Escuchábamos blues mientras recorríamos el
departamento. Una mirada por la ventana del dormitorio, una por la puerta que
da al balcón, miradas a los cuadros, a las bibliotecas, a la señora de pañuelo
rojo, abrigo al tono y cartera negra que siempre se cuelga de la pared, al lado
de la puerta, y te hurta sonrisas. Mamá Evangelina había ido a la panadería. Estabas
en mis brazos, y escuchábamos a Champion Jack Dupree. Afuera el cielo sobre
nuestro pedazo de barrio, los techos de chapa, el árbol grande, los tanques de
agua. Viajábamos a dúo por casa hasta que mis ojos encontraron la foto de
Liliana sobre el escritorio. Sabés, Julia, mi amiga se fue al otro barrio, el
de la casi ausencia, unos días antes de que vos nacieras. Desde su muerte que
tengo su foto apoyada contra la botella de whisky. Es su foto de Lisboa, está
sentada a la mesa donde se apoya la estatua de Fernando Pessoa, el poeta de
Portugal. Después de encontrarme con Liliana en Lisboa, caminaba, te llevaba,
íbamos buscando nuevos ángulos de mirada, pero yo ya iba de a tres porque pensaba
que ella no llegó a conocerte, que le hubiese gustado tanto, y en esos momentos
pensaba en que seguramente le hubiese contado lo de tu manito izquierda, esa
que hace días atrapa casi toda tu atención: manito cerrada, dedos que se
desperezan, tus ojos, y vuelta tu manito cerrada. Imaginé que le contaba porque
también había notado que siempre perdías, en primer lugar, la media de tu pie
izquierdo; imaginé que le contaba al tiempo que se me ocurría alguna filosofada
barata, a veces me gusta hacerme el gracioso, sobre la suerte de la izquierda y
la derecha en las patitas de pibas de tres meses, y que poco después de
obtenida una conclusión, tendría que haberla cambiado porque tu pie izquierdo empezó
a ganar sobre tu media derecha, acción que probaba a las claras un triunfo
netamente revolucionario. Así anduvimos por el cielo raso de una mañana en que
escuchábamos blues en casa, felices, memoriosos, humanos.
martes, 7 de agosto de 2012
Suscribirse a:
Entradas (Atom)