Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

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Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

lunes, 15 de abril de 2019

Malvinas en abril


En 2012 escribí el texto Los muertos de abril (publicado en 2015 en http://www.periodicodesdeboedo.com.ar/los-muertos-de-abril/): Ocurre cada vez que se acerca abril. Pienso en los muertos, en los que se quedaron en las islas. Y pienso también en los muertos que de a poco empezaron a morir en las islas para luego ser enterrados acá, en casa, en la patria. (…). Hace unos días me fui de relectura, como cada vez que se acerca abril. Sucedió después que en uno de los programas de radio AM750 alguien deslizó una sugerencia: ver en youtube la presentación (2017) de José María Rodríguez, ex combatiente: Nada por lo que matar o morir | José María Rodríguez | TEDxBariloche. En 20 minutos el ciudadano habla, se define como NO héroe, sino víctima, y dice que NO fue gesta patriótica, sino acción política para sostener la dictadura. Palabras emotivas, certeras. Luego del recuerdo de John Lennon y su Imagina (1971): Imagina que no hay países / No es tan difícil de hacer / Nada por qué matar ni por qué morir / Y ninguna religión tampoco / (…), fui de búsqueda en mi escritura: recordé Subordinación y valor (para defender a la patria) (2009) (editado como ebook por www.pampia.com), libro/memoria que dediqué a mi servicio militar obligatorio. Y fui tras la lectura de un capítulo cercano al final:

Subordinación y valor nunca podría haber sido un simple anecdotario sobre la colimba. Nunca hubiera podido escribir un libro así, una escritura tranquila, ilustrativa, tomada con una calma semejante a como tomo los períodos de no escritura en el papel.
La cuestión de la patria, el usufructo de su conveniente filosofía hecha por los poderes de turno, tienta el blanco de mi página desde hace años.
Desde que le apunté al chileno en el polígono de tiro, allá en los primeros días del servicio, hasta que vi el diario sobre la mesa roja del comedor con la noticia de Malvinas, tuvo lugar en mi pensamiento el principio de una toma de conciencia; algo ocurrió tierra adentro de mi persona y empecé a preguntarme: a escribirme y escribir en silencio sobre la patria.
El silencio llegó a su fin con Subordinación y valor.
Recuerdo el diario sobre la mesa. Mi vieja lloraba apoyada en la mesada de la cocina. Mi vieja lloró mientras duró la gesta patriótica. Lloró como lloran sólo las madres, porque habría guerra, porque la hubo, porque me podían reincorporar, y porque la guerra, una simpleza, podía significar la muerte.
Recuerdo mi estupidez, mi extrema juventud, que hizo que ni pensara en la guerra cuando vi el diario en la mañana. No, pensé en el cuartel de la patria, en los golpes, en las humillaciones. Otra vez la noche, hasta ese extremo habían freído mi cerebro.
También recuerdo que en el momento de la invasión a Malvinas, yo trabajaba en un local minúsculo en el hall de la estación Callao del subte B, en Callao y Corrientes. Vendía billetes de loterías provinciales.
En mi memoria anterior a la toma de Malvinas, unos días antes, aparece una manifestación contraria a la dictadura. La misma intentó llegar o llegó a Plaza de Mayo. Fue el general Galtieri quien ordenó la represión y la Capital Federal fue un hervidero. En el Congreso hubo corridas y las escaramuzas llegaron hasta mi esquina. Era mentira, la luna no venía rodando por Callao, sino los cascos, los escudos y los gases lacrimógenos. Los perseguidos intentaron refugiarse en el subte, y las vainas de gas picaron en sus escaleras. Cuando el subte pasa por el túnel chupa, traga, el tren parece que se alimenta de aire, y ese aire lo toma de la superficie.
En un minuto me encontré en medio de una nube de gas que entró presta al hall y llegó hasta la mismísima estación, allá en la profundidad.
Cerré el negocio como pude y huí en busca del subte que me sacara de ahí. Casi no podía respirar, la piel me ardía, los ojos también. Llegué a la estación.
Recuerdo que cuando la flota inglesa estaba cerca de Malvinas, un sábado, el general, la dictadura, el poder, convocó a la Plaza de Mayo para un gran acto.
Los sábados trabajaba medio día. Tuve que salir a la calle en un momento y vi cómo la gente, las familias, en gran número, caminaba por Corrientes con banderas argentinas y entonaba cánticos. Más tarde vi en la televisión cómo la hinchada de la patria reunida en la plaza gritaba: ¡Los vamos a reventar!
La plaza estuvo de fiesta, y de fiesta estuvo la televisión, la radio, los medios gráficos y casi toda la sociedad. Todo transcurría como si fuera un partido de fútbol: les bajamos tres aviones, ellos dos, luego: vamos ganando.
Escribo, hago memoria, construyo la memoria, y siento vergüenza.
Recuerdo mujeres en el Obelisco tejiendo bufandas, señoras bien entregando joyas. Nada llegó a los soldados, todo se perdió en la nebulosa de siempre. En las pizzerías el maravilloso postre de pobre: la sopa inglesa, pasó a llamarse: sopa pucará.
Mi recuerdo se niega a seguir escribiendo estos días, y muchos recuerdan en silencio.
La defensa de los superiores intereses de la patria llevó al poder militar a escarmentar a aquellos que quisieron decir basta de dictadura.
La defensa de los superiores intereses de la patria llevó al poder militar a la gesta patriótica de Malvinas.
Se convocó a la gesta, y aquel que comió palos y gases unos días atrás fue a vivar la perorata del tirano.
Los que detentaban el poder, en ambos casos, invocaron a la patria. Y, cuando de la patria se trata, debemos despojarnos de las banderías y opiniones contrarias o peros posibles. La patria está por sobre todo lo demás, así nos enseñan.
¿Todos se despojan?, puede ser, los que nada tienen. Pero ellos no, porque ellos sí tienen una patria, son sus dueños, y no están dispuestos a perderla. El poder es el que en definitiva usa la idealización patriótica para defender sus superiores intereses.
Las Malvinas son argentinas, sí, pero esa es otra historia.
Mi memoria todavía no se explica cómo hoy se sigue confundiendo (hablo de la gente, el sistema apuesta a ello) la conveniencia política de una dictadura desgastada con una gesta patriótica. ¿Cómo entender que haya soldados ex-combatientes que sigan gritando Volveremos?
La patria del poder, la de ellos, es la que necesita este tipo de defensas; esa patria es la que puede mandar a sus ciudadanos inexpertos a una muerte segura. Pude ir a la guerra con seis sesiones de: ¡apunten al chileno!
Ningún soldado estaba preparado.
Los soldados no son héroes de la patria, son sus víctimas, ellos los asesinados por la dictadura que regía la patria. Y distinta es la muerte de los soldados profesionales, ellos tenían contrato, ellos tenían, habían elegido, un trabajo en el que sabían que un día podían tener que poner la vida sobre la mesa. Los soldados estaban obligados por ley.
Fuimos obligados a aprender a defender a la patria con subordinación y valor.
Volveremos, sí, cómo no, por la patria, sí, ¿la patria de quién?

El motivo de tapa para la edición de Subordinación y valor lo elegí desde mis almas. Vi, me vi, en el grabado del amigo Juan José Cartasso: la imagen desesperada de tantos colimbas: que pude haber visto (que yo mismo pude lucir) en las noches de la Escuela de Caballería en Campo de Mayo. Un grabado como espejo de la cara de los soldados en las islas, de la cara del soldado Carrasco, de la cara de tanto soldado, y de tantos ciudadanos que vieron consumado el chamuyo patriotero, la mentira.