Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

viernes, 11 de junio de 2021

Marcos Silber: Regreso de poeta


La muerte de Marcos Silber, amigo poeta, maestro, se hizo puerto en la ciudad puerto bajo pandemia. Hace días que viajo entre pensamientos. Como todo viajero que retorna, trato de asegurar imágenes, momentos, lugares. Regreso a los libros del poeta. En mis manos cada dedicatoria. En el mientras tanto de la memoria aferro la mano del hombre generoso que inició travesía. Hace días que ando como lluvia lenta, pensativa, una gota acá, otra más allá. Hay tristeza y alegría en la lluvia. El arte de la fantasmagoría permite que aquello que ya no es, siga siendo. Me digo que Marcos Silber fue hombre que escribió poesía, y es lugar luminoso al que vuelvo.

Regreso a una tardecita. Faltan cinco guitas para la primera parte de la noche. Camino por Palermo. Oscurecidas las calles. Una esquina. Doblo a la derecha. Camino hasta el caserón. Soy en aquella vez. Entro a La Peña del Colorado. El regreso prescinde de detalles de preámbulo y mirada. Estoy frente al centro de este universo Colorado. Me encuentro sentado a una mesa. Bebo una copa de vino. El público es numeroso. Sin embargo, en el regreso no identifico caras, nombres. Estoy solo. Veo a dos hombres sobre el escenario. Cada uno sentado a una mesa de bar. A la izquierda de la pintura: el poeta Marcos Silber. A la derecha: el poeta Leopoldo “Teuco” Castilla. En la mesa de Marcos, una copa de vino; en la del Teuco, infaltable, su scotch. Vuelvo a aquella noche de otoño sobre calle Güemes, o tal vez noche de invierno, por oscura; acaso vuelvo a una peña de hace unos quince años. Soy en aquella vez cuando los hombres amigos, poetas, felices hombres amigos poetas, hablaban oficio, escrituras, y sonreían la vida. Porque tan felices éramos en esa noche de poesía, tragos y amigos. Regreso. Rescato. Invito. Acaso fuera por el 2006, tiempos de después de Thrillers (Historias en “16”) de Marcos, y El amanecido del Teuco. El ejemplar del libro del Teuco lo guardo dedicado por ambos poetas. Es que tanto acaricia la felicidad. En el regreso que anoto no es necesario identificar el poema, la afirmación, tampoco definiciones, títulos, los maravillosos malabares de la palabrería. Tan solo miro, veo, contemplo, comprendo la magia. Escucho la risa de ambos hombres, el tono de sus voces, las pausas en el decir, sin apuros; acompañado el decir por el trago feliz y pequeños silencios.

Desde que supe de la partida de Marcos, pensé en las lágrimas de dos de sus amigos poetas: el Teuco Castilla y Rubén Derlis. Fue el poeta Cedrón quien jugó, sobre paño virtual, una foto de principios de los 70. Un grupo de jóvenes hacedores en una ciudad en blanco y negro, en un balcón; de izquierda a derecha: Marcos Silber, Beatriz Mazliah, María del Cármen Suárez, José Antonio Cedrón y Rubén Derlis. Así tuve noticia de Marcos sin pipa, sin barba. A su lado la poeta Beatriz Mazliah, que conocí en el Margot de Boedo por el 2001. Juntos en la foto. Juntos partieron este 22 de mayo.

Marcos Silber fue poeta de regresar al hombre, a la historia eterna que invita a los días. Sus poemas pueden ser grandes fantasmagorías. Maravillosas, certeras imaginaciones. Su palabra en el paisaje. Me contó en una entrevista: (…) Infinidad de veces lo dije, también escribo por venganza. Escribo a dos manos, la mía más la de mi viejo analfabeto.

Marcos y una primera fantasmagoría que señala hacia el origen, su poema 1911 (Bajo continuo, 2008): Lo veo. / Desde la borda del poema lo veo. / Catorce años tiene el que va a ser mi padre. / Viene en el ARLANZA. No me ve. / No tiene rostro la tierra que lo espera. / Avanza la nave que muerde aguas de extraños idiomas. / No lee ni escribe el que va a ser mi padre. / Helado trae el dibujo de la letra. / Oigo el naufragio de sus vapores adentro / y su silencio me da de garrotazos por la cabeza. / Grandotas tinieblas le bailan alrededor. / Duele el frío sobre la cubierta. / El muchachito no me ve pero me dicta: / “congoja”, apunte la palabra “congoja”, hijo, / y apunte “susto”, y no deje de apuntar “soledad”. / Una palabra de lana vuela hacia su cuello, / otra de abrigo desciende sobre los hombros. / No lee ni escribe el que va a ser mi padre. / Respira un verde aire de consuelo / cuando me sueña escribiendo / en su sueño de más felicidad. / Y detiene el que será su forzado carro de labor / para dictarme: / apunte, hijo: / la palabra “trabajo” y “techo” y “cama” apunte / y también “sopa de pollo” / con sus flotantes monedas de oro. / Lo veo. No me ve. / Le oigo, “tome mi mano, hijo; / guíela, / escribamos…”.

Una segunda fantasmagoría. En la misma entrevista que le realizara en 2007, Marcos rescata el camino de su madre: En la cocina grande de la casona, mi madre me sirvió los platos más suculentos de la dieta literaria. Muchas veces sin alcanzar mi comprensión, pero donándome un cúmulo de sensaciones auditivas/sonoras de gran intensidad emotiva. Ritmo, color, vuelo. Composición arquitectónica del cuerpo de las palabras. Me enseñó a conmoverme. Me mostró el rostro de la vida y aun de la muerte. Me enriqueció. Luego sería la propensión por el asombro, la vocación por el ensueño, el deslumbramiento por la belleza.

Regresa el poeta a la madre en el poema Sepia (Testigos de tormenta, 1997): Juega la muchachita; aún no es la madre de mí; / como relámpagos de fiesta sus trenzas, y dos ciruelos / de incendio en las mejillas; juega y se ve pequeña / que juega con los copos que juegan con ella. / En la calle de las nieves. / En Kiev. / No se muda no avanza no aparece en la siguiente foto / para evitar entrar en el tiempo y volverse después / madre de mí, y al fin dolerme dolerme como agujas / de fuego en cada ojo cuando cese de ser la madre de mí / y desampare, y quede yo así, dejado, pequeño, solo, / abandonado y solo. / En la calle de las nieves. En Kiev.

Regreso al poema Tumbadora. Vuelvo. De rescate. Trabaja el poeta sobre la mesita del comedor. Lo acompaña la noche en su departamentito de José Hernández. Acompañan los libros de sus amigos, de sus admirados. Paredes tapizadas de libros. Transcurren los últimos momentos de la última pipa del día. Papeles a la mano. Tinta. El murmullo de mientras tanto de la primera escritura, la del boceto, el momento de tirar, de fijar líneas madre para las palabras que nacen después. Así es como regreso. Construyo esta fantasmagoría del nacimiento de un poema. Ésta mi necesidad, luego de haber entendido que escribir la damisela de la muerte es una ceremonia que aleja a la susodicha, la entretiene en menesteres extraños a nuestra escritura; en tinta viva por el día y la noche, así avanza el poeta en la vida. Sospecho un feliz proceso de escritura allá por 2012 (Visita guiada): Me sorprenderá solo, o no, / pero con certeza sin previo aviso. / Ya ronda, trabaja en las inmediaciones, / ya se cargó a varios vecinos / no se deja ver pero comenzaron sus avisos / sus golpes de pico cada vez más cercanos; / ya sacudió el árbol de la amistad / y arrancó varios de los más queridos. / ¿Contra qué alzarse? ¿Contra quién? / No cabe más que levantar palabras como rocas / para una muralla de todos modos estéril. / Pero alzada, mágica, grandiosa, como acantilada / para cerrarle el paso a la tumbadora; / o la obligue al menos a un gran rodeo, / que la retrase un tiempo, un día, / un sueño, un minuto más, / un poema siquiera.

Todo llega. Partió Marcos Silber. Ha tachado el poema de su cuerpería. Marcos Silber, el humano lugar, se construye, vuelve a los días de fundación, vuelve para invitar viajes de regreso. Anoto fantasmagorías, vueltas de calesita por el “Barrio”: “aquello que ya no es / sigue siendo / mientras el hombre dice / recuerda, trae / rescata vagabundos / historias de náufragos del tiempo / aferrados a esquinas, bares, amores de barrio // escritores de crónicas y poemas / tinta viajera / laborar de fantasmas entre pena y alboroto // el recuerdo de la feliz ceremonia del vino // vuelve la mirada de una mujer / el abrazo entre amigos // la ciudad que ya no es / sigue siendo / mientras el hombre / regresa memorias”.

Regreso. Lo fui, soy afortunado, un puñado de hombres escritores acompaña mi escritura: Hugo Ditaranto, Gabriel Montergous, Rubén Derlis, Marcos Silber y Rafael Vásquez. Volver al encuentro estético, al compromiso ético. Siempre de regreso. En el necesario rescate, mi agradecimiento.