supe del gato.
Luego
regresó el silencio. Duró solo un momento. Aparece entonces en la mañana una
perturbación auditiva. Molesta. Extraña. Desconocida. Como llegada de otro
mundo. Si me hubiesen dicho que así es la voz de los muertos. O que así es la
voz de los habitantes de otro planeta. Quizá hubiera aceptado la explicación.
Nunca había escuchado aquella voz, porque resultó ser una voz. Metálica. Salida
como a través de un caño de metal, angosto y con múltiples cicatrices. Una voz
que era un raspón profundo. Un raspón seco, sin sangre, se unía al siguiente.
Una voz que murmuraba. Una seguidilla de tajos. Tal vez filosofaba o elevaba un
haiku, o una plegaria, a su dios.
El piso de
la habitación estaba fresco. Con paso lento llegué hasta la puerta ventana. Una
escena a puro suspenso. Creí percibir una sombra dibujada a mano alzada sobre la
cortina. Nada en mi imaginación. Enigma. Solo una sombra en el exacto momento
en que renacía el silencio. La voz ya no reza. No murmura.
Una vez
parado frente a la cortina, llegó el tiempo de mi mano izquierda, dedos índice
y mayor juntos. Y desde el marco. Muy lento. Empecé a deslizar la cortina. Un
par de centímetros. Pude ver que me estaban mirando.
Tranquilidad
en la mirada. Los ojos en su silencio. Una magia de hechicero. Un mensajero del
cielo avisa, a través de la ventana, que ha llegado. Mensajero -me dije- porque
trae un mensaje.
Pude ver
que el fantasma del más allá -o el viajero del espacio; o el nauta del tiempo-
permanecía inmóvil sobre el tender desnudo. Aferrado a las varillas blancas. El
tender sin ropa estaba semi plegado.
Me miraba.
En sus ojos un brillo de burla y lástima por quien acababa de descubrirlo.
Desde la puerta ventana contemplaba, con sorpresa y admiración, el porte, la
presencia fantástica de un carancho. Nunca había visto uno tan grande.
El pico.
Las garras. Los colores de una paleta de gamas bajas salpicada por toques de
color salvaje, llenos de luz y fuego. Percibí que el carancho se sabía superior.
Me despreciaba. Aguardó unos momentos. Esperaba mi reacción. Quizá aguardaba mi
voz. En el mientras tanto entregó su mensaje. Su verdad. La mirada.
Sucedió
entonces el primero de los saltos. Aleteo corto hasta la pared cercana. El
segundo salto hacia la pared del balcón de enfrente. Vuelo de pocos metros
sobre los patios y el pasillo de entrada al edificio. Un último salto, las alas
extendidas, impresionante despliegue con su máxima envergadura, hasta alcanzar
el techo de chapas. Por último desapareció camino a su cielo de origen.
Poco sabía
de la presencia del carancho. No es parte esencial de la urbanía que dice de la
poética de Buenos Aires. Sucedió entonces que la aparición urbana se enredó en el pensamiento. Y quise saber.
Su nombre de
científico decir: caracara plancus.
Estirpe desde la cripta: falconidae.
Platos gourmet: carroña, insectos, roedores, ranas, culebras y lagartijas. Una
máquina de eterno picoteo, tirón y desgarro. Merodeador del cielo y la tierra.
Oportunista. Detenido su vuelo, sabe elegir el mirador. Contemplación y
pensamiento. La gran ciudad lo recibe. Ave de contextura robusta. La piel desnuda
que rodea el pico es de color rojo. Marrón oscuro la parte superior de la
cabeza. Fuerte el pico, con bordes afilados, color hueso. La parte superior es
más larga que la inferior, pico que se curva hacia abajo, y que parece un
gancho. Esbelto el cuerpo. Camina erguido. Color café oscuro. Barras blancas
intercaladas en el café, así el lomo. Cabeza con una cresta corta. Patas
amarillas, ganchudas, uñas negras. Cuando vuela aparecen dos manchas blancas en
sus alas.
De tanto
pensar escribí, entre hechos y fantasía,
un puñado de páginas, una memoria del encuentro cercano del tercer tipo con el
carancho:
“El
carancho anida en las altas torres de telefonía en la mar urbana de la gran
aldea. Habita el rapaz en los barrios queridos por Calixto: Boedo, San Cristóbal,
Almagro, Balvanera, La Boca. El carancho en los altos miradores de la ciudad.
Desafía, desde la altura, el pico afilado sobre los barrancos: avenidas,
calles, pasajes, y balcones. En cada vuelo la búsqueda del sustento, la
posibilidad de llevarse las almas de los descuidados. (…).
“En noches
de insomnio supo Calixto que cerca de los años ’30, en cercanías del río
Pilcomayo, hubo un hechicero de fama, cuyo nombre fue Carancho. Un hechicero
mantiene trato con los espíritus, sabe de demonios, y de sus turbias
influencias. Un hechicero es un conocedor del lado oscuro de los días. Un
hechicero sabe de la muerte. Un hechicero, allá lejos y hace tiempo, eligió
llamarse Carancho. Otra vida en el misterio.
También
supo Calixto, durante una noche del mes de octubre, que el carancho es un
pájaro que en los pueblos originarios se lo relaciona con las crecidas de los
ríos ocasionadas por la lluvia. El carancho como emisario de aquello que va a
suceder. Carancho hechicero. Carancho nigromante. Entre los nuevos saberes de
Calixto se guardó, sobre el filo blanco de una madrugada, la secuencia de una
película nacida como lectura. Un carancho, en solitario, canta o grita, una
sola vez, mientras vuela sobre una calle. El carancho anuncia de esta manera
que alguien va a enfermar, o que puede ser acuchillado, o víctima de un daño, o
que simplemente terminará muerto. El carancho canta la premonición un mes antes
del hecho. Luego regresa, al vuelo y a su grito sobre la calle, con marcada
insistencia en cercanía de la fecha señalada. Vuela cada vez más cerca del
suelo.
El carancho
que se apareció a Calixto aún guardaba altura cuando soltó su voz de hechicero”.
Hace tres
años que el carancho se posó en el tender del balcón interno. Supe que una
encrucijada caótica es el nido del carancho. Desde la cuna manda la
incertidumbre, las espinas. El rapaz se guarda en el misterio de la vida y de
la muerte. “Vivir en el misterio”, así dijo el escritor Otto Carlos Miller en
el Margot. Lo escuché. Dijo que Homero Manzi vivía en el misterio. Dijo también
que necesario es vivir en el misterio. Manzi, otro nigromante. Otro mensajero. Un
misterio universo. Un misterio de urbanía. El carancho trajo el mensaje desde el
misterio. Desde su misterio se hizo impulso poético para esta tinta sobre el
vuelo de ciertas criaturas sobre el cemento, y en el cielo de Buenos Aires.
Hay un
carancho eterno en el tender del balcón interno. Hace años que lo anoto en
tinta roja. Traía un mensaje en la mirada.
4 comentarios:
¿Y cómo, cuándo y dónde continúa esto? Al menos hay que adelantar la frecuencia entre capítulos, me parece. Quedo a la espera del segundo.
¡Cada vez escribís mejorEdgardo! Me eganchaste con el carancho, que vuelve a aparecer en tu escritura. ¡Buenísimo!
Que vuelo poético toma el caracara plancus en tu pluma Edgardo...del repudiado carancho por su comportamiento oportunista y dañino al ave de episodios premonitorios y sagrados de tantas culturas andinas y de la selva sudamericana. Abrazo y gracias por tu inspiración.
Excelente Edgardo puede seguir, queremos mas carancho.
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