Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

miércoles, 25 de abril de 2012

Una historia para Julia (III)

Techos de San Cristóbal
Vista de "El Náutico"
Hubo una primera vez para que mamá Evangelina fuera hasta El Náutico, en la vera del río. Mamá es de Gualeguay, Entre Ríos. El Náutico es un lugar con pileta, churrasquero, mucho verde y árboles, y botes para navegar la cintura del agua. Hubo una primera vez para que yo pisara esta ciudad de Buenos Aires. Vengo de Martín Coronado, en la provincia. Hubo una primera vez para la aparición de cada amigo: en Gualeguay, en Martín Coronado, en nuestra Buenos Aires. Es lo bueno de la vida, siempre estás haciendo algo por primera vez. Por primera vez voy a ser papá. Por primera vez, hace unos días, cumplí cincuenta años. Por primera vez cumplí cincuenta mientras te espero. Habrá una primera vez para tu mirada, una primera vez para que escuches tu nombre. Una primera vez para que sepas de San Cristóbal y Boedo, de Buenos Aires y sus cielos.

Liliana Bustos: una mujer cronopio


Acá estoy, piba, sentado al escritorio para entrarle una vez más a la tinta. Podría escribirte con tinta roja, pero elijo hacerlo en la portátil, no sé si te dije, con ella recuperé la intimidad de la máquina de escribir. Ayer te escribí el mensajito semanal, pregunté cómo andabas, y fue Laura, tu hija, la que me contestó que vos, su mamita, se había ido al cielo.
Al final me quedé en el barrio como lo había imaginado, sabía que no te iba a volver a ver. Sabía además que vos también sabías. Creo que guardamos silencio porque hay palabras, frases, ideas, que es mejor dejar ocultas en las sospechas, las adivinaciones. Hoy caminé hasta el principio de tu memoria, fui con tu gente hasta la puerta del crematorio en La Chacarita. Todos tristes. Todos sabiendo quién eras.
Me dije al llegar que habrá que aprender a caminar esta Buenos Aires sin vos: la ciudad y los bares viejos, desde ellos el inicio del tiempo: de tu tiempo de estar fuera del tiempo.
Sentado a un banco frente al crematorio pensé en vos, y pensé en Julia, mi hija que está a dos semanas del primer llanto. Supe también que cuando llegue ese momento vas a estar conmigo. Siempre me gana un pensamiento cuando la vida muestra irónica, sin concesiones, su doble faz: al principio las imágenes me sorprenden, luego aparece una reflexión que al segundo ensaya una mueca burlona: porque es estúpido sorprenderse de que en un mismo momento la gente pueda estar viviendo instancias tan disímiles. Una pavada de pensamiento, lo sé, porque simplemente así sucede, pero no lo puedo evitar, ante la realidad despareja, me sorprendo, me maravillo y me siento culpable. Es entonces cuando me gana la sensación de que es exactamente ahí, en ese cruce diverso de suertes y ausencias, donde descansa la intermitencia de la felicidad en la vida. Estoy  a punto de enterarme qué es ser padre mientras vos te estás yendo, mientras te lloro en La Chacarita. Sabés, la felicidad se parece a la intermitencia propia de un bichito de luz, y creo que en lo posible deberíamos hacer memoria cuando enciende y, por qué no, también cuando apaga.
Laura leyó el poema Relación de Harry Martinson, dijo que a vos te gustaba, dijo también que eras: “Una mujer especial, una mujer cronopio, como le decía Edgardo”, y entonces la definición saltó a escena. Es cierto, me dije mientras se me caían las lágrimas. Una buena definición de Liliana Bustos, acertada, que se había escondido entre recuerdos. Te cuento en dos imágenes: estabas contenta cuando disparaste la cámara sobre el techo espejado del ascensor, la vez que me hiciste las fotos para Morir por Perón; y tu risa, bien ruidosa, como siempre, cuando escuchabas mis historias durante nuestro último café en La Perla de Once.
Caminé por una calle diagonal adoquinada. Me fui alejando lento. Te aseguro que cada paso, cada adoquín retumbó en mi alma. Me encontré en un estado desmesurado de conciencia de mí mismo. Supe más, todavía más, de mi sangre, de mi memoria: mi identidad. Fue entonces que el llanto comenzó a aquietarse. Fue entonces que me sentí reconfortado porque una persona como vos se quedaba en mí: vos, mi hermana, una buena piba, se queda conmigo para el resto de los días.


En agosto de 2007, mi amiga Liliana expuso fotografías en la Fotogalería de la Facultad de Ciencias Sociales, en la sede de Constitución. La entrevisté para el periódico Desde Boedo. Le pedí que me contara la historia de la muestra El tiempo de los bares.


Liliana Bustos por Liliana Bustos en el café Porteño
Tengo nostalgia de una ciudad de Buenos Aires que va desapareciendo, un paisaje que desde mi adolescencia se ha ido borrando raudamente, y dicho esto más allá de la globalización. Transité mucho la ciudad, caminado, en colectivo, y me gusta mirar. Tengo esa sensibilidad, enseguida me pega algo en el ojo, y tengo memoria. Siempre trato de recordar qué había en ese lugar, y muchas veces me entristece ver el cambio por algo modernoso, y no porque uno esté en contra del avance, sino por la pérdida de rasgos que tiene que ver con nuestra identidad porteña. Los bares siempre me gustaron, desde la adolescencia, me acuerdo, año setenta y pico, que me gustaba caminar por Carlos Calvo porque estaba toda adoquinada y por ahí descubrí un café, con una máquina de café grande, se ve que el paisaje ya me interesaba, pero claro, todavía no tenía claro el por qué. Hoy sé que ya venía influida por la poesía de Borges y otros poetas que tenían que ver con la ciudad. Por ahí buscaba esa literatura en la calle, y muchos de los paisajes existían, quizá no tal cual estaban anotados, pero sí estaba su metáfora. El café tiene la facultad de ser un lugar de paso del tiempo; ¿y qué clase de tiempo?, se podría preguntar uno cuando ve a un habitué de un bar que va y se sienta, pide su café, no hace como nosotros que por ahí llevamos un libro, para leer o estudiar, sólo se sienta y mira por la ventana; eso siempre me maravilló, estar sentado fuera del tiempo y en tiempos en que todos corren de acá para allá; también entran en escena los mozos, chaqueta blanca, botones de metal, y todavía los encontrás, el dueño, y la relación que se establece entre esos personajes. Con mi entrada en la conservación de fotos, tuve que aprender a sacarlas, y me gustó, no creo que sea una gran fotógrafa, pero me alcanza para atrapar el momento, ese tiempo que se pierde debido a la desaparición de lugares, sobre todo en la década menemista del 90. Ser la fotógrafa fue el camino para afirmar mi estrategia creativa, aquello que me pasaba con los bares. Los bares eran un mundo muy diferente a este mundo en el que vivimos, en esos lugares había tiempo, por ejemplo, para las relaciones, tiempo para comunicarse. A lo largo de mi trabajo con los bares me di cuenta de que hay tipologías, hay bares de campo, despacho de bebidas, que todavía marcan el límite entre el campo y la ciudad, y la atmósfera a respirar se presenta igual en lo rural y lo urbano, el desenganche del tiempo es coincidente. Muchas veces una barra se “hace” altar, un centro del folclore nacional, las botellas, la música, el fútbol, las fotos. Todo lo contrario me pasó en España, se toma el café de parado, de caña en caña, como dicen allá, y nunca lo pude entender. El café es el espacio de un tiempo especial para el habitante porteño. Muchos desaparecieron, otros se van transformando, algunos salen bastante bien parados y otros pierden esa identidad que los ubicaba en el barrio, por ejemplo lo que ocurrió y ocurre en Palermo. Haría falta un recorrido por estos cafés, a mucha gente podría no interesarle, pero hay a otra que sí y la movida no está contemplada, debería existir un circuito turístico no oficial. 
Liliana Bustos
Mi búsqueda fotográfica tiene que ver con todo esto, y saqué las fotos yo misma, no quise que otro las sacara, porque para mí era un descubrimiento, como una aparición de ese Buenos Aires que yo buscaba, como te decía, desde mi adolescencia. Ese Buenos Aires diseñado en su recorrido por la literatura; con cada autor que leía, hacia ahí iba, a sus lugares. Y después vino la construcción de mi recorrido, descubrir desde el colectivo o que un amigo te llame y te diga andá ahí, anotar direcciones y llegar de visita, sentarme, tomar un café, pedir permiso para sacar fotos otro día, y esto si realmente el lugar me impulsaba a hacerlo. Se dieron situaciones muy lindas, me invitaban el café, los habitués casi se ponían a mi servicio para ayudarme a hacer mi trabajo. Cuando la cantidad de bares creció, los empecé a separar por barrio; te aclaro que no era que aparecían diez por día, ahí también tiene que ver el tiempo, llevo casi diez años haciendo este trabajo. Casi siempre encontraba algo de interés, un centro, el famoso punctum de Barthes, y muchas veces lamenté mi limitación con la herramienta, porque sabía que mi técnica no me permitía atrapar el ambiente, lo que estaba vivenciando, con una mayor precisión.

viernes, 20 de abril de 2012

Una historia para Julia (II)



Julia reconoce las voces. Como si fuera un cuento para chicos, así me lo contaron y entonces pensé en vos. Y me encontré escuchándome porque vos me escuchabas. No importaba saber cuánto entendías las palabras de los grandes, era saber que sabías de la música de cada uno. También pensé en todo lo que te vengo diciendo dentro de mi silencio, en mi contemplación de mamá Evangelina. Pero cuando apoyo la mano sobre la panza de mamá para acariciarte, quiero que sepas, las palabras casi no me salen, y tampoco me aparecen mucho los pensamientos. Ya me vas a conocer mejor, siempre le ando dando vueltas a las ideas y las imágenes, porque mi oficio es la escritura y me gusta contar historias y mirar cómo vive la gente. Te decía que cuando te acaricio tan cerca y un tantito más lejos que mañana, no me salen muchas palabras, ni ideas, ni pensamientos, y que a veces mamá quiere escucharme y por ahí pregunta, y yo, bueno, creo que me pasa como a vos, te reconozco en la música y no sé, me digo: ¿importa saber cuánto puedo entender de las maneras de decir de los más chicos?

lunes, 16 de abril de 2012

Una historia para Julia (I)





La certeza se pierde. Apareció tu nombre, no sé cómo, junto a otro: Lucía. Pero rápido fuiste Julia. Cuando empezamos a nombrarte, recordé el tema de Los Beatles: Julia, de Lennon y McCartney, pero mucho más de John porque Julia fue su mamá. Letra y melodía: un rastro fileteado de amor y recuerdo. Fue después que mi amiga Mónica, López como la llaman en su casa, ella es escritora y periodista, preguntó: Escuchaste Palabras para Julia de José Agustín Goytisolo y cantada por Paco Ibáñez. No, no la habíamos escuchado y la busqué. Después de escucharla fuiste cien veces Julia. Soñé, te soñé conociendo este himno de vida. Una manera de ser, de movida nomás, muy sincero con vos. La vida es hermosa, y lo será más con tus ojos en nuestro barrio. También es bueno que sepas que nada se regala en los días que nos tocan. Cuando te nombré las primeras veces recordé a una tía de mi mamá, guardo su imagen desde mi infancia, la tía Julia, y nunca olvidé una sensación, además de su cara y su pelo rubio, me quedó su bondad: en mí quedó su cariño.
Quiero decirte que sólo creo en las personas, en aquellas que llegan a ser buena gente, la mayor distinción a alcanzar. Te sueño buena piba, una persona solidaria, amiga, hermana, compañera.
Nena, la primera vez que te vi tenías veintitrés milímetros. Vi cómo latía tu corazón en el alma de tu mamá Evangelina: tu corazón dentro de un cuerpo de fideo moñito de los más chiquitos.Hace unos días te vi la cara, ibas de ojos cerrados esperando el día. Una de tus manos tapaba tu boca, claro, la sonrisa es para los primeros días de mayo.

San Cristóbal, Boedo y Martín Coronado en mi barrio (fragmento)








Hace veinte años que conservo un reloj de arena entre las señales físicas que anclan mi vida a la memoria, mi gente, mi casa y el barrio. En realidad es un reloj de mentirita, apenas un juguete, un simulacro basado en aquellos otros con cuerpos de metal o madera vieja y con vidrio nacido en la cantera del último misterio, esas máquinas del sueño que tomaban temperatura a través de la caricia de una arena amanecida en alguna costa olvidada. Mi simulacro está construido, y otra vez los diminutivos, de maderitas y arenita, y lleva vidrio pequeño de imitación. Pero me queda claro que en él, a través de su alma, circula, transita, mi amigo, el tiempo, que ofrece una vez más un trago en vaso chico, ofrece el elixir de lo vital y lo frágil, un tinto inevitable cosechado en la más pura y eterna dualidad: felicidad y desamparo, y por favor: todo a fondo blanco.El relojito tiene doce centímetros de altura, me acompañó por todas mis casas provisorias, y tengo la costumbre de volcarlo cada día para que fluya su sangre, de color celeste y símil arena, durante el minuto con cuarenta segundos que tiene de caminata entre nacimiento y muerte. Es una pequeña ceremonia, un saludo a la vida, que hago cada vez que, por accidente o por elección, detecto su presencia en el paisaje. Es el tiempo que respira, sí, siempre el tiempo y su hermana, la memoria. El tiempo transita, y nosotros en él, con él. El susodicho es el empujón que nos lleva tanto hacia el mañana como al barrio de los recuerdos; que sigue siendo barrio, pero algo distinto, guarda calles y coincidencias antojadizas, es barrio con un aire cargado de mucha verdad y mucha mentira, aire que respira en coctelera salvaje en la que además se anotan nuestros sueños. Por suerte me sucede que, si de barrio se trata, siempre conservo más de una certeza. Si bien siempre hay invitaciones para la elucubración literaria, sé cuáles son las calles por donde circula la esencia de mis patrias internas.