Pensamiento uno

Desde que descubrí el camino hacia la luz, no paro de rebotar contra la lámpara.















UPCN Feria del libro 2018

UPCN Feria del libro 2018
Presentación de "La marca de Gualeguay 1".

Pensamiento dos

A tener en cuenta: la felicidad es un arte efímero.

jueves, 28 de abril de 2022

10 años

 


4

 

Naciste el 28 de abril de 2012, exactamente a las 02.52 del sábado. Te esperamos durante casi tres horas, tan contentos como nerviosos. La verdad era la misma para los tres: todos nos asomábamos a un mundo nuevo lleno de nuevos mundos más pequeños. Paisajes sucesivos, como si fuéramos mirando desde la ventanilla de un tren: en la sala de parto las primeras miradas, los primeros roces con la vida, la unión definitiva de nuestras presencias. Te quejabas un poco cuando te tuve por primera vez en mis brazos. Callaste enseguida. Tus ojos oscuros me llamaron la atención, también tus pestañas largas. Te miré y sentí que vos me mirabas. Un instante de silencio. Fue en ese silencio que me dije: ¿De dónde venís, Julia? Y cuando pregunté “de dónde” entendí que no preguntaba por la historia reconocible de tu cuerpo, preguntaba porque sentí que vos llegabas de un lugar desconocido y maravilloso. ¿De dónde tu alma, Julia? Lo sé: Del misterio. Tus ojos guardan el secreto.

sábado, 2 de abril de 2022

Mate en Talcahuano


 

(…) La nomenclatura geográfica del Río de La Plata ofrece multitud de lagunas bravas. El origen de su nombre es el mismo que el de los cerros bravos, sierras bravas y pasos bravos de que está sembrado el territorio y cuyo mayor número aun no ha sido registrado en los mapas, diccionarios y demás trabajos descriptivos del suelo rioplatense. Lagunas bravas, cerros bravos, sierras bravas y pasos bravos, envuelven algún encanto. Todo lugar bravo presenta fenómenos ígneos, acústicos y dinámicos producidos por causas misteriosas, que el vulgo atribuye á la acción inmediata de espíritus ó seres fantásticos escondidos en los antros de las serranías ó en el fondo de las aguas. Los cerros tienen sus gnomos, sus salamanqueros. En las lagunas y en los pasos (vados) de ríos y arroyos moran, entre genios diversos, ninfas de formas varias, apareciendo asimismo ahora alegres y ahora llorosas mujeres generalmente vestidas de blanco cendal transparente. Dejanse ver no menos en las orillas de los lagos ó bien zabulléndose y deslizándose por la tersa superficie de sus quietas aguas cristalinas, que á veces hieren agitadas por mano invisible, traviesos negrillos que, tan luego como son descubiertos, se sustraen diligentemente á las miradas del hombre. Estos seres fantásticos de color de azabache son conocidos con el nombre de negros del agua. La bravura de los receptáculos referidos dimana de que sus aguas, embravecidas ó enojadas, de repente suelen alborotarse y bramar, como los cerros poseedores de salamancas. Tal fenómeno se verifica regularmente cuando algún ser humano se aproxima á la laguna encantada ó brava. Sus irritadas aguas, saliendo de madre, se tragan á la gente. Desde su fondo exhalan ayes dolientes, lamentos profundos, aterradores alaridos, voces airadas y quejas amenazantes. De tarde en tarde permiten que salgan á sus márgenes, ó envían á sus inmediaciones con fines varios, demonios y monstruos, gigantes y pigmeos, mujeres y hombres, negrillos, y ciertos animales ó sabandijas. (…).

Un puñado de líneas. Un convite. Aparecido hace años. Un libro. Hallado el susodicho en una laguna encantada o brava, pero lejana al misterio del miedo. Un encantamiento. Una magia. Una maravilla. Un departamento en la altura de un viejo edificio. Calle Talcahuano, casi esquina Corrientes. Un hacedor: el señor Pubill. El librero regresa desde la salamanca del tiempo.

Vuelven imágenes. Un rescate. Aquello que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo. Pero Talcahuano señala aún más profundo en el tiempo. En la lejanía que crece, acabo de dejar Corrientes, y camino por Talcahuano. La vereda es la contraria a la del departamento donde voy a encontrarme, en el futuro, con Pubill. Camino en dirección a Santiago del Estero. Estoy de regreso al año previo a mi colimba. Soy el pibe de los mandados en una oficina de calle Alsina. Y cada mañana pasé frente al edificio donde charlaría con Pubill, librero de viejo, habitante sabihondo de Buenos Aires. Pero antes de llegar hasta el paisaje del librero, la geografía urbana me recuerda el relato de una vieja historia de amor prohibido en un departamento de Talcahuano casi Corrientes. Aún imagino que el departamento -donde una mujer recibía al amante para que cumpliera con el placer que su marido no le dispensaba- estaba en el mismo edificio donde el librero guardaba sus tesoros.

A principios de los ‘90 entré a trabajar en una librería. Fui lector practicante desde que hice mía la herramienta de la lectura. La librería fue un sueño cumplido. Los barrios de Caballito y Flores me verían estudiar, o mejor, leer en libertad, con la intención de recibirme de librero. Acercarme, tan siquiera, unos pasos hasta la figura del vero librero de ayer.

Poco después de mediados de aquella década apareció una propuesta de trabajo. Una librería ubicada sobre Avenida Corrientes, entre Riobamba y Callao. Cambié el paisaje. Era una de las primeras librerías que tuvo Buenos Aires con un gran despliegue escénico. Parecía un escenario de teatro. Y en él se representó una obra de misterio. Muchos lugares para recorrer. Un entrepiso de lujo. Sillones donde poder sentarse con el libro de interés. Obras originales de destacados artistas plásticos colgaban de ciertas paredes. Un salón amplio en el subsuelo utilizado para presentaciones de libros. Una pequeña sala de teatro. Aquella aparición de la gran nao librera duró lo que los sueños. Enseguida la mujer a cargo de la administración tuvo que viajar a Miami, su anterior domicilio postal. Volvió y avisó: Cierro el mes que viene. Durante el trabajo de cierre y embalaje, la escuché contar que allá, en Miami, era madrina de un escuadrón anticastrista. Sin palabras.

En aquella librería había un sector de libros viejos, ediciones antiguas. El proveedor del sector era el señor Pubill. Me interesé en el personaje. Hablamos muchas veces. Hasta que un día me invitó a su departamento librería, a la salamanca silente en la ciudad, una laguna encantada en tiempos bravos. Terminé con mi horario de trabajo y caminamos juntos por Corrientes hasta el edificio de Talcahuano.

No recuerdo el piso. Pero vuelvo. Siempre de regreso a ese departamento de puertas altas de madera. Escalera gastada, la comba del tiempo en los escalones, esa panza de piolín de barrilete en vuelo que también dice del tiempo. Después la explosión del big bang. La juntada de la vida y la espera, la memoria de los vivos que esperan, y de los muertos que también esperan en las páginas de tanto libro. Quizá cinco habitaciones de techos altos. Bibliotecas hasta el cielo. Todo en madera. Pilas de libros sobre mesas. En el piso alfombrado, al lado de sillones de un mundo casi olvidado. Impecables. Lámparas maravillosas sobre mesas y mesitas. Arañas notables entre nubes. No puedo evitarlo, acaricio lomos de libros; leo títulos, apellidos, un mundo de desconocidos, alguna pista que salta desde la memoria. El paraíso existe. Oculto, ciudad adentro. A resguardo de los tiempos tristes.

Regresé una vez. Pedí permiso al librero para fotografiar el lugar. Tomé un rollo completo con mi réflex. Dónde estarán escondidas, en qué esquina del tiempo, las fotos de aquella galaxia que ya no es, y que, sin embargo, sigue siendo.

(…) Connaturalizados, al fin, con la yerba, ó sea el mate, ha continuado hasta el día de hoy su uso y su abuso. Tiene, sin duda, el mate propiedades estomacales y diuréticas; pero sólo las posee el mate amargo ó cimarrón, como llaman al sin azúcar. El mate dulce más daña que aprovecha. Sin embargo, cuando se toma mate, no se toma porque sea una bebida saludable, sino por pasatiempo, por el solo gusto de tomarlo. De ahí, y del modo de tomarlo (en rueda, entre la conversación, corriendo de mano en mano), la facilidad con que muchos se hacen viciosos. Algunos lo son tanto, que desde que se levantan hasta que se acuestan no dejan de la mano el mate. (…).

Mi mate transcurre, hace años, en soledad, es decir, tomo mate, por las tardes, mejor si hay lluvia lenta sobre la laguna, el barrio, la ciudad, la memoria encantada, pero rodeado solo de mis buenos fantasmas, que los hay de vivos y de muertos. El mate y la ceremonia de la compañía. En el mismo río transita la ceremonia del vino. En cada ceremonia el llamado. La soledad es cercana de la aparición. El señor Pubill, el librero de viejo, regresa, aparece mientras recuerdo libros. Es una llama, un penacho de luz: (...) el fenómeno luminoso conocido comúnmente con el nombre de fuego de San Telmo. Cuando el tiempo está ó ha estado tempestuoso, hallándose la atmósfera muy cargada de electricidad y acercándose mucho á la tierra las nubes, suelen aparecer en las extremidades de los objetos elevados y puntiagudos unas llamas á manera de penachos... suele observarse en los mástiles de las embarcaciones, en las picas ó lanzas de los soldados y hasta en las cabezas de personas y animales.

Es necesario contar que el día que tomé las fotos, me encontré con el libro que hoy está en mi mano. Guardo un tesoro de los que guardaba el señor Pubill: Supersticiones del Río de La Plata de D. Daniel Granada, de A. Barreiro y Ramos, editor, calle 25 de Mayo 355, Montevideo, 1896, es propiedad, Reseña histórico-descriptiva de antiguas y modernas supersticiones del Río de La Plata.

Desde la fantasmagoría de Talcahuano aparece el librero de viejo. Hubo una vez.