Hace unos tres meses tuviste algunos días de
escondite y refugio. Tus desapariciones hasta ese momento consistían en taparte
la cara con las dos manos o con un trapo: pañuelo, repasador, remera o pantalón.
No está, Julia, repetíamos a coro, hasta que nuevamente regalabas la sonrisa y decías
algo cercano al “Atá”. El escondite en cuestión, entonces una vuelta de tuerca
en las artes del borrarse, estaba ubicado entre el sillón y la puerta corrediza
que da al patio. Te acostabas en el piso -te encanta el fresquito de la baldosa
y no importa la estación- y el espacio rectangular te cubría a la perfección.
No está, Julia, decíamos, y vos nada, te demorabas y te demorabas, hasta que
decidías pararte y asomar la cabeza por sobre el costado del sillón. Sabés salir
de escena, y esto es algo bueno. Verás que la vida también tendrá lugar para el
refugio, un lugar, un encuentro privado con diversos usos. A veces a
esconderse. A veces a hacer frente. ¿Cuándo una cosa o la otra?, no tengo dudas
de que vas a saber decidir, lo sabe todo aquel que se conoce a sí mismo.
miércoles, 29 de enero de 2014
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